De Interés

La Misión Gamelote y los rebeldes

Peculiar misión revolucionaria, esa de la planta forrajera de las gramíneas que crece en las regiones cálidas.

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Porque amenazar a la ciudadanía con saqueos o “echarle paja a todo el mundo porque no nos podemos seguir calando esta vaina” no sólo lucen consignas más a tono con el sentimiento de la oposición que con el de una alcaldesa del régimen que ha mal gobernado el país durante 17 años, sino porque “la misión gamelote” decretada por Zobeida El Hinnaoui, alcaldesa del municipio Francisco de Miranda de Calabozo, en el Estado Guárico, descubre la cara oscura de la acentuada crisis de identidad que vivimos los venezolanos.
Entre el chiste, por su incoherencia, y la tragedia, por su significado, las palabras de Zobeida son mucho más que una amenaza a los comerciantes, son una contradicción en el meollo del carácter social.
Para los venezolanos identificados con el mito del “bravo pueblo” celebrado por nuestro himno nacional, para la población pintada por Guzmán Blanco como nacida del arquetipo del “alzao” (“Venezuela es como un cuero seco, si lo pisan por un lado se levanta por otro”), verse sometido a las vergonzosas e ignominiosas colas a las que hoy los obliga la supervivencia no es nada fácil.
La doma, la sumisión, la rendición, el vasallaje, la humillación, del pueblo en las colas interminables para la compra de víveres toca un núcleo emocional cuya potencia explosiva es preciso redirigir y contener. De allí las contradictorias palabras de la alcaldesa de Calabozo:
“Si nosotros somos rebeldes, porque los chavistas somos rebeldes, pues vamos a ser rebeldes con quien nos pisa porque las colas no las propicio yo, ni Maduro, ni Chacín, las colas las propician los escuálidos burgueses”. Pero, ¿cómo ser rebeldes después de 17 años de sumisión a la impronta de un solo hombre, después de haber aceptado pasivamente el lento deslizamiento hacia la precariedad, la escasez y la pobreza?
El pueblo del Guárico, crecido en la memoria del prototipo histórico del llanero, jinetes indómitos de vida cimarrona, guerreros temibles en estado de rebelión endémica, la degradación, la vejación y la deshonra de su actual condición tiene que, necesariamente, producirle disonancia emocional y cognitiva, un repudio inconsciente solo contenido por el acostumbramiento y el miedo.
De allí las palabras de Zobeida que, con todo su despropósito y mala dicción, serán recordadas como una pieza de manipulación retórica, como una muestra más del cinismo que ha soportado a la revolución.
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