Venezuela

Pestes agrícolas: ¿recuerdan la expropiación de Agroisleña?

El efecto no fue inmediato: pero llegó. El Estado acabó con Agroisleña, dejó a los productores desabastecidos y sus labores de prevención y control se relajaron casi por completo. Las pestes azotaron a los cítricos, el arroz, las papas, el plátano... Aunque todavía hay razones para pensar que la recuperación es posible

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Hasta hace una década, explica Edison Arciniega, sociólogo y presidente de la consultora Centro de Estudios Agroalimentarios, Venezuela producía entre 80.000 y 100.000 toneladas anuales de cítricos: sobre todo de mandarina y de limón Tahití, una variedad que no es globalmente predominante, pero se consume en áreas tropicales de Venezuela y Colombia. La producción local cubría en su totalidad las poco más de 80.000 toneladas de consumo interno. Los cítricos venezolanos se exportaban a las islas ABC, a Trinidad e incluso a Colombia. Pero eso se acabó.

El dragón amarillo –Huanglongbing, una enfermedad generada por una bacteria de origen asiático– hizo su aparición en la década de los años 2000. Como un ventarrón, se extendió por las plantaciones de naranjas, limones y mandarinas de Carabobo, Yaracuy y Anzoátegui. Aparecieron manchas amarillas y marrones en las hojas y frutas, que se hicieron más débiles y deformes. Los árboles comenzaron a morir. La producción se desplomó a 20.000 toneladas.

Según la Confederación de Asociaciones de Productores Agropecuarios de Venezuela (Fedeagro), hasta 95% de los cítricos del país podrían estar infectados y 93% de todos los limones que se consumen en Venezuela hoy en día son importados. Las cifras de importación de naranjas y mandarinas podrían ser mayores. “Zonas de Yaracuy, de los valles altos de Carabobo, de la zona de Araira, han padecido el borrado de la que fuera su manera de vivir y producir durante 30 años”, dice Arciniega. En marzo de este año, en Fedeagro estimaban más de 38 mil hectáreas de cítricos destruidas en Carabobo y Yaracuy.

El dragón amarillo no es el único problema. En 2017, el vaneamiento del arroz –una enfermedad que deja los granos inservibles para el consumo– afectó a siete de cada diez hectáreas en los cuatro estados productores de arroz, aunque han venido recuperándose. Dos años después, la polilla guatemalteca –que hace hoyos en los tubérculos– acabó con 30% la producción de papa. Ahora, la sarna verrugosa y la sarna plateada están afectando a cientos de hectáreas de papas en los Andes venezolanos.

Este año, por afectaciones de hongos y otras enfermedades, más de la mitad de la producción de cacao de Sucre –que representa más de 50% de todo el cacao de Venezuela– se desplomó. El hongo Fusarium también está extendiéndose por cientos de hectáreas de sembradíos de cambures y plátanos y se cebó, especialmente, en los campos al Sur del Lago de Maracaibo. Incluso, en días recientes, el Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas reportó la presencia de la bacteria Ralstonia y el hongo Synchytrium en plantaciones de papa en Mérida.

Aunque Venezuela es un país tropical, con altísima biodiversidad y sin inviernos que aplaquen la vida bacteriana y fúngica, la reciente proliferación de afectaciones agrícolas es otra consecuencia del colapso del país en la última década. Durante años, explica Arciniega, el Estado venezolano –por medio de esquemas proteccionistas e intervencionistas– hizo inversiones masivas en los sectores agrícolas y alimenticios. “Esas políticas crearon un campo acostumbrado a capturar renta, más que a producir”, dice: “Si revisas la gráfica de evolución del maíz por 35 años, te vas a dar cuenta de que la línea se mueve correlativamente a la línea de los ingresos petroleros”. Mientras más ingresos petroleros tenía Venezuela, más producción interna había.

Un efecto inverso, ahora con caídas de volúmenes de producción agrícola, sucedía cuando la producción de crudo se desplomaba: “Hasta el año 2012, en Venezuela no cosechábamos productos agrícolas, sino que se cosechaba renta petrolera a través de productos agrícolas”. Es de esperar, entonces, que una vez que el país atravesó el mayor desplome de su industria petrolera –llevando a una contracción económica sin precedentes en países fuera de guerra y una emergencia humanitaria–, el sector agrícola también se viniese abajo. A eso, le siguieron las pestes.

