Match entre venezolanos y argentinos: ¿por qué es chévere vivir en el sur?
La buena relación entre argentinos y venezolanos ha llegado hasta el punto de viralizarse a través de memes. ¿Pero qué hay detrás de ese buen vínculo? Algunas razones históricas, la experiencia de una ciudad rica, diversa y la posibilidad de experimentar un ritmo de vida más normal en relación con el dejado atrás. Así ven algunos locales y extranjeros residenciados en Buenos Aires esta conexión entre culturas distintas
Hay una tarima entre el Museo Histórico Nacional del Cabildo y la Plaza de Mayo. Está instalada en el punto donde confluyen la Avenida de Mayo, la Avenida Presidente Roque Sáenz Peña y la Avenida Presidente Julio A. Roca. Si se mira un poco más allá de Plaza de Mayo, se encuentra la Casa Rosada, el equivalente al Palacio de Miraflores en Venezuela. Lo normal, durante las conmemoraciones o jornadas de protestas en Argentina, es que cada una de esas avenidas se llene de argentinos. Pero este sábado 29 de abril de 2023 un pedazo de la Avenida de Mayo no es ocupada por ellos, principalmente, sino por venezolanos. Ellos, ante esa tarima por la que pasan distintos artistas, se festejan a sí mismos durante el evento “Buenos Aires celebra a Venezuela”.
Este es un programa desarrollado por el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires desde 2009. Su objetivo —según la página oficial— consiste en posicionar a la ciudad como un “referente en la promoción y protección de los Derechos Humanos, haciendo eje en la convivencia, el diálogo, el encuentro, la inclusión y el pluralismo cultural”. Más allá de la formalidad, e incluso de eventos como “BA Celebra”, esa búsqueda de convivencia, diálogo, encuentro, inclusión y pluralismo cultural se puede percibir en Buenos Aires de distintas maneras. La suerte, en el caso de la comunidad venezolana que se ha residenciado en los últimos años en Argentina, es que, además de esa búsqueda, hay una estima y respeto hacia ella que potencia todos los valores mencionados y suele contrastar con las historias de xenofobia y racismo que se cuentan, cada tanto, sobre venezolanos en otros países de la región.
Aunque la relación entre ambas naciones parezca reciente, puede que no lo sea tanto. Dependiendo de a quien se le pregunte, no es muy difícil encontrar a un argentino con algún amigo o familiar que conoce Venezuela porque se exilió allá durante los años de dictadura militar en Argentina; incluso, en La historia oficial (1985), el primer largometraje argentino en ganar un Oscar como “Mejor película extranjera”, hay un diálogo en el que se menciona a Caracas como un puerto seguro para quienes se iban de acá.
En esa producción, Norma Aleandro tiene la siguiente frase: “Ningún pueblo podría sobrevivir sin memoria y la historia es la memoria de los pueblos”. Esa línea podría entenderse como un ensayo sociológico. Bastaría quedarse con eso, hasta que, en el día a día, quienes vivimos en Buenos Aires vamos comprendiendo que una parte de esta sociedad ha hecho las paces con su pasado pero no lo olvida. En eso último, esa resistencia al olvido, puede que se sostenga una de las razones por las cuales entre argentinos y venezolanos hay, en términos generales, una buena relación: cuando ellos se iban, Venezuela los recibía; cuando nosotros empezamos a irnos, Argentina se hizo un puerto seguro.
Quienes vivimos en Buenos Aires vamos comprendiendo que una parte de esta sociedad ha hecho las paces con su pasado pero no lo olvida. En eso último, esa resistencia al olvido, puede que se sostenga una de las razones por las cuales entre argentinos y venezolanos hay, en términos generales, una buena relación: cuando ellos se iban, Venezuela los recibía; cuando nosotros empezamos a irnos, Argentina se hizo un puerto seguro
Cerca de la Plaza de Mayo, este sábado 29 de abril de 2023, se pueden comprar prendas con el color vinotinto y el viejo escudo de la FVF; hay tazas para los fanáticos de los Cardenales de Lara o los Leones del Caracas; también muñecas artesanales típicas del país y casi cualquier tipo de plato costumbrista. Si se afina el oído, es probable que se pueda reconocer el acento caraqueño, el maracucho, el andino o el oriental. Entre ellos, conviene no descartar la presencia del argentino. Porque, con el tiempo, la tonada porteña se cuela entre las voces venezolanas y porque no pocos argentinos han estrechado lazos con los venezolanos que conocen en Buenos Aires.
