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El Rey Salomón: Más noble que monarca

Titular indiscutible, a Rondón eso no le basta para estar a gusto en las islas británicas. Se le nota en el rostro, desesperado por ganar una pelota en su soledad de ataque contra mastodónticos defensores que fácilmente le superan en número.

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Desde muy chamo, fui un interesado en el fútbol venezolano (caso muy raro en un imberbe, sobre todo a finales de los ochentas y comienzo de los noventas). Recuerdo claramente que me las arreglaba para disputar el campeonato nacional. Armaba los equipos locales y completaba largas temporadas de 30 jornadas y 16 equipos en una vetusta PC con monitor monocromático. Un juego en formato 5¼ me permitía hasta vender futbolistas al extranjero. Cada transferencia de un criollo, era para mí, un sueño.

Los casos reales de las salidas al balompié foráneo de Stalin Rivas y Gilberto Angelucci marcaron el acercamiento a una realidad que creía utópica. En medio de mi humilde imaginario infantil, era una situación que solamente se cumpliría como una real hazaña. Luego, con el advenimiento del “Boom Vinotinto”, me fui acostumbrando al progreso individual de cada jugador allende nuestras fronteras y luego la aspiración era que algún paisano llegara a ser una figura mundial, que destacara en un club de real relevancia. Esa situación, aún la espero con la misma ilusión que cuando tenía diez años.

Juan Arango y sus goles al Real Madrid en España me hicieron creer que el maracayero estaba cerca de ser el que rompiera el celofán. Sin embargo, el Mallorca no dejaba de ser un equipo modesto y la posterior transferencia del zurdo al Borussia Moenchengladbach, un club otrora importante, impidió creerme que ese jugador que era el mejor pateador de tiros libres en un videojuego, fuera realmente de la crema y nata mundial.

Las fichas se las puse a Salomón Rondón. El atacante tenía la ventaja de jugar en una posición donde la cantidad de goles facturados lo catapultaba mediáticamente. El ascenso progresivo en su carrera (Aragua, Las Palmas y luego Málaga) me convenció en su momento de que si un venezolano podía alcanzar la gesta de vestirse con los colores de un grande de Europa, ese era él. Sin embargo, algunas decisiones parecen haber retrasado esa aspiración y peor aún, han hecho preguntarnos si realmente el catiense es o será un futbolista de la élite.

Su marcha al fútbol ruso generó un cruento debate. El frío campeonato de los ex soviéticos podía generar que mediáticamente el delantero perdiera la rutilancia de sus goles. La exposición en competencias como la Champions y Europa League sería la contraprestación y de a poco fue sosteniendo su rumbo ascendente a punta de goles. El pase del Rubín Kazán al Zenit de San Petersburgo y los 18 millones de euros de por medio fue otro saltito en su currículo. Los doce goles (segundo en la tabla de anotaciones del campeonato por detrás de su compañero Hulk) y el campeonato no bastaron para considerarse fundamental en el equipo de Villas Boas y a partir de ahí, la carrera de Salo ha tenido seis meses de declive.

Su llegada a la Premier League fue por urgencias y no por su rutilancia. Relegado a ser el extranjero sacrificable en el club ruso, el baile de rumores que lo ubicaban en el Liverpool, el Tottenham y hasta la Roma fue solo cortina de humo para que cerrara el pase al modestísimo West Bromwich por un millón de euros menos de lo que costó su transferencia al Zenit.

¿Por qué ningún club de esos decidió invertir en el venezolano, siendo relativamente económico para los precios que pueden cancelar? Sin caer en chauvinismos innecesarios por su nacionalidad, el tener un registro goleador modesto en una liga como la rusa, le pesó. Solo así se explica que Roberto Firmino, un brasileño que no marcó más de diez tantos en el Hoffenheim alemán, le ganó la partida en el Liverpool para reforzar su ataque, costando mucho más del doble.

«Esperamos que empiece a rendir cuanto antes, pero entendemos que le pueda llevar un tiempo habituarse y acostumbrarse. Estoy seguro que los aficionados le ayudarán con eso», dijo su técnico en Inglaterra, Tony Pullis, a su llegada. Lo que no sabía Salomón era que el juego de su nuevo club haría hartamente difícil que esa adaptación se traduzca en lo que él más sabe hacer: goles, una cosa que no depende de la gente.

Titular indiscutible, a Rondón eso no le basta para estar a gusto en las islas británicas. Se le nota en el rostro, desesperado por ganar una pelota en su soledad de ataque contra mastodónticos defensores que fácilmente le superan en número.

La jugada de su expulsión hace tres fechas evidencia la frustración que vive en el destierro de un ataque muy distante a los volantes de creación. Además, sus características no son para esperar de él que pueda resolver la situación con algún acto de magia individual. En un equipo rácano, que da pocas muestras de tener más aspiraciones que la de permanecer en la máxima categoría, su cotización va en caída libre.

El agravante es mayor cuando se miran sus actuaciones con la Selección Nacional. Apenas el gol de la victoria contra Colombia en la Copa América ha sido su único momento de gloria en el último año, donde se ha contagiado de la pandemia del mal juego. La crisis Vinotinto en la que está sumido y afectado, ha hecho más crítica su actualidad personal, tanto que hasta su lugar indiscutible en el once, se pone en duda.

Salomón es visceral y siempre ha necesitado estabilidad y confianza para triunfar, pero hoy eso no es suficiente para poder recuperar su temeridad como artillero. Es joven aún, pero los trenes están pasando y su momento no termina de llegar. Sus goles en Europa siguen quedando lejos de las cantidades y de la relevancia como para hacerlo merecedor de estar en un club importante de ese continente. Es la cruda realidad. Mientras, hay que seguir esperando por su futuro o el de algún otro que venga en el camino anhelado de ser cotizado por los grandes

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