“Evidentemente, hay un impacto del colapso”, dice Arciniega: “A pesar de que somos un país tropical, no habíamos tenido la incidencia que tenemos ahora de estas plagas”. En su análisis, la crisis se expresó de tres maneras que llevaron al auge de afectaciones: la escasez de productos como pesticidas y fertilizantes, la entrada de contrabando masivo de Colombia de productos falsificados pretendiendo ser productos criollos y la caída de la capacidad adquisitiva de los productores que, buscando optimizar precios, cortaron la inversión en controles fitosanitarios y de manejo agronómico.

El desplome del Estado, tras la caída masiva de la renta petrolera, también ha tenido un rol fundamental. “El Estado se ha replegado en exceso: se replegó en la sanidad agropecuaria, abandonando a los productores a su suerte, se replegó en el mantenimiento de las barreras fitosanitarias fronterizas”, dice. Así, siguieron las sarnas verrugosas y plateadas, el Fusarium, el dragón amarillo y hasta fiebre aftosa y tuberculosis en el ganado.

Sin insumos, sin crédito

Arciniega apunta a una causa directa: el auge de afectaciones en gran medida sucede por “el impacto de la desaparición de Agroisleña, junto con el de las carencias de fuentes de financiamiento adaptadas al sector agropecuario”.

Por décadas, Agroisleña –una compañía privada fundada por inmigrantes españoles– abasteció 40% del suministro de fertilizantes, semillas y agroquímicos en Venezuela, según Fedeagro. Hasta que “la revolución” le puso el ojo.

En octubre de 2010, el gobierno de Hugo Chávez la expropió. Sobre su estructura se montó Agropatria y ya para 2015 la sucesora estatal había monopolizado 95% del suministro, según Fedeagro. Pero no fue, claro, una empresa exitosa: quebró, como gran parte del abanico de compañías expropiadas por el chavismo, y se disparó la escasez de los productos para la agroindustria.

Aunque el gobierno vendió Agropatria en 2020 a privados, Fedeagro reportó la necesidad de importar insumos para abastecer el mercado: la producción agrícola en el país se había desplomado 70% en los últimos cinco años, llevando a niveles de cosechas de maíz, arroz, café, caña de azúcar y algunas hortalizas similares a los de la década de los 60, cuando la población era considerablemente menor.

“Una vez que se expropia Agroisleña gozamos de dos o tres años de productos de sus inventarios, de primera línea mundial”, hace recuento Celso Fantinel, vocero de Fedeagro: “Luego llegaron productos de menor calidad. Las empresas transnacionales dejaron de enviar sus agroquímicos, herbicidas, insecticidas y fungicidas”. Y se dio la situación perfecta para las plagas y afectaciones.

El gobierno liberó las importaciones de agroquímicos y fertilizantes apenas hace dos años, explica Fantinel, lo cual ha suavizado la situación.

Pero a la crisis de los insumos le siguió un alza de precios de los fertilizantes como consecuencia del colapso de la industria nacional –según la Asociación Venezolana de la Industria Química y Petroquímica (Asoquim), 80% de las empresas químicas actualmente operan por debajo del 40% de su capacidad– así como el impacto de la invasión de Rusia a Ucrania, pues ambos países son grandes proveedores de fertilizantes.

Sin embargo, dice Arciniega, el año pasado se registró un incremento de la superficie sembrada y fue “un año estelar” en la siembra de maíz y arroz. Pero más allá de la agricultura comercial, los precios de los fertilizantes continúan afectando a los campesinos.

Además de la escasez de insumos o sus altos precios, los productores agrícolas no tienen el financiamiento para invertir y tratar situaciones como las pestes. Aunque el sector agrícola requiere 1,5 mil millones de dólares anuales para operar de acuerdo a estimaciones de Fedeagro, el crédito bancario en Venezuela –uno de los más bajos de la región– es menor a 200 millones de dólares.

Según Fantinel, los insumos de Agropatria no solo eran deficientes y estaban dirigidos a grupos afectos al chavismo por medio de la empresa militar AgroFanb y el conglomerado Agrosur, sino que Chávez mandaba listas a los bancos que seleccionaban discrecionalmente a quienes debían recibir créditos: “Eso nos debilitó muchísimo”.

