De Interés

El día que RCTV salió del aire

Parecía una cosa imposible: el fin de un canal que era parte del día a día de los venezolanos. Uno estaba ahí y pensaba que quizás algo pasaría y la medida del gobierno de Hugo Chávez no se aplicaría. Pero no: el 27 de mayo de 2007, negado a renovar la concesión del canal, Chávez cortó la señal de RCTV y se libró de un feroz oponente. Luego caerían o se apaciguarían otros en esta prolongada era de censura y guerra contra los medios. Esa noche estuve en el canal y este fue el texto que escribí allí antes de ir a publicarlo en El Universal, otro medio de comunicación pulverizado por el chavismo. Esta fue la primera versión del texto, hecha en caliente. La publicada incluyó algunas otras cosas, unas palabras del entonces alcalde Capriles, por ejemplo. Pero eso se perdió porque el chavismo fantasma borró la memoria de El Universal en la web

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RCTV

Desolación. Ese quizás sea el concepto que mejor defina este momento: a la hora convenida, un minuto antes de la medianoche, la gente en el lobby de RCTV -convertido en enorme estudio para la ocasión- pasó de una euforia desesperada a toparse con el duro mazo de la realidad: la imagen de Tves apareció en los monitores. Se acabó el canal 2 tal como lo conocimos.

La última transmisión desde Bárcenas fue un coro del Gloria al bravo pueblo entonado con rabia y llanto. La línea cantada con más fuerza fue, por supuesto, esa que dice “muera la opresión”. Elisa Parejo, veterana de La Rochela, se había acercado diminuta hasta el lugar en el centro del estudio donde Marcel Granier y Eladio Lares pasaban sus últimos momentos al aire: les abrazó y se soltó a llorar ocultando el rostro con sus manos. Y cantó sin poder contener las lágrimas, tal como también lo hicieron muchas otras figuras conocidas, entre ellas Camila Canabal y Cristina Dieckman.

Luego vino un silencio de esos que uno nunca más quisiera vivir: el de la desesperanza, el de un equipo de gente que se siente familia y que hoy debe empezar a asumirse despojada de su espacio común.

Es muy extraño caminar entre esta multitud llorosa que se abraza, que intenta darse ánimos y que no encuentra manera de desahogar la rabia: porque de eso también hay bastante. Los fotógrafos disparan a placer: nunca antes habrían visto a tantas mujeres hermosas tan tristes al mismo tiempo y en el mismo lugar.

El sonido no hace las cosas más fáciles. Al fondo de un murmullo acongojado eventualmente roto por alguien que grita algún insulto contra el poder, se escucha una sirena que se repite en un loop combinada con el rugido de un león. Un rugido que ya en este momento se antoja más bien lastimero: el de una fiera con una herida sangrante.

Mariela Celis, animadora, se acerca con los ojos rojos. Dice que todo esto es muy raro, que no entiende nada, que esto es una dictadura. “Tengo miedo”, dice. Y se comprende.

“Somos los mejores”

A las 11:20 de la noche en la sala de prensa de El Observador había un silencio dramático. Podría decirse que por allí empezó a acabarse todo: la reportera María Elisa González hizo su pase en vivo desde las afueras de CONATEL donde había estado cubriendo, entre gas lacrimógeno y piedras, los eventos de la jornada de protestas. Fue la primera en decir que se despedía, junto a su equipo técnico, “por ahora”.

Le siguió Junior Acosta, desde la Plaza Francia, en Altamira. Aquí adentro todos gritaban y aplaudían mientras en la pantalla veíamos a Acosta y a su gente en su última transmisión. Tocó el turno a Francia Sánchez, desde Santa Mónica, haciendo otro tanto y para el cierre dejaron a Yanitza León desde las propias puertas del canal. Hasta que al fin lo hicieron desde el estudio de El Observador: el noticiero más antiguo del país se quedaba sin señal.

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Allí entendieron primero que todos que no habría salvación de último minuto. Recostados contra los escritorios o contra las paredes el joven grupo de periodistas estaba devastado. Lloraban, se abrazaban, se esforzaban por animarse dando aplausos; hasta que Daniela Bergami, directora general de la planta, apareció para pedirles a todos entrelazar un círculo, para decirles que ya buscarían otra manera de seguir haciendo el trabajo, para decirles –con voz quebrada- que estaba orgullosa de ellos.

Pedro Beomón, coordinador de redacción de El Observador siguió esforzándose por animar sus muchachos: pero más bien parecía hacerlo para no largar las lágrimas contenidas con rabia: “Somos los mejores”, gritaban. Por acá el llanto es contagioso.

Hoy, pese a todo, los reporteros volverán a salir a la calle como en un día normal: “Haremos nuestras pautas y grabaremos El Observador tal como si estuviéramos al aire”, dice la coordinadora de información Yuly Belle Youssel. Pero no será, claro que no, un día como cualquier otro: será el primero sin audiencia.

El control lo tiene otro

Los rostros de Marcel Granier y de Eladio Lares toda la noche han lucido imperturbables. Apenas unas sonrisas, eso sí, pero nada de expresiones tristes. A las 11:33, Lares se mantiene en el lobby, pero siempre detrás de cámaras. Dos minutos más tarde empieza la transmisión del penúltimo “negro” del canal y casi en simultáneo un reportero de la colombiana Radio Caracol le pide sus impresiones del momento.

Hace rato que Beatriz Pérez Ayala, de relaciones públicas, intenta coordinar la llegada de Granier para estos momentos finales. A las 11:42 casi todos aquí entonan Un corazón que grita, ese tema que se convirtió en himno de RCTV de tanto repetirlo. Ya Granier y Lares están en el centro del lobby, rodeados de cámaras de distintas partes del mundo que les graban y fotografían buscando quizás alguna expresión de dolor porque ya todo se va a acabar. Pero de eso nada.

Granier se ha cambiado el paltó gris de esta tarde por un suéter oscuro, aunque sigue usando su corbata y no hay manera de que pierda el cuidado orden de su cabellera. Lares sigue aquí con su larga chaqueta beige y ambos soportan el tumulto sin mayor problema: así son también los afectos.

Cristina Dieckman sorprende con unos momentos de fervorosa oración: “Señor, tú eres el único que tiene el control de nuestras vidas”. Y así. Faltando unos 10 minutos la productora indica que es momento de pasar un video más que emotivo. Alguien pide sentarse. Lares lo hace en el piso. Granier prefiere permanecer en cuclillas y escucha con la mano en el mentón esa canción que está hablando de que un amigo se va.

Después vino el himno. Y ya sabemos que fue el final. “Por ahora”, dicen aquí.

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