Ese es el caso de Agustina González, una bonaerense que vive desde los 26 años en Buenos Aires. Su relación con Venezuela se intensificó en 2016, luego de ver Piedra, papel o tijera en un festival de cine venezolano en la ciudad. “Esa fue la primera vez que sentí que Venezuela era una casa. Caracas me llevó a lugares que yo sentí que ya conocía o en los que ya había estado. Salí del cine muy movilizada”. Agustina nunca estuvo en Caracas. Todo lo que sabe sobre ella es a través de referencias o por sus amistades venezolanas en Argentina. Esa gente con la que se siente “mucho más en casa, a veces, que con los propios argentinos. Lo que más me llama la atención de los venezolanos es que son tan cálidos”. Ella, de vez en cuando, se imagina en un bar caraqueño, tomando alguna cerveza mientras suena Guaco, por ejemplo, y se le arma una sonrisa en la cara.
Según la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela, hay al menos 7 millones 239 mil 953 venezolanos fuera del país; de ese número, 6 millones 095 mil 464 se encuentran en América Latina y el Caribe. En Argentina —siempre según la plataforma citada— hay 220 mil 595 venezolanos. Esa cantidad de personas podría llenar dos estadios como El Monumental de River Plate y la mayor parte de La Bombonera de Boca Juniors al mismo tiempo.
En los últimos años, se ha hecho más común escuchar en las calles de Buenos Aires distintas tonadas venezolanas; como ese día en “BA celebra a Venezuela” o como cualquier otro. Hace no mucho, conseguir harina de maíz precocida para las arepas no era fácil. Ahora se puede encontrar en los principales automercados; hay distintos quesos artesanales venezolanos que se hallan en diversos negocios; hay emprendimientos, sobre todo gastronómicos, que se han instalado en la ciudad, resultando atractivos para locales y extranjeros. Entre tanto, la comunidad también se integra de forma progresiva a ese nuevo espacio que habita, colándose entre cafés, restaurantes y las canchas de fútbol en la plaza.
En algunas de ellas, Diego Carillo, un estudiante de Ingeniería en Sistemas en la Universidad de Buenos Aires, fue conociendo y haciendo equipo con algunos venezolanos. “(Cuando estamos jugando a la pelota), más allá de cualquier cosa, (los venezolanos) siempre están sonriendo; es algo que no veo mucho en los argentinos cuando se ponen a jugar. Ellos (los venezolanos) lo disfrutan mucho”, dice, luego de explicar que sus primeros encuentros con la comunidad fueron mientras hacía ejercicio en una plaza de Monte Grande, una ciudad de la Provincia de Buenos Aires, de donde proviene.
Diego Carillo, un estudiante de Ingeniería en Sistemas en la Universidad de Buenos Aires, fue conociendo y haciendo equipo con algunos venezolanos. “(Cuando estamos jugando a la pelota), más allá de cualquier cosa, (los venezolanos) siempre están sonriendo; es algo que no veo mucho en los argentinos cuando se ponen a jugar. Ellos (los venezolanos) lo disfrutan mucho”, dice
En esa búsqueda sobre posibles razones por las cuales parte de la comunidad venezolana en Buenos Aires se siente a gusto, Diego, de 20 años, apunta hacia el pasado: “La gente olvida esa parte de la Historia en la que Argentina está hecha a base de inmigrantes”. Incluso, en el Preámbulo de la Constitución de la Nación Argentina, el país se presenta como un territorio “… para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
Volviendo al presente, más allá de los antecedentes históricos, Diego explica: “Lo que yo he visto es que el venezolano viene, agarra lo que puede, se pone a trabajar, de ahí se arma una base y después se enfoca en hacer algo que le gusta. Ser argentino y querer hacerse desde abajo, ya es complicado; no me quiero imaginar para alguien que solo tiene un pasaporte. Admiro el esfuerzo que hacen por querer una vida mejor”.
