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Leicester: un campeón que reivindica la batalla de las ideas

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El deporte es la actividad que más ha hecho por enaltecer el valor del espíritu humano, entendido éste como aquel que se construye a partir de las ideas y se cimenta desde la solidaridad y la voluntad de levantarse una vez más. Pero ni en las más húmedas fantasías alguien imaginó que un equipo humilde como el Leicester iba a aguantar el empuje de los todopoderosos de siempre.

Esos sospechosos habituales (Manchester United, Manchester City, Chelsea, Arsenal y Liverpool) viven una extraña etapa en la que no han sabido conjugar la opulencia con la planificación, y me explico: la Barclays Premier League firmó un contrato televisivo, válido a partir de la próxima temporada, por 5.136 millones de libras (casi 6.919 millones de euros).

Ese dinero, del cual ya han venido disponiendo alegremente algunos equipos, no se ha reflejado en un mejoramiento del espectáculo ni mucho menos en la promoción de eventos que enriquezcan las charlas futboleras. Todo lo contrario.

Cuando comenzaba el mercado de fichajes, allá por el mes de julio, los clubes llamados grandes hicieron lo posible por dar golpes a la mesa y demostrar “quien la tenía más larga”. Fichajes mil millonarios daban la impresión de buscar la seducción por el lado del “nuevo riquismo” más que por el viejo arte de las ideas. Y fallaron.

Si bien es cierto que la competición inglesa ha fomentado la equidad en cuanto a la repartición de ingresos (esta temporada fue de 54.1 millones de libras por equipo), también lo es que ha desvirtuado el espíritu del deporte al permitir el ingreso de capitales de dudosa procedencia, o, en el caso del Manchester United, la compra de la institución gracias al juego bursátil y la especulación. Pero esa es harina de otro costal, y hoy hay que celebrar la victoria de los lobos con una plantilla que no cuesta más de 25 millones.

Y vale la pena alzar la copa por este equipo por una sencilla razón: su triunfo es el del respeto a una idea. No vale la pena entrar en discusiones sobre el valor estético cuando lo realmente resaltable es la creencia en un plan de vuelo propio, producto de la sensibilidad de su conductor para identificar virtudes y defectos.

Los de Ranieri creyeron cuando el entrenador les propuso ser y jugar a las rápidas transiciones, y no dejarse convencer por aquellos fundamentalistas que creen que al fútbol sólo se gana teniendo la pelota. No, en este deporte también se puede ser exitoso encontrando y aprovechando espacios. Una manera de hacerlo es justamente como lo plantea el nuevo campeón británico: siendo rápidos en la toma de decisiones y guerrilleros de su idea, ya le decía, para defenderla hasta las últimas consecuencias.

Hay un dato que demuestra lo bien que maneja el balón el equipo de Ranieri: sólo en cinco de las treinta y seis jornadas jugadas ganaron la estadística de moda. Eso no influyó en que se convirtieran en el equipo que marcó goles en más partidos: treinta y tres.

Pero quiero volver a lo que enriquece este juego: la discusión de las ideas.

Ya sabemos que ganar inmuniza, o como afirmaba Marcelo Bielsa, atrae, mientras que el olor de la derrota aleja y repele. La discusión que se hace recurrente en ciertos círculos depende de los resultados que consigan el FC Barcelona y el Bayern Múnich. Cuando la derrota acompaña a estos clubes, lo único que se pone en tela de juicio es el concepto de posesión del balón, cuando en realidad, lo verdaderamente trascendental, lo que definirá a un conjunto no es más que el uso que haga de la pelota cuando la posea, y como evita daños cuando no la tenga. Suena muy sencillo, pero no lo es.

Claudio Ranieri hace buenas unas formas que son tan viejas como las que defiende Pep Guardiola, por más opuestas que estas parezcan. El triunfo de su equipo no es más que la confirmación de que se puede jugar de mil maneras distintas y aún ser competitivo. Su victoria planta una linda semilla: el juego no es de los futbolistas sino de la globalidad, entendida esta como jugadores, cuerpo técnico, contexto, estados de ánimo y todo lo que define al fútbol como una actividad compleja. Las ideas no son de uno o de otro, son de todos.

La Premier League vive un extraño momento. Ante la inminente llegada de Guardiola y Antonio Conte; el casi seguro retorno de José Mourinho, la consagración del fenómeno Klopp y la posible aparición de Bielsa, hoy se celebra justamente a un italiano sin tanto renombre que supo ser tan valiente como quienes serán sus rivales en la próxima temporada. Eso es lo que vale: atreverse. Se juega para aumentar las probabilidades, y eso sólo se consigue creyendo en las revoluciones imposibles.

Permítame terminar con una idea muy personal: no basta con trabajar; todos los equipos de fútbol se preparan con la misma ambición. El factor diferencial pasa justamente por la cualidad que anteriormente le adjudicaba al entrenador italiano: sensibilidad para identificar las virtudes y las ausencias de sus dirigidos, firmeza para hacerlos creer –el futbolista siempre identifica las debilidades del discurso- y mucha tranquilidad para gestionar el éxito, aún cuando no se haya llegado a la meta.

Eso lo consiguió el equipo de Claudio Ranieri. Un conjunto de jugadores desconocidos, sin mayor valor de mercado, que respetaron y valoraron un plan hasta hacerlo eterno.

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