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La enésima capitulación de Real Madrid ante Barcelona

Las redes sociales han cambiado la manera de tratar de entender y explicar el fútbol. Pareciera que si no tenemos una idea que pueda expresarse en 140 caracteres, no entendiéramos la materia. Todo es rápido. Hay quienes logran tuits más ingeniosos que otros y quienes consiguen palabras universales –de fácil consumo- que se toman como explicaciones válidas a procesos complejos.

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Foto: AFP

Por eso un partido se ha convertido en un reto para el que lo analiza. Por un lado se recibe un montón de información imposible de confirmar a distancia: “Benítez se traicionó”; “El 11 lo armó Florentino”; “Los jugadores del Madrid querían este esquema”. Y por otro, tienes lo medianamente objetivo, lo que se ve por televisión, que posee la subjetividad  del filtro de quien dirige la transmisión. Cuando estamos en el campo, en el estadio, nos perdemoos una repetición que aclara si fue fuera de lugar o no, penalti o no, es una desventaja, claro. Pero también tienes la oportunidad de observar cómo se mueve todo el equipo. Es fácil ubicar quién perdió el paso de baile en la coreografía.

Con el once que abrió Benítez se pueden conseguir muchas cosas. Muchas cosas maravillosas, agregaría yo. La dificultad estriba en lograrlo cuando no ha sido tu principal apuesta desde inicio de temporada. Pensar que tener hombres ofensivos y que, con su velocidad, puedes ahogar a este Barcelona, sin haber masticado ese tabaco hasta desgastarlo, es iluso. Un suicidio, además, si lo intentas ante un rival en estado de gracia . Rafa comenzó su ciclo dándole los galones a Bale y sacando de posición a Cristiano. Más o menos obtuvo resultados hasta que el galés se lesionó. Luego encontró otra fórmula, basándose en la fortaleza de Casemiro. Eso condujo a que Kroos perdiera su norte, eficacia y, si me apuran, deseo. Por alguna razón, cada vez que llega un nuevo entrenador al equipo blanco, una pieza que es muy buena se ve fuera de lugar y luego es recibida con los brazos abiertos en otros lares. Di María es el último ejemplo, un espejo en el que se podría reflejar, en lo inmediato, CR7 en el futuro, muchos más.

Perder la cabeza cada vez que se juega contra el Barcelona se ha convertido en una escena familiar para el Real Madrid. Como los diálogos de Woody Allen o las traiciones en los filmes de Martin Scorsese. Se intuyen, se huelen. Una lesión antes del Clásico, para el merengue, es una alarma que suena las 24 horas. En el equipo culé es un detalle que se corrige en el campo. Ante la ausencia de Messi, los blaugranas potenciaron su colaboración ofensiva, con Neymar y Suárez como estandartes. Hoy, ante el poderosísimo rival, el único que se siente –y se ve- capaz de pelearle la liga, Piqué terminó como delantero. Bien pudo conseguir el quinto si Munir no se le adelanta, con un remate sin equilibrio. “Grande Munir pero la próxima me la dejas vale?”, escribió luego el defensa en su Twitter. El cachondeo en el Barcelona también demuestra las grandes diferencias que le separan de ese estado piscótico que se vive regularmente en la casa blanca.

La vulgarización merengue

La derrota ante Barcelona podía presagiarse desde los terribles partidos contra Sevilla y PSG. Que el Madrid se hundiera tras la caída de Sergio Ramos fue un aviso. Que el jugador decidiera operarse después de jugar contra Barcelona, una declaración. Sin él, no hay un líder o algo que se le asemeje. Aquel gol de chilena lo resume. El tanto plasmó el momento más brillante del equipo ante un Sevilla asustado y superado. Al caer, el jugador se resintió del hombro y entonces se asomó la debacle. Mientras Messi se podía dar el lujo de jugar en el segundo tiempo en el Bernabéu, el equipo local debía usar a su capitán herido, como Rambo.

En uno de los goles del Barcelona se realizaron 24 toques, en otro un taquito y un remate precioso. En este equipo, el lujo es consecuencia de la competitividad. Mientras, Benítez, en rueda de prensa, señalaba un disparo sin fortuna de Marcelo como el posible momento bisagra. Así de lejos parecen estar estos dos rivales. En uno se hace todo con la premisa de darle espacio a la calidad y el buen juicio. En el otro, al arreo personal.

Con Benítez se sabía que ningún jugador escribiría poesía. Pero al menos, se intuía cierta aspereza. De allí que el protagonismo de Casemiro no sorprendiera. Entonces lo alcanzó el Clásico, con Modric y Kroos de escuderos de un medio campo y una delantera que debería ser capaz de generar miles de situaciones de gol. No obstante a sus físicos y publicidad, James, Bale, Benzema y Cristiano están muy lejos de ser The Avengers. Si acaso, vimos un buen remate del colombiano, dos del francés y uno sutil del portugués que se estrelló en la cara de Bravo. Del galés no hubo noticias. Al mismo tiempo, las bandas eran un centro comercial para el Barcelona. Los cambios de balones a los costados o los pases a las espaldas de los defensores daban resultados. Que una estrategia tan básica funcione habla muy mal del entrenador blanco, pero también del orgullo de cada jugador.

Cuando Barcelona anotó su primer gol, no hubo respuesta inmediata. Con el segundo, todos bajaron los brazos. El inicio del segundo tiempo comenzó con esperanzas. Fue el momento de aquel disparo al costado derecho de James, que Bravo (magnífico cuando fue exigido) resolvió con la agilidad de Mantis, la criatura más pequeña que acompaña al Kung Fu Panda en sus aventuras. Benzema y CR7 también serían víctimas de esos reflejos.

El 0-3, no obstante, que se generó con un precioso taco de Neymar y que culminó con un potente remate de Iniesta, terminó de sepultar al Bernabéu. El 4-0 fue solo cuestión de tiempo. Los pañuelos blancos hablaban desde la grada y la roja a Isco, que ingresó por James, el colofón de una triste tarde (y van…). Que el público entendiera la alevosa patada a Neymar como una demostración de entrega; que aplaudiera la manera más vil que se tiene de no aceptar la superioridad del rival, es deprimente, sobre todo si se recuerda que antes del pitazo inicial hubo un minuto de silencio por las víctimas de la violencia en París.

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