Eso, una vida mejor, fue uno de los argumentos de Julio Mellior, periodista y barista, cuando decidió venirse a vivir a Buenos Aires. Su primera migración fue de Venezuela a Panamá, donde estuvo desde el 2014 hasta el 2018. Allá sentía que “estaba viviendo para pagar papeles”, como cuenta. Durante esos años, notó que había “hostilidad hacia el venezolano, en todo nivel. Pero siento que se podía manejar. Eso no quiere decir que no conozca venezolanos que hayan triunfado en Panamá y que he conocido, también, a otros a quienes les ha ido muy mal y se han ido a otra parte”.
En relación con la calidad de vida, Julio matiza: conviene no comparar la de Panamá con la de Argentina ni dar por sentado que lo que gusta a unos les tiene que agradar a otros. Así lo ve: «En Panamá, por ejemplo, si estás buscando tener un carro y lucirlo en las redes sociales, probablemente puedas hacerlo, si esa es la calidad de vida que buscas. Argentina tiene un sistema económico completamente distinto. Una de las cosas que me gusta de vivir en Buenos Aires es que el estado del bienestar está muy bien; podría ser mejor, no me quejo. Pero a mí me pasaba algo en Panamá y perro a cagar. Conocí mucha gente que se enfermaba y se tenía que ir pa’Venezuela. Acá en Argentina está la salud pública”.
Desde el punto de vista de Julio, “el venezolano y el argentino se la llevan bien porque, primero, al argentino le chupa un huevo de dónde venimos. No tienen la cultura de preguntarlo; lo hacen más por curiosidad (que por temor). Yo siento que compartimos puntos en común en algunas formas de ver la vida, como que somos personas que sienten mucho amor por su familia; somos sociedades a las que les ha tocado atravesar situaciones complejas. Una parte de esta sociedad ha viajado mucho, ha migrado. Entonces, está acostumbrada a ver gente de distintos países dando vueltas por acá”.
Keynali Álvarez, una venezolana que llegó al país en septiembre de 2017 coincide con Julio: “En Argentina, cada quien tiene su vida. Me gusta mucho que me dejen ser. Si estoy en la calle, con mi pareja, nadie me ve. Eso me encanta”. Su pareja es Karola García. Ambas se conocieron hace nueve años en Venezuela. Ahora están casadas. La posibilidad de estar juntas en un contexto más abierto en relación con los derechos LGBTIQ+ también influyó en su decisión de mudarse a Buenos Aires: «(En Venezuela) si estábamos en la calle, no podíamos estar agarrándonos de la mano. Argentina era un sitio que nos daba la oportunidad de hacer una vida en pareja bastante libre», dice Keynali.
Dependiendo de por dónde se camine, lo normal en Buenos Aires es escuchar acentos colombianos, reconocer a un peruano, tratar con el boliviano del puesto de verduras, cruzarse con turistas estadounidenses o europeos. Un collage de culturas que se pueden agrupar, en no pocas ocasiones, en un bar. Uno de esos argentinos que ha podido ver parte del mundo y volver es Miguel Rajin, Licenciado en Filosofía y profesor. Él empezó a ir y venir entre Estados Unidos y Argentina de 2001 a 2003. Luego, se instaló a estudiar allá desde 2003 hasta el 2007. En ese proceso, se cruzó con parte de la comunidad venezolana radicada en Miami. En sus palabras, había una base de venezolanos que ya vivían antes de la irrupción del chavismo y a ellos sumó otro grupo, aquellos que se habían ido de Venezuela como consecuencia del chavismo. Al volver, pudo ver el asentamiento progresivo de los venezolanos en Argentina, en especial, durante el 2012 y el 2013. Fueron años en los que el flujo de migrantes venezolanos comenzó a crecer de forma relevante y constante.
