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Duelo urbano, cómo lidiar con la pérdida de una ciudad: Mérida

Conocer por textos, películas o documentales sobre ruinas urbanas no es lo mismo que vivir el declive y colapso de tu ciudad. Tenemos un duelo urbano, escribiendo expresamos el dolor por la pérdida y vislumbramos sobre cómo seguir. La diseñadora Viviana Moreno Troconis y la arquitecta Patricia Vera Paparoni, desarrolladoras de la plataforma vainascooltas.com, con la colaboración y reflexiones de la arquitecta y urbanista Viviana Moreno, abordan el caso de Mérida

Mérida
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El duelo colectivo, según la psicóloga Ana Muñoz, es “un proceso que involucra una sola pérdida, pero muchas personas viviéndola al mismo tiempo y sintiendo casi exactamente lo mismo”. Entonces nos atrevemos a decir que un duelo urbano es un duelo colectivo. Y eso es lo que vivimos por Mérida.

Resulta que muchos estamos quebrados, en pena por la pérdida de nuestra ciudad, Mérida. Es duro sentirlo y procesarlo. Quienes estamos afectados pasamos por un shock terrible, negamos la realidad, la ira nos hace colapsar. Llegamos a un pacto imaginario en el que la vaina se va a revertir, caemos en depresión, y finalmente logramos aceptar la nueva realidad. Todo eso es lo que hemos venido experimentando los merideños (nativos o adoptivos).

Lejanía y nostalgia tremenda. — Marcos Carbonell (@imcarbonell) Junio, 2020

Una ciudad en ruinas. Con la eterna nostalgia de lo que algún día fue y no volverá. — Mik Schwarzenberg (@mikschwarz) Junio, 2020

Está tan lejos, tan perdida en la nada, que a veces me cuesta encontrarla incluso en mis recuerdos. — José José Limongi P. (@josejoselimongi) Junio 2020

Pero esta situación es colectiva, el apoyo y la empatía permite sentirnos capaces de salir adelante y mejorar a pesar de la adversidad. Nos adaptamos o nos reinventamos a la vida después de lo acontecido.

La suerte de Mérida

Hay ciudades que seducen, algunas por su frenesí, otras por su encanto. Ese es el caso de Mérida. Qué buena suerte la de ella: una ciudad que se ha caracterizado por ser universitaria, juvenil, turística; cosmopolita e innovadora, y a su vez bucólica, tradicional y provincial. Así la describen en las primeras líneas de un libro que le hace gala, Mérida. Ciudad para vivir, crear y trascender -¡vaya título!-, publicado en el año 2010 por la Universidad de Los Andes.

A solo una década de esta descripción difícilmente podríamos afirmar que todos los atributos que tenían a Mérida en un pedestal siguen en pie.

Otrora ciudad en la que la universidad marcaba el pulso de su ritmo, que su belleza natural -golpeada, pero aun exuberante- le hacía ojitos a propios y a muuuchos extranjeros; la que producía sin pausa y con esmero investigaciones, proyectos y eventos; la que se sostenía con una actividad agropecuaria y alimentaba a otras ciudades venezolanas.

Mérida

La mala suerte de Mérida se acentuó con el inicio del siglo XXI. ¡Qué desdicha, justo cuando se suponía que el nuevo milenio traería beneficios! Dos décadas bajo un sistema castrante, de nefastas prácticas y gestores corruptos y mediocres que acabaron con lo que venía siendo la ciudad y sus oportunidades de vida y crecimiento. El cóctel perfecto que dio pie al éxodo, quedando huérfana de gente.

Con los servicios básicos idos al carajo y la economía más golpeada que una piñata, las dinámicas urbanas se han contraído a una dimensión inimaginable. El ritmo de la universidad y otras instituciones, la movilidad, la oferta del comercio y el turismo han sido sumamente afectados, esto aunado al deplorable estado del equipamiento urbano que ha dejado una ciudad fantasma, oscura, ausente, con una accesibilidad por el piso.

