Deportes

Una caimanera bajo la lluvia en el Universitario

Infantes se adueñan del terreno del coso de Los Chaguaramos una vez termina un juego de beisbol

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TEXTO: JAVIER DÍAZ | FOTOGRAFÍAS: SF REPORT

Muchos se preguntarán qué ocurre en el estadio Universitario una vez que culmina un juego de beisbol. Lo normal sería poner la lona, apagar las luces y esperar otra vez la voz de “playball” en el próximo juego.

Pero en Venezuela la palabra normal pareciera no significar eso que dice en el diccionario, pues al final de cada careo un grupo de infantes se apodera del terreno, ese en el que horas antes sus héroes les regalaban alegrías o quizás algunas molestias; el que Mario Lissón, quien hace historia ahora con el uniforme de los Navegantes del Magallanes, también visitó de niño en reiteradas ocasiones. Eso fue lo que ocurrió el miércoles 30 de noviembre. La lluvia impidió que los Tigres de Aragua y los Leones del Caracas disputaran el juego pautado. Sin embargo, sí hubo beisbol esa noche en el Universitario.  

Los niños –algunos en las puertas de la adolescencia-  que hacen vida en el coso de Los Chaguaramos, aquellos que le hablan de tú a tú a cualquier pelotero sin importar el estatus que tenga, se dividieron en dos equipos para jugar beisbol sin interesarse por las condiciones del terreno. Tampoco prestaron atención a la lluvia que seguía presente, esa por la cual los profesionales decidieron reprogramar el juego.

Pero mientras la mayoría se divertía en el terreno, uno de los muchachos lo hacía en las tribunas narrando el compromiso. Pero esa no era la única función del relator, ya que a la distancia también decretaba si una jugada era out o safe. Se ganó algunos improperios que son mejor no describir. No obstante, no expulsó a alguien. Al contrario, la pasión por este deporte también lo llevó al terreno.

De repente se escuchan aplausos y risas en las tribunas. Pues sí, también había público; un grupo de trabajadores que esperaban ser buscados por el personal de transporte de su empresa.

Los niños no solo ven beisbol, también lo saben jugar. Con un trozo de madera que improvisaba ser un bate y un par de pelotas de goma (una de repuesto) demostraron los fundamentos básicos del deporte.  

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“Nono”, un infante de menos de un 1.50 metros de estatura, que solo vestía un short rojo, estaba en la lomita. Presentaba la bola y se dirigía al home. Su rival, con un swing educado, hizo contacto y la bola fue tomada por el inicialista. Fue out, pero por la vía 31, pues el lanzador zurdo entró a cubrir la almohadilla, tal como lo hacen los profesionales. Ese fanático de los Tiburones de La Guaira recordó cómo ejecutar una jugada de rutina que a veces los expertos olvidan.

“Nono” tiene un nombre, uno tan complicado como su retornar a San Agustín después de culminar el enfrentamiento. Sí, vive en esa zona roja de la ciudad más peligrosa del mundo.

“Él se llama Jhoelendrys”, comenta Daniel, uno de sus amigos que está en el equipo contrario y conversa sin ningún temor. Pasmosa la seguridad que mostraba este seguidor de los Leones del Caracas, quien idolatra a Danry Vásquez y Félix Pérez.

Al darse cuenta de que el nombre de su camarada era difícil de entender, Daniel brindó su confianza y agregó “Dile Nono”, mientras segundos después la gran mayoría comentaba que se regresaban a sus hogares caminando.

El pequeño de short rojo no solo lució en la lomita. También lo hizo con el madero. Su talento es notorio, no en vano era la voz de mando de uno de los conjuntos. 

Una breve pausa

Como todo juego de beisbol las interrupciones se hicieron presentes. Hubo una pequeña reunión en el montículo. No fue para cambiar al pitcher. Aunque el serpentinero sí estuvo involucrado.

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Al cónclave también asistieron miembros del otro equipo (el que atacaba en ese instante) fue para compartir una comida o tal vez parte de alguna, que parecía la cena de un pelotero por el envase en el que estaba y por el lugar donde fue conseguida: el dogout de la derecha, utilizado horas antes por los Tigres. Una vez terminada la reunión, y compartido el hallazgo, el juego continuó. 

No podía faltar una pregunta. Una que tal vez ustedes se están haciendo desde hace unos cuantos párrafos: ¿Sus padres no los regañan?

“Sí, pero nos gusta estar aquí. Nos gusta el beisbol”, comentó otro de los menores. Este, a diferencia de sus dos amigos anteriores, fue un interrogado un poco más difícil. Tanto cómo sacarle las palabras a uno de esos peloteros que se intimidan y limitan por las grabadoras.

Memorias en primera persona: Una invitación de lujo

Después de algunas diferencias por el “homeclub”, inició otro juego. “Es para tres innings”, vociferó uno de los menores. Mientras eso ocurría, el pequeño Daniel no sabía qué hacer con sus barajas españolas. Sin dudarlo extendió la mano y me dijo “tenlas allí mientras juego”.

Mientras sostenía las cartas e intentaba seguir indagando sobre la vida de los pequeños, “El Chino”, quien estaba detrás del home, tomó la bola y soltó un “ataja ahí”, como se dice en criollo.

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En cuestión de segundos pasé de ser un observador, uno que hizo la metamorfosis de “fanático” a periodista y luego a “jugador”, o al menos eso quería el párvulo, quien debía tener alrededor de 12 años de edad. 

“No puedes jugar, verdad”, soltó. No tuve tiempo para responder, pues él enseguida lo hizo por mí. “No, te ensucias la ropa”. Todo esto mientras lanzábamos de un lado al otro la pelota de repuesto y sin soltar las barajas de Daniel, ese fanático acérrimo de los Leones.

La lluvia arreció, abandoné el terreno pero los infantes seguían allí. En un abrir y cerrar de ojos, un miembro de operaciones del estadio apareció y les pidió acabar con el enfrentamiento cuando el reloj marcaba las 9:40 pm. Aunque a los lejos se escuchó: “pero no estamos haciendo nada malo, solo hacemos deportes. Deja el fastidio”.

Los niños tenían razón. Solo hacían deporte, pero no era el lugar ni la hora adecuada. Lo que sí resultaba apropiado eran los movimientos y el talento para chocar la bola.  Quizás en 10 o 15 años, cuando algún periodista interrogue a un pelotero, podría resurgir esta historia, compartida para que sepan qué sucede en el Universitario una vez cae el último out.

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