Según una investigación de Chequeado, durante 2012 y 2013, la radicación de venezolanos en el país fue de 1911 y 2285 personas. Al año siguiente, la brecha aún no se había abierto demasiado: entre radicaciones temporarias y permanentes, llegaron 2636 venezolanos. Un año después, en 2015, la cifra saltó a 5798 ciudadanos. Miguel vivió ese crecimiento. Lo podía percibir en las calles o en las aulas de clase. Una de las principales diferencias que nota entre la migración venezolana con la que tuvo contacto en Miami y la que ha visto crecer en Buenos Aires es que al sur llegó gente más joven; esa que consigue espacio en la Universidad de Buenos Aires mientras, en no pocos casos, trabaja en cafeterías, restaurantes, farmacias, vive en residencias estudiantiles durante los primeros meses, incluso años, hasta que, con el tiempo, logra alquilar un apartamento.
Desde la mirada de Miguel, se trata de una comunidad que “es heterogénea. Hay gente que está súper formada, hay personas que están algo formadas, hay otra gente que se vino con lo puesto, que no tenía ninguna posibilidad laboral ni educativa en Venezuela y se vino a buscarla acá. Son personas alegres, chistosas, ven el mundo de una forma más iluminada que nosotros; la mayoría tiene una capacidad de ahorro envidiable y mucha voluntad y ética de trabajo. Eso es algo que también vi en Estados Unidos: la ética de trabajo es algo que el venezolano no negocia”.
Son personas alegres, chistosas, ven el mundo de una forma más iluminada que nosotros; la mayoría tiene una capacidad de ahorro envidiable y mucha voluntad y ética de trabajo. Eso es algo que también vi en Estados Unidos: la ética de trabajo es algo que el venezolano no negocia
Puede que, por eso, sea posible abordar la crisis económica que atraviesa Argentina, con una inflación anual estimada por sobre el 100%. Ese entorno económico, complicado, no da espacio para la pausa y el ocio. Así podría explicarse por qué es común ver a distintos profesionales venezolanos trabajando a través de las aplicaciones de delivery o de transporte privado, como también ocurre en otros países de la región. Lejos de casa hace frío y no hay mayor red de contención, salvo el calor y el contexto que se construye, de forma progresiva, a través del trabajo. En ese sentido, Ana Paula Penchaszadeh, una de las autoras del informe “Diagnóstico sobre la situación de los Derechos Humanos de las personas migrantes y refugiadas venezolanas en la república Argentina”, explicó lo siguiente en una nota informativa del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas:
“Muchas personas venezolanas recientemente arribadas al país cuentan con capacidades y estudios absolutamente estratégicos para el mercado laboral argentino, pero enfrentan grandes obstáculos burocráticos para validar y acreditar sus títulos y estudios. Este rezago en la traducción local de las capacidades adquiridas en Venezuela, entre otras cosas, redunda en que la mayoría de las y los venezolanas/os (61%) considera que se encuentra sobrecalificada para el trabajo que realiza en Argentina”.
Es común cruzarse con porteños que cuentan que supieron sobre un ingeniero o un abogado que está trabajando como taxista; periodistas y comunicadores que se han adaptado al sector gastronómico, publicitario o que cuidan de personas mayores, al igual que algunos estudiantes de medicina. La sensación es que, con el tiempo, la migración venezolana ha copado distintas áreas de la sociedad porteña, a la vez que se abre a una ciudad potente desde un punto de vista cultura y que en materia de derechos LGBTIQ+ y género encuentra un mejor contexto del que tenía en Venezuela.
Trabajo. Educación. Amabilidad. Capacidad de adaptación. ¿Eso basta para tener una buena relación con el entorno? Hay otros aspectos a considerar y puede que cada venezolano y argentino esgrima uno en específico. En ese sentido, Miguel dice: “Creo que una de las cosas principales que hacen que los argentinos respetemos tanto a los venezolanos es que el venezolano se queja poco del país. Nosotros, los argentinos, nos quejamos todo el tiempo del país. Pero si vienen de otro país no nos gusta que se quejen. Entonces, cuando hay un extranjero que no se queja, nos cae mejor».
Por Nolan Rada, periodista venezolano que vive en Argentina desde 2016
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