Economía

Diocleciano resucitado

No hay peor ejemplo existencial que aferrarse a una forma de hacer las cosas cuando las realidades demuestran de manera contundente el fracaso de esa conducta. Así está procediendo la burocracia gubernamental venezolana cuando, ante el fracaso de su control de precios, la solución ideal que ha encontrado ha sido la de establecer controles aún más absolutos.

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Hace 1.000 años el Rey Canuto II de Dinamarca pretendió darles una lección didáctica a sus burócratas, colocando su trono a la orilla del mar y ordenando a la marea que no subiera. Y lo hizo proclamando: “Todos los habitantes de este mundo sepan qué vano y trivial es el poder de los reyes, y que nadie merece el título de rey, salvo aquél a cuyas órdenes el cielo, la tierra y el mar obedecen por leyes eternas”.

No sabemos si esa lección tuvo algún resultado, pero, como están las cosas en nuestro país, no es de extrañar que el próximo decreto que apruebe el gobierno sea el de la derogatoria terminante de la Ley de la Gravedad… en cadena nacional y con la cohorte portátil de acólitos aduladores aplaudiendo la medida.

Aunque, sinceramente, la lección que Miraflores debería tomarse más a pecho se remonta a 1.700 años, al momento de los edictos del emperador romano Diocleciano.

Diocleciano y sus predecesores inmediatos pensaban que podían engañar a sus súbditos, reduciendo el contenido de oro del denario (moneda romana). Los romanos eran todo menos tontos, y los precios en denarios de los bienes y servicios comenzaron a escalar lenta, pero irremisiblemente. Para entonces, a ese incremento de precios no lo llamaban inflación.

Diocleciano pensó haber encontrado la piedra filosofal, con el Edicto sobre Precios Máximos (Edictum De Pretiis Rerum Venalium), un decreto de control absoluto de precios detallando minuciosamente lo que se podía cobrar por cada presentación de un bien en toda la cadena, o por un servicio. Las severas sanciones para quienes infringieran el Edicto llegaban hasta la pena de muerte para los comerciantes y sus clientes.

Los resultados de esas inaplicables medidas no se hicieron esperar: el precio del oro se multiplicó por 250 en 4 años y la inflación llegó hasta 2.000% para finales del siglo. Perplejo ante la perversidad de la naturaleza humana que no obedecía su concepción de orden perfecto, Diocleciano se retiró y decidió dedicar el resto de su vida al cultivo de coles.

Este es un motivo de reflexión para los gestores de la política económica venezolana y su brazo ejecutor, el efectista pero inefectiva Sundde. Porque es un ejemplo de cómo terminan -hasta para emperadores y reyes- los vanos intentos de ir contra las leyes naturales de la oferta y la demanda… y de las mareas.

El texto fue tomado del blog LaOtraVía con autorización de su autor.

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