La deserción estudiantil de la ULA

José Albarrán Peña en su análisis titulado La deserción estudiantil en la Universidad de Los Andes (Venezuela) revela que 65% de los estudiantes podría haber desertado entre 2015 y 2018, lo cual representa 25 mil universitarios en una ciudad de 248.410 habitantes para el 2015, según datos de la ONU.

¿Las causas? “Falta de oportunidades laborales futuras, aumento de sus gastos personales y académicos, interrupción de las labores académicas por continuas protestas sociales, carencia de recursos económicos, baja formación escolar secundaria y desmotivación, principalmente”.

El retroceso de un comercio que no quiere morir

Inflación, escasez, motivos para que la gente replantee sus gastos y se reduzca a la mínima expresión: artículos de primera necesidad.

Los alimentos -y solo aquellos que tienen el don de ser prioritarios- han sustituido vitrinas de joyerías, stands de carteras, locales comerciales dedicados a ofrecer cualquier otro servicio, y hasta clubes nocturnos que solían ser el punto de encuentro de estudiantes con unas birras.

Bien lo relata Liliana Rivas en su crónica Mérida: una economía gomecista en 2020. Esto ha dado pie a que ya no exista otra actividad comercial que no sea comprar alimentos, y a que las cotidianas reuniones sociales ya solo sean un recuerdo lejano.

Quizá el encanto merideño se había mantenido a través de frágiles burbujas (en materia de emprendimientos y la reducida movida universitaria), reventadas por una pandemia que terminó de confinarnos en casa. Menos mal que queda la naturaleza.

El pedestal en el que estuvo Mérida sigue en la memoria de quienes la vivimos y la habitamos. Su esencia está presente en algunos que aun están en su territorio y en muchos que están en otros lares.

La ciudad que no se puede ocultar

Mérida es una de las capitales que se sitúa en la Cordillera Andina, que surca toda Suramérica. Edificada sobre la meseta de Tatuy a 1.650 msnm y rodeada de un espléndido paisaje que siempre la ha mantenido digna. Su clima es un respiro ante tanta asfixia.

«No se puede esconder una ciudad que está sobre una montaña», es la traducción del lema de la ciudad de Mérida.

Fundada por Juan Rodríguez Suárez con el nombre de Santiago de Los Caballeros, experimentó varias mudanzas hasta establecerse en la meseta. Una ciudad con dos plazas mayores, epicentros de un urbanismo en retícula, característico de ciudades españolas. La Mérida de Venezuela creció lenta -como buena andina- en medio de las dificultades de su geografía y entregada al saber de su universidad

¿Cómo lidiar con la pérdida de una ciudad?

Muchas ciudades en todo el mundo se han venido abajo por conflictos sociales, quiebres económicos, éxodos, catástrofes ambientales, regímenes nefastos -como es el caso de Mérida- o algún otro acontecimiento que trunque la vida de la ciudad y sus habitantes.

Casos emblemáticos son: Varsovia, devastada por el nazismo con la idea de refundarla desde sus ideales, pero finalmente reconstruida por arquitectos y urbanistas locales, quienes desde la clandestinidad iniciaron un plan urbano -¡qué ganas de hacerlo también!-; otro es Detroit, la cuna de la industria automotriz en Estados Unidos que terminó en bancarrota, con edificaciones destruidas y calles vacías; hoy la ciudad resurge gracias a entes privados y se posiciona como una smart city -¡Mmm, no es tan descabellada la privatización!-.

Aceptar que estamos perdiendo la ciudad no es nada fácil. Así como creemos que los padres no deben enterrar a sus hijos, nunca nos imaginamos ver morir a la ciudad.

Mérida

Resulta que “la historia es cíclica”, dice el nonno, y también aplica a las ciudades, porque tienen un ciclo de vida. Solemos pensar que la transformación es hacia adelante, hacia el progreso; pero no siempre es de esa manera. ¿Cómo verla morir si aun la caminamos?

