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CULTURA PARA ARMAR: Los misterios de la ideología

Desde hace un buen tiempo muchos hemos tenido que repensar, al menos poner en duda, aquello tan trillado del dominio ideológico que sobre la sociedad pretenden ejercer gobiernos o grupos de poder. Y no se trata del cacareado fin de las ideologías de hace algunos lustros que sólo pretendía imponer un pragmatismo liberal y frenar cualquier pensamiento idealista,del cual pudiese dotarse la humanidad o al menos algunos sectores de ella.

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Por Fernando Rodríguez (AP Photo/Dmitri Lovetsky)

Pensamos que las ideologías sobreviven pero de otra manera distinta a la que piensan quienes han pretendido administrarlas sibilina o despóticamente. Son más subterráneas, impersonales, producen efectos boomerangs por montón (contrarios a los premeditados) y puede que terminen aniquilando a sus manipuladores. A lo mejor, por ello mismo, son más sólidas.

La prueba más contundente es el imperio soviético, el Partido Comunista de la Unión Soviética, que pasó setenta largos años inoculando una visión del mundo a su pueblo. Y ello utilizando todas las formas de comunicación existentes: la educación, los medios masivos, las artes que propiciaba, los discursos políticos, la prohibición y la censura de mensajes no solo contrarios sino meramente distintos, etc.

Como es sabido en 1989, sin que ni los más agudos analistas lo vaticinaran y sin sangre, una implosión silenciosa, el imperio se vino abajo, en la URSS, en los países satélites y en sus ramificaciones mundiales. Pero lo más curioso, y es a donde queremos llegar, los setenta años de aquella ideología que pretendía explicar todo, desde la inexistencia de Dios al funcionamiento psíquico, las maneras de vivir y morir y, sobre todo, los movimientos de la historia y las formas de dominarlos desapareció en muy poco tiempo como por arte de magia. Dando lugar a un capitalismo impúdicamente mafioso.

Hoy Rusia está en manos de Putin, un antiguo comisario comunista, ejerciendo un poder despótico, que acaba de pactar con ¡Donald Trump! hasta el punto de haber trabajado vilmente para su triunfo. Y que además ha reivindicado a los zares y al mismísimo Stalin. Como si fuera poco es amigo, parece, de Maduro y su trágica opereta.

Algo parecido podríamos decir de los chinos. Aquellos silenciosos y pesarosos hombres y mujeres vestido de gris que creían que todo el saber del mundo estaba contenido en el pequeño catesismo de Mao, el Libro Rojo, hoy presumen de tener más mil millonarios que los gringos y desarrollan no solo un gigantesco poderío económico transnacional sino los más refinados y “decadentes” renglones de la sociedad de consumo. Y todo el mundo ha olvidado la revolución cultural, que no contenta con tener todos los poderes quiso hurgar hasta los más profundos recintos anímicos de los ciudadanos, para limpiarlos de los restos malsanos del capitalismo. Son ejemplos suficientes, pienso.

Pero lo que quiero decir en realidad es que en nuestra tierra de gracia pasa lo mismo. Con la desventaja para los déspotas que no poseen todos los canales de comunicación y eso los hace mucho más ineficaces. Además de la poca cultura y destreza que poseen en el oficio de manejar ideas. Ni un periódico de circulación masiva han sabido poner en la calle en ya tantos años. Sus medios radioeléctricos son lamentables y de escasísima audiencia. La educación un desastre en todos los niveles. Pero no hay duda que han hablado hasta más no poder, han encadenado, han censurado…Chávez batió unos cuantos records de cháchara sin saber y sin norte y Maduro sumó cantidades enormes de disparates.

Y el resultado de todo esto es en el fondo nimio. La gente es más mayamera que nunca, adora el consumo, persigue el éxito mundanal, no ve sino cine gringo, se viste a la moda de los imperios nórdicos, los jóvenes prefieren a los Rolling Stones que al Carrao de Palmarito, Guaicaipuro y Bolívar son para la escuela primaria y los cuarteles. Nadie quiere ser cubano, ni de vaina.Y sin embargo ahí siguen en el poder tambaleándose, pero siguen. Es curiosa la manera de ser de la ideología ciertamente.

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