De Interés

De marchas y cacerolas. Un país entre el poder y la violencia

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Foto: Dagne Cobo Buschbeck.

Legitimidad y apoyo

Legitimidad y apoyo resultan dos elementos fundamentales del poder. Así lo explica Hanna Arendt en Sobre la violencia. Hasta los gobiernos más tiranos necesitan de tales elementos, y deben sustentarlos así sea desde la mentira, desde la retórica, y aun a costa de su propio desprecio por la legitimidad y el apoyo.

El poder, sostiene Arendt, depende del número y la violencia de los instrumentos. ¿Pero a que se refiere Arendt cuando habla del número? Podemos entenderlo desde dos perspectivas: la primera, como el apoyo que proviene de la gente, de la mayoría (que puede ser incluso inactiva, indolente ante el mal de otros), y la segunda, también (y al mismo tiempo) como el concierto de un grupo de personas que maneja dicho poder.

Dice Arendt: «El poder surge allí donde las personas se juntan y actúan concertadamente, pero deriva su legitimidad de la reunión inicial más que de cualquier acción que pueda seguir ésta».

La cita es reveladora. El gobierno no puede separarse de la ley (aunque el tinglado revolucionario la manipula, como bien sabemos, por medio de la Sala Constitucional) porque la ley le da su justificación originaria.

Esto no es cualquier cosa, porque la ley como justificación originaria nos lleva al poder constituyente que redactó la nueva constitución de la república bolivariana. Ese poder, así queda asentado, descansa en el pueblo; véase el artículo 347: «El pueblo de Venezuela es el depositario del poder constituyente originario». De aquí a la (con)fusión de identidades, tan sólo hay un paso.

Yo soy el pueblo

La imagen o la identidad del pueblo se reactualiza con la narrativa revolucionaria. Tal como lo explica Claude Lefort, una de las estrategias fundamentales del totalitarismo es la de la identificación del Estado con el pueblo. Pueblo y Estado pasan a ser lo mismo bajo la visión socialista, totalitaria; de eso hemos sido de sobra testigos.

Acá pues las paradojas. El Estado (entiéndase gobierno) se apoya y se sustenta a sí mismo porque es nada más y nada menos que el pueblo en sí, y luego, en vista de que el poder constituyente reside en el pueblo, el Estado también puede hacer lo que se le antoja con las leyes, porque esa es la misión, la expresión de libertad del pueblo. Para la revolución bolivariana no existe el poder constituido, constantemente el Estado puede modificar las leyes por el bien del pueblo, siendo él mismo el pueblo. Así, desde el principio, la trampa estuvo montada: el Estado produce su propia narrativa de legitimidad y apoyo, aunque, como toda narrativa, no sea más que una ficción. Si a esto le sumamos el sentimentalismo barato con que se sedujo a muchos tenemos como resultado el éxito de la revolución bolivariana.

¿El gobierno teme?

La pregunta ha estado muy presente en estos días. Quizás no teme, quizás confunda poder con violencia. El gobierno puede ser una máquina de matar, el gobierno puede no temer porque sabe que tiene una potencia instrumental capaz de reprimir cualquier manifestación en su contra. Lo ocurrido anoche en el aeropuerto de Margarita con Henrique Capriles es una demostración clara de que el gobierno no teme o de que aparenta no temer. De cualquier manera, es un aspaviento más que obvio de su fuerza, de su capacidad para la violencia.

Pero el gobierno sabe, no sé si claramente o en el fondo, que poder y violencia no son sinónimos, y que tampoco puede abusar de la manipulación de las leyes y de la mentira. Entiéndase: no quiere decir que el gobierno no hace a su antojo; sólo que lo hace con apariencia de legalidad y justicia, de procedimiento correcto, de castigo por la falta del otro. Su trampa narrativa es castigar la supuesta mala voluntad del otro, pero siempre dentro de un cierto marco legal (cada vez más endeble y despótico, pero con una interpretación jurídica dada).

Fíjese: cuando Chávez fue derrocado privó la legitimidad como recurso para su vuelta. No se niega que su poder estuviese debilitado en ese momento, se quiere decir más bien que, posterior a su caída, la desmedida ilegalidad de quienes tomaron el poder llevó a una contra-narrativa que se basó, justamente, en el imperio de la ley. No sólo las medidas de los que habían tomado el poder eran ilegales, sino que además el país tenía un presidente legítimo (elegido por votos),  y por más malo que éste fuese, debía volver. Finalmente, bajo el lema de la legitimidad, terminó privando el apoyo, no sólo de un grupo visible de personas en la calle, sino también de individuos que seguían perteneciendo al sistema de organización del poder (militares, principalmente).

Pero si la legitimidad y el apoyo hicieron volver a Chávez, también podemos comprender que la falta de legitimidad y la falta de apoyo pueden hacer tambalear a un gobierno.

Revocatorio y pensamiento crítico

Se pretende retardar el revocatorio, anularlo, se pretende minimizar la acción de la Asamblea Nacional. La actual es una confrontación de legitimidades. En ese sentido, si apelamos a las circunstancias, el revocatorio y su constante apelación son instrumentos adecuados para el cambio de poder. Pero no son suficientes.

