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Tan humanos que se creen intocables

Lo he expuesto en otras oportunidades y en diferentes charlas: las selecciones no son de los países, son de las federaciones. El fútbol, el negocio más rentable del mundo, se basa en una simbología, en una ilusoria manifestación de representatividad del fanático, que no vota ni para elegir al presidente del organismo que regenta la actividad del país, ni mucho menos para escoger al menos a uno de los convocados a vestir la camiseta nacional.

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Juega mi país”, es la expresión cuando se ve a  11 hombres (14 si efectúan los tres cambios) uniformados. Realmente es una representación microscópica de Venezuela. Compiten en un torneo que genera incontables ganancias, repartidas entre cuatro gatos. Hoy, gracias a la Fiscalía de Estados Unidos y a la cooperación de Suiza, sabemos algo de esa repartición. La pasión de muchos es el negocio de pocos.

En el fútbol todos obtienen resultados. Hasta los equipos que pierden. Por eso las federaciones tienen un peso clave en las votaciones para escoger a su máximo representante. Sepp Blatter y otros no habrían logrado lo que lograron sin el apoyo de miembros que nunca acudirán a un Mundial (ni hablemos de ganarlo). Piense en las pequeñas islas del Caribe y los representantes africanos, para que se haga una idea.

Los técnicos, obviamente, cobran por su trabajo, pero lo que realmente buscan es armar el currículum. Un estratega de un país pequeño no dará el salto al fútbol extranjero si no ha dirigido a su combinado patrio. Y el atleta sigue esa línea. Cuando recién se le coloca en el mercado, el mayor logro que puede mostrar es el número de veces que ha vestido la casaca nacional. Si su nombre se fue repitiendo con el paso del tiempo -de infantil a mayor- aumenta su valor y las oportunidades se multiplican.

En esta fórmula de ganar-ganar, ¿quién es el que no genera ingresos? Sí, el fanático. De hecho, es el único que gasta. Madruga para conseguir una entrada, reúne para comprar la camiseta y, a cambio, aprende a vivir con la decepción de la derrota.

El jugador siempre tendrá un mañana. “El fútbol te da revancha”, es su invento. De la selección regresa a su equipo; a otro torneo, a su otro sueldo. El aficionado no. Su tristeza es infinita y el rutinario trabajo sólo duplica la abulia.

El juego

Cierto. Nada de esto se esconde. Se aceptan las reglas del juego y se espera lo mejor. Nos enorgullecemos, gritamos un gol o lamentamos el disparo errado. Este negocio nos saca lo más primitivo. Si alguna emoción nos une con nuestros antepasados, es la euforia de la victoria. Así seguramente celebraron quienes descubrieron el fuego.

Y he allí la paradoja: el deseo de triunfo nos enceguece, nos impide ver con claridad los problemas no resueltos, que tarde o temprano minarán la posibilidad de éxito o su repetición en el tiempo.

La ausencia de Rafael Esquivel ha puesto en primera plana la mediocridad del grupo que escogió para que le acompañara. Si el fútbol venezolano no ha evolucionado es precisamente por la manera de gerenciar del expresidente de la FVF, hoy detenido en una cárcel. Primero porque nunca sumó a los mejores. Segundo porque no delegó.

Y tales han sido los errores de Laureano (sus declaraciones al diario Líder pasarán como las más infames de un directivo en un cargo de su categoría) y compañía, que a Esquivel se le empieza a vender como una segunda parte de Pérez Jiménez. En algún momento también se hablará de la infraestructura dejada. Si el cliché sobre el legado del militar son las autopistas, el del federativo será el CAR.

Amor propio

Coincido cuando los jugadores escriben que con los dirigentes actuales no se puede asistir a un Mundial. Una renovación del tren directivo de la FVF siempre fue necesaria y la ausencia de Rafael Esquivel no debe ser una excusa para evitarla. Actualmente, no hay allí ni el talento ni la intención de cambiar los paradigmas que generen una remota oportunidad de clasificación.

Habría, sin embargo, mayor credibilidad en esa carta impulsada desde la capitanía de Tomás Rincón si previamente hubieran mostrado mayor preocupación por todo lo que rodea a la selección y que incide en el resultado,  igual o tanto como la acción en el propio terreno de juego. ¡Ah, cierto! Aún estaba Esquivel al mando; el hombre que giraba dinero con sólo levantar el teléfono.

La misiva tendría resonancia y coherencia si las eternas deudas de los equipos con sus compañeros de profesión -nacidos y no nacidos en Venezuela- en el torneo local, hubieran encontrado resonancia en una voz Vinotinto. O si tal indignación se hubiera planteado en la séptima fecha del fútbol venezolano, que evidenció cuan politizado estaba el fútbol nacional, también quedaba blindado el reclamo actual. Para los que no lo recuerdan o no saben: a los equipos se les obligó a jugar mientras venezolanos morían en las calles, en enfrentamientos entre hermanos. Eso no generó ni un tuit ni una declaración por Facebook o una fotito en Instagram.

Mucho menos existió una respuesta colectiva cuando César Farías, entonces entrenador, cuestionó la entrega de Salomón Rondón o Juan Arango. Y para finalizar los ejemplos: cuando ese cuerpo técnico puso en duda la lesión de Gabriel Cichero y usó la prensa amiga para tildarlo de cobarde, tampoco hubo una manifestación como grupo.

Todos se equivocaron

Las reacciones de Noel Sanvicente, es verdad, han contribuido de manera directa al caos. Señaló a culpables, cuando la situación -tras las cuatro derrotas- exigía prudencia. Por personalidad, impotencia o la razón que fuere, el hombre más ganador del fútbol venezolano no supo contener un muro que estaba a punto de caer.

Todos los que manejamos el tema de la selección sabemos de la molestia interna del grupo por fallas económicas y de organización. Y también conocemos la injerencia que ha tenido César Farías desde su retiro. No obstante, en lugar de manejar el asunto con buena mano zurda, a “Chita” se le escapó un uppercut de derecha. Todo ello ha desembocado en un inconformismo que culminó en la alineación de jugadores de tendencias diversas. Fue colocar en bandeja de plata a protagonistas dispuestos a escuchar asesorías externas, de periodistas y del cuerpo técnico saliente.

En este apocalipsis Vinotinto nadie es inocente. Ni los medios, que muchas veces alcahueteamos las irresponsabilidades de los jugadores, aquellos que salieron a rumbear luego de una derrota o de los que callaron cuando Esquivel y Farías lo exigieron.

Nos hemos olvidado de todo, ética y profesionalmente, hasta a endiosar a unos seres que son tan humanos como para creerse intocables.

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