El sector agrícola ha buscado nuevas opciones que han aparecido con la leve apertura de la economía en años recientes: financiamiento por la Bolsa de Valores de Caracas o la Bolsa Agrícola, por ejemplo. Según Arciniega, actores cercanos al sector bursátil están “apalancando siembras por volúmenes cercanos a los 400 o 500 millones de dólares este año en acuerdos directos con asociaciones de productores o con grandes productores”. Esto está generando grandes bloques de inversión o asociaciones de productores que controlan tierras propias y de otras personas.

El contrabando también trae pestes

Bajo la capa verde de las siembras de los montes de Táchira y Trujillo se expande un asesino silencioso: la sarna verrugosa, generada por un hongo y que asemeja una roña marrón en la piel de las papas, está proliferando –afectando a cientos de hectáreas– como un efecto inesperado del contrabando desde Colombia. Entre 2021 y 2022, de hecho, la papa venezolana pasó de representar 80% del mercado local a tan solo 47%, según la Confederación Nacional de Productores y Comercializadores de Papa en Venezuela (Confepapa). Con la lluvia de la papa colombiana, entraron la sarna verrugosa y la sarna plateada.

El control sanitario no siempre fue escaso en el país. “Venezuela y técnicos venezolanos fueron fundadores de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) y de PANAFTOSA (Centro Panamericano de Fiebre Aftosa)”, dice Arciniega: “Venezuela fue pionera y ejemplo en materia de controles fitosanitarios”. Pero la situación ha cambiado.

Según el experto, el Instituto Nacional de Salud Agrícola Integral (INSAI) hoy se ha hecho permisivo con el tráfico de productos agrícolas como la papa: que suele entrar por la zona cafetalera de Delicias, en el Táchira, y es vendida como un producto venezolano. Según un informe por publicar del Centro de Estudios Agroalimentarios, una de cada tres papas que se comercializan en Venezuela se originan en Delicias: y es curioso, porque allí no se produce papa.

En marzo, el gobierno venezolano declaró una emergencia fitosanitaria por la presencia del hongo Fusarium R4T en plantaciones de cambur y plátano en Venezuela. Según Arciniega, este hongo afecta unas 6.000 hectáreas de las 150.000 hectáreas comerciales que hay de plátanos y cambures. El hongo llegó a Venezuela por medio de plántulas de banano traídas -sin controles- desde la cuenca del río Magdalena en Colombia para reactivar cultivos de plátano en el centro del país. Ahora, el Fusarium se ha registrado en Aragua, Carabobo y Cojedes.

El contrabando también incrementó las afectaciones en el café venezolano. “Si revisas en Venezuela, cada vez el café es más negro por el sobre tostado al que se le somete como medida de prevención ante las condiciones fitosanitarias aparentes de ese producto que llega desde el país vecino”, dice Arciniega.

Pero además, el contrabando también ha llevado a que las intoxicaciones alimentarias se hayan multiplicado por ocho en cinco años. “Si yo fuera técnico del INSAI estaría debatiéndome entre ir a darle un premio a los agricultores de Delicias por su reconversión y porque ahora son más productivos que los holandeses”, dice sardónicamente: “O ir a ver qué está pasando con el contrabando allí”.

Algunos se están ingeniando soluciones. Según Fantinel, ahora Fedeagro está llevando a cabo un programa de reproducción de semillas de papa granola en tierras vírgenes para ofrecer a los agricultores “una papa que esté libre de cualquier bacteria o de cualquier enfermedad”.

El Estado se desvanece

El escaso control sanitario no es el único síntoma del repliegue del Estado en medio de la crisis venezolana. La evaporación de todo presupuesto y los efectos sociales de la situación han llevado a la desaparición de laboratorios agrícolas estatales que estudiaban la agricultura y las pestes.

“En el caso de los laboratorios, es trágico lo que ha pasado con el INIA (Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas), con el INSAI (Instituto Nacional de Salud Agrícola Integral) y con el INTI (Instituto Nacional de Tierras)”, dice Arciniega, “el 90% de los laboratorios de atención al sector agrícola y ganadero en Venezuela que pertenecían al Estado están inactivos”.