El gobierno, en su laberinto jurídico, es cada vez más arbitrario, sus justificaciones legales son cada vez menos creíbles. La mentira se ha ido quedando sin velo. ¿Cómo se ha logrado esto? Se ha logrado gracias al señalamiento, la crítica, la acusación fundamentada. Una constante circulación de argumentación y pensamiento crítico por parte de una ciudadanía responsable ha venido logrando que la legitimidad del gobierno se ponga en duda con mayor visibilidad. No es poco lo que se ha hecho y no debe dejarse a un lado con manotazos de soberbia. Y tampoco debe confundirse el señalamiento crítico con complacencias hacia determinados sectores. La crítica sensata y responsable no es pasividad. Es una acción que lleva a otras acciones en otros ámbitos.

Hay, claro está, otros factores que llevan al debilitamiento del poder. El gobierno ha resultado inepto para la mentira. No cuenta, digamos, con el encanto ni la habilidad de Chávez para tapar o justificar la mediocridad de sus políticas económicas, que es el otro gran factor que debilita el poder del gobierno, cuidado si no el principal.

Pero la pésima política económica y la torpeza comunicacional (a pesar de su hegemonía) no son las únicas causas que han llevado al gobierno a la situación comprometida en que se encuentra. El rey está desnudo, y gran parte de esa desnudez se ha logrado gracias a ese pensamiento crítico que ha ido logrando desmontar las narrativas del gobierno.

Es evidente que el sector popular se aleja o se retracta, y que la ligazón interna se desarticula. Dentro del chavismo, tal como lo expresa Américo Martín en una entrevista con Hugo Prieto, empieza a prevalecer la opinión de que Maduro está perdido. Volvamos a Hanna Arendt: «Incluso el más despótico dominio que conocemos, el del amo sobre los esclavos, que siempre le superarán en número, no descansa en la superioridad de los medios de coacción como tales, sino en una superior organización del poder, en la solidaridad organizada de los amos».

¿Qué pasa cuando estos amos comienzan a no estar de acuerdo? ¿Qué pasa cuando no hay esclavos, zombis, autómatas, sino personas con hambre y ciudadanos pensantes que han puesto atención al constante flujo de crítica, acusación y señalamiento responsable de otros ciudadanos?

La calle y la lucha

En la calle circulan esos discursos que desarticulan las narrativas, las mentiras del poder, pero también en la calle tales discursos deben ser recogidos y convertidos en acciones de lucha. Pero lucha no es necesariamente violencia. En la oposición, se sabe, esta confusión —intencional o no— también prevalece, como si la violencia fuese capaz —por sí sola— de desestabilizar el poder.

Hoy más que nunca se da en la calle el enfrentamiento del poder ciudadano-político contra el poder faccioso del gobierno. La reciente toma de Caracas no puede ser vista de la misma manera que se vieron otras manifestaciones de calle del pasado. Existe ahora una clara conciencia de poder ciudadano basada en el reclamo de la legitimidad (petición de revocatorio, para el caso) y en el sustancial aumento del número de opositores al gobierno. El reclamo legítimo desarma al gobierno en su contra narrativa de violencia golpista. Villa Rosa es una muestra en la calle de cómo al gobierno le afecta ese desarme.

Cierre con pregunta

No debemos tomar a la ligera lo que ha pasado recientemente, ni asumir que lo concertado y realizado no tiene ningún efecto. Ya se dijo, las mismas acciones no tienen por qué tener hoy los mismos efectos del pasado. Se olvida el momento, la circunstancia.

Quizás, por qué no, alguien pueda pensar que lo mismo puede decirse de ciertos actos de resistencia mucho más violentos. Ciertamente, si consideramos las circunstancias, quizás los resultados de la violencia de calle también podrían ser diferentes. Hanna Arendt lo contempla; no obstante, la autora parece ver ese instante de violencia como el tiro de gracia a un gobierno que ya ha perdido el poder, una especie de caos orgásmico después de la caída.

El gobierno siempre habrá de reaccionar, como es de esperarse, con violencia. Lo ocurrido en el aeropuerto de Margarita es un ejemplo de ello. La presencia de Capriles le resulta al gobierno una descarada provocación, y lo ve incluso como un acto de violencia «golpista». Una de dos: o el gobierno teme ahora cualquier mínima acción simbólica que represente un desafío a su poder ya no tan sólido, o actualmente se siente tan poderoso que empieza a repartir violencia a gusto. ¿Qué cree usted? ¿El gobierno actúa con violencia porque sabe que su poder se está debilitando o porque tiene cada vez más poder y poco le va interesando la legitimidad y el apoyo? Lo primero implica miedo, lo segundo no.

Si opta usted por pensar que el gobierno teme, tampoco este miedo se traduce en incapacidad para la violencia. Pero si opta usted por pensar que el gobierno no teme, eso ha de traducirse en que el gobierno tiene absoluta seguridad en su fuerza, en su capacidad y uso exitoso de la violencia. Ahora, ¿si el gobierno es altamente eficiente en el uso de la violencia, tiene sentido el uso de la violencia en la contra parte?

Con todo, Hanna Arendt expresa que el poder ciudadano que obra en la calle el paulatino derrumbe de un gobierno necesita «un grupo de hombres preparados para tal eventualidad que recoja ese poder y asuma la responsabilidad». No hablamos de otro mesías, sino de políticos, de líderes necesarios y concertados para tomar la asignación y lograr que en este país vivamos en armonía, con tranquilidad, seguridad y libertades individuales. ¿Los tenemos?, ¿tenemos a ese grupo que recogerá el poder y asumirá esa responsabilidad? Por lo menos algo sabemos: desde hace rato, este el terreno de mayores discordias entre los opositores venezolanos. Lo que sí queda claro, es que la ciudadanía responsable debe seguir señalando, acusando, nunca callar.

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