Los seres humanos estamos hechos de células y por eso nos desintegramos al morir, las ciudades pueden llegar a experimentar algo parecido cuando mueren de ausencia, abandono y hasta de desesperanza. La diferencia es que al estar fundadas tienen la capacidad de renacer. Ambos casos son transformación.

Lo importante aquí es aceptar el duelo y evitar perder el sentido de pertenencia urbano y con esto la identidad del lugar, porque ahí sí estamos graves. Rememorar la ciudad es una manera de lidiar con ello: conserve su esencia en el recuerdo, proyecte lo mejor de ella, pero sobre todo visualice cómo la quiere vivir en un futuro. Tenga en cuenta que la desesperanza y la vulnerabilidad van de la mano, y para sacudirlas no queda sino resurgir, generar un plan de reconstrucción y fortalecimiento. En consecuencia, volverá la esperanza. Todo es un proceso, más aun el rescate de ciudades golpeadas por la vida.

¿Qué hacer para rescatar a Mérida?

Café en mano, pasando otro rato del duelo urbano, una urbanista local reflexiona sobre qué hacer para darle vitalidad de nuevo a Mérida. Viviana Moreno, “la madre arquitecta”, plantea que “no es momento de volver, sino de seguir”. Sabia mujer. Efectivamente, ella ya ha aceptado la nueva realidad y como buena proyectista indaga sobre cuáles serían las acciones pertinentes a considerar.

«No es momento de volver, sino de seguir» – Arq. Viviana Moreno @vmtroconis, Junio 2020.

Viviana sugiere que lo ideal sería enfocarse en una actividad, de las tantas que se le atribuyen a la ciudad, para empezar a dinamizar la urbe; una que sea sostenible y de pie a las demás. ¿Es acaso la actividad académica? Tiene sentido cuando se suele referir a Mérida como una universidad con una ciudad por dentro.

Sugiere también la adecuación y humanización del espacio público por sectores y la consolidación de varias centralidades que provean de comercios y servicios a lo largo de la ciudad.

Eso sí, hace hincapié en lo importante que es identificar la base conceptual de los posibles procesos urbanos que se llevarían a cabo: regeneración, rehabilitación, revitalización.

Mejorar. La regeneración urbana se basa en acciones simultáneas, integrales y estratégicas en ámbitos económicos, físicos, sociales y ambientales; transformando y mejorando la urbe degradada. Este proceso no implica necesariamente volver a su estado anterior.

Recobrar. La rehabilitación urbana actúa sobre el área degradada para mejorar sus características físicas, manteniendo en gran medida su identidad y esencia. Es aplicable en la dimensión social, pues recompone el tejido urbano, preserva valores y refuerza la cohesión social.

Vitalizar. La revitalización urbana contempla la mejora económica y social de un sector urbano mediante políticas que fomenten y promuevan la inversión, generando actividades que dinamicen la ciudad y su sociedad, y a la par la mejora del espacio urbano.

Mérida no será la primera ni la última ciudad en ser perdida y -si hay justicia divina- próximamente regenerada, ni tampoco los merideños somos los únicos que vivimos un duelo urbano, pero vamos entendiendo qué está pasando, cómo llevar este duelo y sobre todo qué hacer para rescatar a la ciudad.

Así como Varsovia tuvo su grupo urbano y de resistencia moral, y Detroit se levantó con ayuda de entes privados, quizás Mérida pueda encontrar inversores para su rescate, con la universidad como gestora, porque es en ella donde están todos los planes urbanos. Estamos hablando de dar valor al espacio, generar sentido de pertenencia, recrear nuestra identidad y por ende generar bienestar y calidad de vida.

«No importa cuál haya sido el evento que destruya una ciudad, siempre será la memoria la que interrogue en el presente los hechos del pasado, para así poder proyectar el futuro que se quiere construir» – Juan Carlos Cubero

La diseñadora Viviana Moreno Troconis y la arquitecta Patricia Vera Paparoni, publicaron la versión original de este texto en su plataforma vainascooltas.com

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