De Interés

¿Y ahora qué va a hacer la MUD? ¿Y ahora qué voy a hacer yo?

Escribo estas líneas despojándome de mi profesión como comunicador social que trabaja en El Estímulo. Lo hago como ciudadano que siente y padece los millones de mensajes que aparecen en las redes sociales dedicados a descargar la arrechera. Tal furia posiblemente funcione como catarsis, pero para mí es otra muestra más de nuestra inmadurez política.

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No soy un experto en política ni pretendo serlo. Por eso me gusta revisar las opiniones de personas que se han dedicado a estudiar y escribir sobre ello. Consulto a John Magdaleno, por ejemplo y a José Ignacio Hernández, que hace una gran labor en Prodavinci. También soy un fanático de las entrevistas que hace Hugo Prieto. Gracias al periodista he podido «conocer» los pareceres de gente lúcida, esclarecedora, preocupada, como Pedro Triago, Alejandro Moreno, Yolanda Pantin, Elisa Lerner o Luis Ugalde, por nombrar a algunos.
La mayoría de los argumentos de los nombrados arriba parten del reposo y no de la histeria colectiva a la que Twitter nos ha malacostumbrado. Puedo estar o no de acuerdo con ellos, eso es secundario. Lo importante, considero, es acceder a un análisis macro que permita profundizar el foco en temas complejos.
Zygmunt Bauman, filósofo polaco que murió este año y uno de los ensayistas más importantes en el concepto de la modernidad líquida (“Nuestros acuerdos son temporales, pasajeros, válidos solo hasta nuevo aviso»), decía que las redes sociales eran una trampa. «Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara», aseveró en una entrevista a El País de España, para concluir: «Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa».
A pesar del esfuerzo titánico de los diferentes partidos de oposición para constituirse en una opción democrática, a pesar de la represión y las constantes violaciones judiciales que ejerce el Estado, la Mesa de Unidad Democrática se ha convertido en el saco de boxeo de quienes creían que el chavismo no cumpliría con lo amenazado: la elección de lo que ellos han denominado como Asamblea Constituyente. El tiempo dirá cuán culpable es la organización opositora tras argumentar por semanas que «la Constituyente no va».
Independientemente de los resultados, desde hace tiempo las exigencias a la MUD en Twitter son cada vez más descabelladas; desde exigirle que cree un estado paralelo hasta que tome las armas. Las ideas saltan sin detenerse en el cómo ni en el porqué y mucho menos en el para qué. Voy a citar, sin colocar el autor, tres de una larga lista de tuits que me escribieron ayer: «Ese ha sido el problema de la MUD, parece que siempre los madrugaran y no tienen capacidad de reacción por no decir que no quieren»; «De verdad deben ponerce (SIC) a pensar y sobre todo dejar la pendejada de ser hippies y tomar acciones concretas e inteligentes no mas cacerolazos»; «La MUD debe tomar decisiones, parecen doñas de un condominio. Perdone».
En diciembre de 2016, Luis Salamanca profesor y politólogo, advertía en Prodavinci que los tiempos de la democracia y los de la gente no van de la mano: «La vía democrática es lenta, es gradual, es insatisfactoria, ¿por qué? Porque la velocidad de la crisis social es más rápida que la solución democrática. Y la única alternativa, la única solución que tiene la oposición es la democrática. No hay otra. No tiene armas, no puede confiar en un levantamiento popular. Es decir, tiene que seguir laborando bajo esta ingeniería constitucional, que te obliga, entre otras cosas, a respetar los lapsos de las elecciones. Ahora, el gobierno no está jugando ese juego. El gobierno está jugando en otro tablero». Resumía las diferencias entre ambos bandos así: «La oposición tiene pueblo pero no tiene poder; mientras que el gobierno tiene demasiado poder, pero no tiene pueblo”.
