De Interés

Deja el show

Un joven se desnuda y se monta sobre una tanqueta. La «autoridad» le grita: "Deja el show" y le cae a perdigonazos. Así que me pongo a pensar en la palabra show, y me pregunto qué significa.

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FOTOGRAFÍA: JUAN BARRETO | AFP

Podemos entender, por ejemplo, que la palabra show equivale a montaje, patraña, engaño, representación, cosa falsa, espectáculo, entretenimiento, diversión. Es decir, montar un show es montar una representación pública que tiene la finalidad de divertirnos, de entretenernos, de hacernos pasar un buen rato. Es decir, un show puede ser lo que hizo el señor Maduro cuando dijo que aquella mariposa que se había posado sobre su camisa lo había reconocido como un «mariposón» y que además era el ex presidente Chávez. Eso es un show, ¿no?

Como un show es también una mentira, entonces resulta factible entender como tal, aquel momento en que el señor Maduro, muy seriamente, se ufanó en cierta cadena nacional de que Venezuela estaba exportando talento, gente muy profesional, de las mejores.

Un show puede ser la foto que montó el PSUV en Instagram que lleva una leyenda que reza algo así como «Al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios y al Guaire lo que es Guaire» (sic). Y digo «sic» porque la frase debería decir «al Guaire lo que es del Guaire». Lucubro que esto es parte de un show, porque el PSUV claramente pretendía divertir a sus acólitos poniendo esa foto donde se veía a un grupo de venezolanos (acótese, venezolanos) cruzando el infecto e infesto Guaire, huyendo de los gases lacrimógenos. Supongo que eso es divertido, como es divertido para los compinches del acosador del colegio ver al acosador haciéndole la vida insufrible a un pobre muchacho.

Pero vayamos más allá. Por lo general, se le dice «Deja el show», a quien está haciendo el ridículo. Es decir, para estos señores que representan la «autoridad», para estos policías nacionales bolivarianos o guardias nacionales que allí se encontraban, este muchacho hacía el ridículo.

Este muchacho desnudo (al momento que escribo no encuentro por ninguna parte su nombre), allí, frente a ellos, mostrándose sin armas, sin casco, sin chaleco antibalas, sin bombas molotov, sin pañuelos en la cara, sin fusiles, sin lanza granadas, absolutamente abierto como ser humano que no tiene más nada que su espíritu desnudo para enfrentarse al poder, estaba, según la «autoridad», haciendo el ridículo. Imagino además que como portaba una Biblia, hacía aún más el ridículo. Hay que tener bolas (y mostrarlas) para hacer eso que hizo este muchacho.

Pero no, él estaba haciendo un show, un show tan peligroso —y lo creo, creo que es un acto peligroso— que tuvieron que dispararle perdigones.

Un acto como éste no se detiene con armas. Este acto es realmente peligroso porque es un símbolo de algo que va más allá de la comprensión de cualquiera de esos hombres de «autoridad» que se encontraban allí odiándolo o riéndose de él.

Porque posiblemente también se reían, nerviosos se reían y no sabían qué hacer con aquel gran carajo que en pelotas les pedía que dejaran de disparar bombas lacrimógenas a los manifestantes. Imagínense ustedes la situación para aquellos señores de «autoridad». ¿Qué hacer, coño? ¿Qué hacer? El cerebro no da, la comprensión de sus pequeñas inteligencias no da, y entonces, no queda más que reaccionar como dicta la costumbre: decirle que se deje de pendejadas, que deje el show, y luego, dispararle perdigones.

Pero ya el daño está hecho. Ya la imagen ha quedado registrada en los celulares y en las cámaras, y de allí a todo el país y de allí a todo el mundo. Lo mismo con la imagen de la señora que se detuvo frente a la tanqueta. Recuerdo ahora la de aquel hombre en la avenida pequinesa de Chang’An, en los alrededores de la plaza Tiananmén, en 1989.

Todavía hoy esa imagen recorre el mundo, todavía hoy es memoria del oprobio. La señora venezolana que se detuvo frente al tanque nos recuerda esa imagen, sí, y la de este joven, desnudo, muy delgado (quién sabe cuánta hambre estará pasando) también es una muestra de la valentía individual frente a la maquinaria aplastante de la dictadura. Pero además, disculpen que me fije en este detalle, este joven venezolano está en el hueso, como están muchos venezolanos, por el hambre. Por el hambre que desespera.

Ah, pero nuestro muchacho estaba haciendo un show, algo falso, algo exagerado, algo que no se corresponde a la realidad, pero además, algo ridículo, algo cursi, algo vergonzoso… según estos señores que defienden a una minoría corrupta que se ha hecho del poder en este país. Porque la mentada unión cívico-militar es de unos pocos.

Son oligarcas, y son dictadores. Porque es así, esta revolución es una revolución de oligarcas, de oligarcas que se hacen llamar revolucionarios. Y son tan evidentes, y están tan desnudos como este joven, pero su desnudez sí da vergüenza, su desnudez los delata.

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