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Una experiencia "nivel patria" en El Calvario

Son las 3:00 de la tarde en El Calvario -ese parque del centro de Caracas al que también llaman Ezequiel Zamora o Paseo Guzmán Blanco. No parece sábado en la Ciudad de la Furia.

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Crónica de un maltripeo en El Calvario
FOTOGRAFÍA: EL ESTÍMULO

Sabe que lo que está a punto de hacer es una cuestión de «adrenalina», como dice el famoso meme, pero qué más da. «Una vista de la capital como esa no se puede desperdiciar», reflexiona. Saca el celular: una, dos, tres tomas y aparecen dos policías, asegura que tal vez darán las «buenas tardes» y seguirán su camino. Se equivoca. Uno de ellos, el mayor, arremete directamente contra ella:

—Jóvenes, ¿qué hacen en esta zona tan aislada? —espeta—. Y usted, exhibiéndose con ese teléfono tan llamativo.

Uno de los «turistas», el hombre, le responde medio entrecortado al funcionario:

—Estamos visitando, la vista desde aquí es muy bonita y queríamos tomar algunas fotos —afirma.

Desde El Calvario, anclado en El Silencio -en un municipio gobernado por el chavismo-, se puede observar el Palacio de Miraflores, sede del Gobierno venezolano, y el Cuartel de la Montaña, donde están los restos del fallecido Hugo Chávez; así como gran parte del casco histórico de la capital. Además, el recinto se encuentra bajo la jurisdicción de la Guardia Nacional Bolivariana y la Policía Nacional.

No es la primera vez que una cámara fotográfica genera tensión con miembros de los cuerpos de seguridad que custodian El Calvario. En agosto de 2016, la corresponsal permanente en Venezuela de la cadena colombiana RCN, Andreina Flores, y el reportero audiovisual Jorge Pérez Valery fueron detenidos por funcionarios de un cuerpo de inteligencia militar y trasladados a la sede del Ministerio de Defensa por tomar imágenes en la zona, calificada por el Ejecutivo y sus fuerzas castrenses como “corredor presidencial”.

Apenas comenzaron a hacer fotos, se les acercaron dos personas a bordo de una moto y les preguntaron por sus credenciales y si eran prensa, a lo que respondieron afirmativamente. “Nosotros pensamos que nos iban a robar, después que les mostramos nuestras credenciales, nos dijeron que eran de Contrainteligencia”, narró Flores en ese momento.

Con una visita frustrada a lo que parecía ser un destino «chévere», la pareja hace gesto de retirada. El uniformado los frena de una.

—¿Para dónde van ustedes? Escuchen, agarren consejo —riñe. 

Ya ella lo ve venir, el tipo se lanzará un sermón rudo, así que asiente y sonríe.

—¿En qué país vive usted? ¿Es venezolana? ¿Usted no sabe cómo están las cosas ahorita para que ande exhibiéndose con ese teléfono aquí? —continúa con su monólogo contra la muchacha—. Mire joven, nosotros hacemos lo que podemos, pero aquí la cosa está fea, oyó. De vaina y no nos roban a nosotros. Hace una pausa corta y repite:

—¿Usted es turista?

En Caracas, considerada una de las ciudades más violentas del mundo, se han registrado unas 564 muertes violentas en lo que va de 2017, según cifras extraoficiales.

Ella suspira, enarca una ceja y finalmente suelta:

—Soy de Maracaibo —dice casi sin pensarlo y con un dejo de trolleo.

Después, como para limar asperezas, inquiere:

—El Café Venezuela que está arriba, ¿funciona?

—No, eso está abandonado, pero hay unos militares allí. Si quieren, pueden subir.

«Abandonado», interioriza mientras los ve irse, abandonado como los venezolanos en su propio país.

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