De Interés

Que los chamos cambien sus propias vidas

El presidente Maduro dirá en cadena nacional que la selección es un ejemplo para los estudiantes que se están postulando a la constituyente y a los jóvenes que día a día se levantan a construir al país, y no a destruirlo: después de todo el más grande de estos muchachos, Ronaldo Lucena, no había cumplido 2 años de edad cuando Chávez llegó a la presidencia en 1999. La Vinotinto sub-20, nos guste o no, es lactante de la revolución. ¿Gracias a o a pesar de?

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Foto: JEON HEON-KYUN | EFE

En las redes sociales de los que pensamos que cada día de Maduro en Miraflores es un grano que se precipita en el reloj de arena de la catástrofe no faltarán las comparaciones con Neomar, el chamo de 17 años que murió un día antes en Chacao, y que diga lo que diga la autopsia es un héroe, ya leí por ahí, porque le hayan disparado una bomba lacrimógena o le haya estallado un explosivo casero en las manos, debía estar jugando fútbol o besuquéandose con la novia y no resistiendo contra la dictadura.
No. La primera final de la Vinotinto en un mundial de fútbol-once de cualquier categoría no va a hacer que los venezolanos se abracen como hermanos y se haga una tregua en las protestas para que la Guardia Nacional y los muchachos de los escudos templarios jueguen una caimanera en la autopista Francisco Fajardo, como aquella iniciativa espontánea de vecinos de Santa Fe en pleno paro de diciembre de 2002 que fue la principal inspiración del director Marcel Rasquin para hacer la película Hermano. Por ahora es un motivo para conversar, lo que ya es suficiente.
La Vinotinto finalista del mundial sub-20 tampoco es una garantía de que, cuando se juegue el Mundial de mayores con 48 selecciones en 2026, el “Gloria Bravo Pueblo” se escuchará y no sólo en la primera fase. Las categorías juveniles tienen un componente caprichoso. Ghana (2009) y Serbia (2015) han sido campeones sub-20 recientemente y no existen indicios de que dominen o dominarán el fútbol global. Desde 1997 han entrado en los cuadros de semifinalistas países como Mali, República Checa, Costa Rica, Irlanda, Egipto, Australia, Irak, Marruecos y Austria, que hoy en balompié vale casi menos que todo lo anterior.
¿Qué jugadores de los que vencieron a Uruguay en penales se convertirán en estrellas consolidadas? Es imposible saberlo, pero quizás hay posiciones o habilidades que podrían predecir una mayor longevidad. En teoría, Wilker Faríñez seguirá creciendo como guardameta. En teoría, Yangel Herrera no depende sólo de fintas o regates y puede ya montarse un equipo encima.
La Vinotinto no jugó su mejor partido en las semifinales. El lateral izquierdo, en todas las categorías, se ha vuelto tan incierto como un diputado de Amazonas. Jugar contra Uruguay es como ingresar a un planeta con una atmósfera enrarecida y otra noción del tiempo. Ellos no salen a un partido de fútbol, sino a un rito tribal de la transición a la pubertad.
Es el tipo de partido en el que tienes que improvisar y resolver como puedas aunque seas Thor y te hayan quitado el martillo, de la misma manera que yo tengo que entregar estas cuartillas a juro en unos minutos aunque no hayan bajado las musas a inspirarme. Y Venezuela resolvió con el zurdazo de tiro libre de Sosa en el tiempo adicional. Se puede alegar que todo siempre encierra un componente de suerte, pero allí estaba un recurso disponible. Un potencial que se aprovechó en un momento crítico.
Si De la Cruz convertía ese último penal ante Faríñez y el desenlace posterior hubiera adquirido otro giro, probablemente estaríamos escuchando teorías acerca de la inferioridad sicológica de los venezolanos en instantes decisivos. Lo cierto es que la Vinotinto es un legítimo aspirante al título mundial en el aquí y ahora bien específico la península coreana. Hay ciertos argumentos futbolísticos para ganar en la cancha e independizarse de los nervios.
Uno de los que se atribuirá esta final como una legitimación es el recién electo presidente de la Federación, Laureano González, y motivos tiene para ello, aunque prácticamente todo lo de de 20 años para arriba sea deficitario. Es curioso este hito histórico en un país en el que todo, incluido el deporte, se hace con las uñas. Pequeña loca cosa llamada fútbol.
Insisto: probablemente la Vinotinto no cambiará nada, pero bastará con que cambie unas cuantas vidas. Por los momentos me cambió la mía: perdí una cita con el oftalmólogo pero escuché gritos afónicos que me conmovieron quizás porque eran a una hora en la que todos parecemos más indefensas y buenas personas. Y no eran por una detención arbitraria en el barrio, como en el intento de plantón del pasado lunes.       
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