Héctor Briceño, profesor e investigador, exponía precisamente en una entrevista con Hugo Prieto, la necesidad de reinstitucionalizar el país para dirimir sus diferencias. Pero acotaba que ese proceso no era posible en este momento por lo que sugería un acuerdo primario antes:  «Creo que es necesario, en medio de esta crisis, construir el acuerdo básico a partir del cual se construyan luego las instituciones. Lo que queda en este momento es redistribuir efectivamente el poder, mediante las instituciones que tenemos. De manera tal que nos obligue, y este es un elemento importante, a no tenerle miedo al conflicto, pero a institucionalizarlo. Al debate, incluso antagónico. No se trata de anular a uno u otro, sino de construir un mínimo de convivencia, un mínimo de toma de decisiones. De manera tal que el gobierno entienda que no puede bloquear las decisiones de la Asamblea Nacional y que la oposición entienda que no puede bloquear las decisiones del gobierno. Pasado tres o cuatro años, creo que podemos ir a la construcción de nuevas instituciones, cuando la crisis económica y la profunda crisis social se hayan superado. Y cuando tengamos un mínimo de confianza, entre opositores y gobierno, e incluso entre sectores de la sociedad».
Este domingo, un gran amigo de infancia y su esposa decidieron, por primera vez, no acudir al llamado que hizo al gobierno. Lo hicieron a pesar de las amenazas, del acoso que solo sufren los que recibieron una ayuda del Estado. «Lloramos y dijimos que si nos botaban de nuestros trabajos, pues nos tocaría emigrar», me contó el padre de familia, que debe proveer alimento también para una niña. Otras tres personas me consultaron sobre cómo votar nulo en el proceso, pues se veían obligados a participar. Todos ellos realmente sentían que podían hacer una diferencia, hoy la gran pregunta que se hacían era «¿y qué hacemos ahora?».
Hacer empatía con las personas que dependen o dependieron de alguna ayuda estadal le ha costado mucho a la oposición política y a la sociedad que le sigue. Desde «palangristas», «mantenidos», «flojos», el estigma de las personas que reciben subsidios ha confabulado para que los antagonistas de Nicolás Maduro sean muchos más.
«Lo que está pasando ahora, lo que podemos llamar la crisis de la democracia, es el colapso de la confianza. La creencia de que los líderes no solo son corruptos o estúpidos, sino que son incapaces», analiza Bauman, pero hace la siguiente advertencia: «Para actuar se necesita poder: ser capaz de hacer cosas; y se necesita política: la habilidad de decidir qué cosas tienen que hacerse. La cuestión es que ese matrimonio entre poder y política en manos del Estado-nación se ha terminado. El poder se ha globalizado pero las políticas son tan locales como antes. La política tiene las manos cortadas. La gente ya no cree en el sistema democrático porque no cumple sus promesas. Es lo que está poniendo de manifiesto, por ejemplo, la crisis de la migración. El fenómeno es global, pero actuamos en términos parroquianos. Las instituciones democráticas no fueron diseñadas para manejar situaciones de interdependencia. La crisis contemporánea de la democracia es una crisis de las instituciones democráticas».
La MUD y sus voceros, Henrique Capriles, Leopoldo López o María Corina Machado, están obligados a revisar profundamente sus discursos y metas. Deben pensar en nuevas estrategias que reviertan la depresión que existe en sus seguidores y, sobre todo, que aquellos que no salieron a votar aún siendo beneficiarios del CLAP, terminen de cruzar la frontera. Bien lo decía otro joven en Twitter: «(La MUD) son los que cuentan con estudios, equipos, asesores, dinero y además se ofrecieron para resolver esto yo un simple ciudadano». No se puede dejar pasar mucho tiempo porque esa orfandad puede transformarse en otra cosa.
Cuando me preguntan qué voy a hacer yo, respondo que seguir creyendo en quienes me ofrecen una la salida democrática, aunque está claro que en estos momentos no es una respuesta popular. La otra opción es buscar un fusil o sumarme a una opción de lucha violenta que no tiene ninguna oportunidad de prevalecer, sin obviar la cantidad de muertes que ello podría significar. Si con las protestas civiles la cifra supera los 100 fallecidos, no quiero ni imaginar lo que significaría combatir contra un ejército que tiene el control de las armas y la colaboración de los paramilitares.
Cierro con una consideración de Bauman sobre la levedad de la antipolítica, representada en el movimiento de los indignados: «La gente suspendió sus diferencias por un tiempo en la plaza por un propósito común. Si el propósito es negativo, enfadarse con alguien, hay más altas posibilidades de éxito. En cierto sentido pudo ser una explosión de solidaridad, pero las explosiones son muy potentes y muy breves«.]]>

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