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Perú al Mundial: ¿Por qué lo celebró toda Sudamérica?

Los últimos partidos de Perú en la eliminatoria mundialista sudamericana generaban un buen pálpito para sus coterráneos. Luego de caer ante la atronadora Brasil de Tite en la fecha 12, en adelante lo de los incaicos fue coser y cantar. Seis partidos invictos los empujaron hacia la zona de repechaje. Un remate fenomenal para una selección acostumbrada en los últimos tiempos en perder temprano el protagonismo en estos escenarios.

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Un detalle importante es que, incluso antes del exitoso repechaje ante Nueva Zelanda, ya buena parte del continente veía con agrado el hecho de que Perú se aproximara al Mundial. Obviamente, los rivales de turno querían lo contrario, pero el sur de América ya comenzaba a ver con ojos cristalinos la posibilidad que tenían los dirigidos por Ricardo Gareca de, 36 larguísimos años después, retornar al Olimpo del fútbol de selecciones: la Copa del Mundo.
Hasta Colombia, que empatando entraba a la fiesta, se animó por medio de su emisario, Radamel Falcao García, de anunciarle en plena batalla a los guerreros peruanos que lo mejor que podía pasar era conservar la igualdad. Al delantero del Mónaco, obviamente, también le agradaba el hecho de que los franjeados los acompañaran a las gélidas tierras de Rusia.
Pero, ¿por qué era tan emocionante para todos el hecho de que Perú retornara al Mundial? Varios son los motivos.
Primero, por el mismo hecho de que un país tan futbolero como Perú, tuviera tantos años sin poder disputar un Mundial. El tiempo retorcía los tuétanos de una afición que tiene en el fútbol su verdadera pasión. Los fracasos internacionales de sus eternos Alianza Lima, Universitario y Sporting Cristial no servían para desviar la preocupación porque la selección estaba lejos del alto nivel competitivo que exige la eliminatoria más complicada del orbe.
Esa larga ausencia entre el reparto de los privilegiados, era un motivo para contagiarse con la efervescencia apasionante peruana de lo que estaba atravesando los últimos días. Vivir de los recuerdos de aquel exitoso combinando que bordaba el fútbol en los setentas, de las gestas de los Cubillas, Chumpitaz, Uribe, Oblitas y compañía, ya se hacía aburrido escucharlo en la exposición del currículo histórico de ese país en el balompié. Era hora de escribir un cuento de hadas nuevamente.
Por Paolo Guerrero. El delantero ha sido el máximo exponente de la raza futbolística peruana en los últimos años. Su carácter batallador e incansable, aunado a su talento y poder goleador, es admirado no solo por sus paisanos: Sudamérica toda le guarda reverencial respeto a uno de los depredadores del área más efectivos de los últimos años. No es casual que en Brasil haya sido el máximo referente en ataque de los dos clubes más populares: Corinthians y Flamengo. Sus rivales le admiran y sus intimidantes tatuajes trazados de nazca hablan de los ancestros que fluyen en su sangre hirviente, un motivo más para entender que Paolo es el más peruano de todos los peruanos.
La ausencia en el repechaje por la suspensión dopaje fue considerada como una calamidad en Perú, como una catástrofe que hasta hizo dudar a muchos con la posibilidad de ir al Mundial sin el aporte del delantero de 33 años. La celebración del gol de Farfán ante Nueva Zelanda con la camiseta de su suspendido compañero elevó los tintes épicos y emocionales de la clasificación. Más allá de la cruzada planteada de dedicar cada paso hacia Rusia al letal “9”, lo cierto es que, aún expectantes por decisión de la FIFA sobre su caso, todos coinciden que un mundial para Perú sin Guerrero, no será lo mismo.
Por Ricardo Gareca. Una de las razones que explican por qué Perú está de nuevo en un Mundial tiene mucho que ver con lo que ocurrió antes de que el “Tigre” llegara al banquillo peruano. Tras la tormentosa salida del presidente de la federación peruana Manuel Burga (hoy preso en Estados Unidos por investigaciones de corrupción en el fútbol) quien asumiera el cargo, el empresario Edwin Oviedo, apostó por darle más experiencia al cargo de seleccionador. Gareca, de excepcional campaña en el argentino Vélez Sarsfield y con problemas en aquel momento (2015) en Palmeiras, asumió las riendas de la selección franjeada y todo cambió, para bien.
Quitó el cartel derrotero y devolvió el espíritu batallador y aguerrido de aquella Perú de los setentas. Sin tantas estrellas como en otrora pero con un puñado de buenos jugadores, muchos de ellos rechazados en un principio por la afición y la prensa, el protagonismo pasó a tenerlo el juego del equipo. Extremos velocísimos, un nueve todoterreno, volantes de marca con espíritu ofensivo, laterales de larga proyección, centrales de fina estampa y una arquero de alto nivel, mostraron lo que sí podía hacer un grupo que dejó de gustarle la noche y se centró en recuperar el prestigio extraviado.
Aparte de lo hecho en cancha, Gareca es un tipo que se deja querer. Respetuoso hasta en el más mínimo detalle, serio y trabajador, su hoja de vida intachable le dio el aliento de vida a la resurrección peruana. Imposible traicionar a un técnico que defiende a sus jugadores y aguanta las balas él de la crítica. En un fútbol donde lo mediático va privando por encima de los valores, el “Tigre” rescata la esencia moral de que con mucho trabajo y responsabilidad, sin vender humo ni ofrecer villas y castillos, se puede aspirar a todo. Tanto, que le devolvió a Perú lo que él mismo con un balón en los pies le llegó a quitar alguna vez.
Hoy Perú alcanza su mejor lugar en la historia en el tan criticado ranking FIFA. Son décimos del mundo, porque en sus últimos ocho partidos no ha podido ser derrotado por nadie. Ninguno ha logrado quebrantar la voluntad de un humilde grupo de jugadores que han sabido que para retomar viejas glorias hay que respetar al aficionado y ser profesional. Centrar la cabeza en el fútbol y nada más ha sido suficiente para, con las ideas de un cuerpo técnico extraordinario, devolver al país al lugar que siempre ha merecido.
Por su gente. La alegría de ellos nos contagia. El peruano siempre ha sido amable, cordial, respetuoso, se hace querer. Pisar ese país es un privilegio, por la hermosura de sus tierras y su cultura, por lo bonachones que son y lo bien que les gusta hacer sentir a quien no es de ahí. Y aquellos que alguna vez tuvieron que salir de su tierra por un mejor porvenir, han diseminado ese mismo carácter doquiera que van. En Venezuela, es costumbre verlos los domingos reunidos entre amigos y familiares compartiendo todos por igual, sin distingo de clase económica, jugando fútbol, comiendo un ceviche y tomando cervezas. Son verdaderos amigos de sus amigos. Que ellos estén felices, los que tanto admiramos por ser tan trabajadores, nos hace a los demás también estar contentos.
Por esas razones, todos nos unimos en un solo grito: ¡Vamos Perú!.]]>

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