Los 20 laboratorios del INIA, por ejemplo, han sido desmantelados por el hampa desde 2015. El INTI, dice Arciniega, incluso transfirió sus laboratorios al sector privado.

Además, desentendido y con ministros “negligentes” y “paracaidistas”, el Estado simplemente no ha creado planes para lidiar con las afectaciones. “La actuación del Estado en materia del dragón amarillo es nula, pero también es nula en sarna verrugosa, es casi nula en el Fusarium, casi nula en las campañas de vacunación contra la fiebre aftosa, casi es nula respondiendo a la polilla de la papa, es casi nula respondiendo al mal manejo de los agroquímicos”, enumera Arciniega: “El INSAI no cumple con su labor, el INIA tampoco cumple con su labor. Están destecnificándose”.

Según el experto, el colapso del Estado y el repliegue del INSAI representan no solo riesgos severos para la producción sino también abre la puerta a posibles zoonosis: es decir, transmisión de enfermedades de animales a humanos. “Ya tenemos registros de zoonosis de brucelosis en los mataderos venezolanos”, dice: “Tenemos brotes, no oficiales, pero conocidos, de rabia bovina”, que puede ser letal en seres humanos.

El día después

¿Hay vuelta atrás? “¡Claro que hay vuelta atrás!”, asegura Arciniega. Por ejemplo, explica, importando al país variedades de cítricos resistentes al dragón amarillo. Según Fantinel, Fedeagro está importando cítricos resistentes de la Universidad de California: “Por supuesto, con una gran dificultad al no haber financiamiento”.

Además, explica, se debe avanzar a un nuevo paradigma en el que los productores “asuman el manejo agronómico, fitosanitario y fitopatológico de sus cultivos de forma responsable: que le den más trabajo a agrónomos, a fitopatólogos, a agrotécnicos y que incorporen más la tecnología”. La manera como los productores de plátano han lidiado con el Fusarium es un ejemplo de esto: “es un sector con unos niveles de tecnificación importante”, dice: “No nos va a pasar con el plátano y el banano lo que nos pasó con los cítricos. Sin el Estado, a pesar del Estado, vamos a sobrevivir al Fusarium y estamos lidiando muy bien con él”.

Hay además un cambio de paradigma estructural. Según Arciniega, 97% de las siembras de este año se están desarrollando con capital privado.

Pero los retos siguen siendo muchos: los costos de producción de las hortalizas son mayores que sus precios –lo cual podría quebrar a ese sector– y aunque la productividad agrícola ha aumentado, explica Fantinel, el crecimiento de la capacidad de siembra por hectáreas es lenta. Sin embargo, tras la contracción de la crisis, la producción nacional está aumentando de nuevo su capacidad de abastecimiento en varios rubros: 77% del maíz blanco, 35% del maíz amarillo, 50% del arroz y 60% de la caña, explica Fantinel. Pero, dice Arciniega, se necesita la activación de contribuciones parafiscales –contempladas en una ley del 2001– para invertir en investigación y sanidad agrícola y pecuaria.

Y, aun así, recalca los casos exitosos que abundan en el país: “como los programas de Fundacaña, de reproducción y de mejora de la genética de la caña; como la mejora que algunos sectores primarios han hecho en la producción de cacao, como lo que vienen desarrollando en la Asociación de Productores del Molino, en conjunto con Confepapa y Fedeagro en los pueblos del sur de Mérida, haciendo escalamiento de la reproducción de las semillas de variedad granola”, dice: “Hay también el éxito de los productores de camarón en el Sur del Lago que está muy asociado a la ganadería y sobre todo este éxito de la ganadería nacional que ha logrado producir entre 5 y 7, quizás hasta 8 millones de litros de leche por día y en un esquema de doble propósito: también producir la carne más barata de América con una de las mejores condiciones organolépticas del mundo”.

Fantinel también ve potencial en Venezuela: “Es un país que tiene 30 millones de hectáreas de tierra disponible y apenas cultiva millón y medio”.

“Venezuela tiene 12% o 13% de toda el agua dulce subterránea del mundo”, continúa enumerando virtudes: “Y tiene en superficie 365 días de sol. Esto nos da un futuro muy promisorio. Ya vamos a llegar a 8 o 9 puntos del PIB total. Eso quiere decir que la recuperación del sector agrícola es un hecho”.

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