Ante Bolivia poco se cambió en el guion con respecto a las dos presentaciones anteriores, salvo que Yangel Herrera no estaba por suspensión, ni Yeferson Soteldo, extrañamente alejado de la titular por decisión técnica (el haber declarado que él mismo decidió jugar de enganche contra Perú puede haberle pasado factura). ¿El funcionamiento? El mismo: jugar por los costados con dos volantes abiertos y un punta acompañado de un extremo, siendo esta vez José Balza la tercera prueba para dar con el compañero de Ronaldo Peña.
Venezuela fue más que Bolivia en el primer tiempo. Generó un par de ocasiones claras despilfarradas (como todas las que tuvo en el partido), pero la superioridad no se terminaba de plasmar en un juego lúcido, limpio, que permitiera pensar que la idea formada en tantos meses de trabajo finalmente se ponía en práctica. Aunque los laterales se proyectaron más, el juego ofensivo interno no existió, una falla porque en el Argentina-Bolivia se apreció que los albicelestes buscaron atacar por el medio y lograron hacerle un daño tremendo a los que visten de verde. De nuevo, recital de pelotazos tratando de que Peña ganara algo por arriba, más cuando se advertía ya en la ocasión que tuvo Balza que el juego asociado para llegar al arco contrario era el mejor arma.
Los estados de ánimo suelen influir enormemente en el juego. Una pieza desconcentrada puede afectar en sobremanera al colectivo pero hoy se notó, a medida que el partido avanzaba, que la ansiedad pulula en todos los de esta Sub 20. Con Soteldo en cancha (solo Dudamel sabe si la intención de dejarlo para el segundo tiempo era una estrategia o una reprimenda), el panorama varió 180 grados, aunque la ansiedad seguía. Una Venezuela agresiva, con mordiente, ordenada para el empuje, bombardeó a una Bolivia tímida que vive de una renta exagerada ante Perú. Sin embargo, el arco se le extravió a todos. ¿Mala suerte? No creo, la definición se trabaja. ¡Ansiedad pura!
La cámara enfocó a Dudamel en el banco sentándose y recibiendo un pote de agua para pasar una pastilla. Así estábamos todos, igual de angustiados, sabiendo que dejarlo todo para el último partido ante una Argentina que ha ido creciendo a medida que avanza el torneo es una hipoteca de muy alto costo.
El camino de una selección que despertó tan altas expectativas se ha tornado escabroso. El juego, de eso que debía haberse impregnado el colectivo con tanto tiempo de ensayos juntos, sigue careciendo de suficientes elementos para ser verdaderamente una propuesta firme de formas para ganar. Las sprintadas y los recortes endiablados de Soteldo, la firmeza en el arco de Fariñez y el despliegue de un extrañado ante Bolivia Yangel Herrera, son los puntos altos de la selección, pero no dejan de ser solo apuntes individuales, no más.
Contra Argentina, se debe jugar el partido perfecto. Ganar como sea no puede ser la frase porque ese “cómo sea” tiene que ser demostrando que este grupo ha invertido tanto tiempo de trabajo para saber cómo realmente generar el fútbol necesario para derrotar a un rival de tal calibre. Que la puesta en escena de los referentes sirva para que el equipo se adueñe de la pelota y sepa qué hacer con ella.
Quedan dos días para que llegue el viernes. Pasar de ronda es el primer objetivo establecido en una meta final pronunciada de ser campeones sudamericanos. Después de casi quinientos días de trabajo, en dos se debe planificar la perfección. Hay futbolistas, hay capacidades, hay cuerpo técnico, hay ganas. Que todo eso supere la ansiedad y la angustia.