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FutVE 2018: El año para superar los contrastes

Es muy mezquino decir que el 2017 fue un buen año para el fútbol venezolano, si no se vincula al entorno país, más allá que en cuanto a resultados deportivos y en evolución estructural evidentemente hubo pasos de avance. Es en el peor año de la historia económica y política nacional que se alcanzó el mayor logro en proceso de selecciones nacionales: el subcampeonato del mundo en la categoría Sub 20. Un desequilibrio que es difícil de explicar, que podrá no tener nada que ver uno con el otro, pero que no deja de ser paradójico.

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2017 terminó con un Monagas levantando su primer título de campeón absoluto, una entidad que hace apenas un par de años transitaba en la Segunda División y que luego de la adquisición propietaria por uno de los tantos jóvenes mecenas que han rescatado el fútbol rentado, se disparó como un equipo que compite. Con el Carabobo de Baldivieso como bandera del buen juego y la intrascendencia de los dos grandes (Caracas y Táchira), nuevos protagonistas surgieron en la batalla por el título, en los que Mineros y Lara también reclamaron un espacio entre lo positivo.

El año que terminó tuvo una alta presencia organizativa de la Asociación de Clubes que elevó el nivel del espectáculo. Gran cantidad de partidos televisados, mejor puesta en escena de cada evento futbolístico y un mayor orden en la logística de los compromisos, son los pasos dados por un grupo que aspira a tomar el control de la organización de la liga para este 2018, pero que extrañamente aún no posee en sus manos la autorización oficial de la FVF para encargarse de la fiesta.

Y esto es no deja de ser contradictorio: Laureano González y la directiva del ente federativo hace tiempo dejaron de pregonar que había total disposición desde Sabana Grande para que los clubes se hicieran cargo del campeonato nacional y el juego está trancado sin que exista alguna razón clara, más allá de saber que, con el ingreso ingente de dólares por los derechos televisivos internacionales, la FVF perdería participación en el reparto, una entrada muy importante para las arcas de la federación en tiempos donde la crisis ha marcado una profunda herida en el patrocinio publicitario, principal entrada en los últimos años para el ente.

En esto de las paradojas, el balompié criollo hoy es el único deporte profesional que no requiere del brazo estadal para proveerse de divisas. Siempre criticado por su gestión administrativa y duras deudas, hoy solo el caso Anzoátegui rompe el molde de una realidad en la que los dólares de la televisión y el mecenazgo han dado vuelta a un fútbol que deambulaba entre la pobreza y el fantasma de la extinción.

Esa realidad habla bien de quienes invierten, pero la alarma de la emergencia no se ha apagado, porque aún se está lejos de asegurar la sustentabilidad del fútbol profesional venezolano. Ciudades deportivas construidas como la de Mineros o Zamora, permitirán a largo plazo consolidar su estructura, promover el talento joven que tanta satisfacción le dio al país en este año, pero la masa social, sustento inequívoco del atractivo de este deporte, aún no se termina de contagiar.

La presencia del público en las gradas en 2017 preocupó porque en escasos partidos la asistencia alcanzó realmente a la expectativa. Y es que mientras el fútbol crece en inversión, el aficionado no se involucra, porque su atención se centra en sobrevivir a la fortísima crisis económica. Ahí existe un vacío profundo y difícil de solucionar para los equipos. Un desfase que, a lo inmediato, no tiene solución posible.

La mayoría de las organizaciones del país (que no clubes, porque no alcanzan los requisitos para ser tales) han comprendido que el negocio está en la producción de futbolistas. La generación subcampeona del mundial, íntegramente formada en el balompié local, es el estandarte para convencerse de que el fútbol formativo es capaz de sostener la economía de las entidades. Decía el dueño de Atlético Venezuela cuando a principios de año vendieron a Yangel Herrera al City Football Group, que los ingresos obtenidos por su negociación reponían el dinero invertido en el equipo durante seis años, desde que lo adquirió por allá en 2011. Hay rentabilidad evidente.

No obstante, esas oportunidades descubiertas en el mercado del fútbol mundial impactan de frente con las realidades que aún no se superan: Conmebol desarrolló la “mortal” licencia de clubes para 2018 que está pasando factura al fútbol venezolano y equipos como Caracas y Carabobo, que tendrán presencia internacional en este nuevo año, deberán mudarse lejos de sus casas para disputar sus partidos de local porque sus campos no están aptos para la contienda continental.

Ojalá que ésta situación permita que responsablemente las organizaciones asuman la seriedad del asunto, pero la solución no está a la mano de manera inmediata, cuando ningún equipo del país es propietario del estadio donde juega. Los escenarios, en buen número regentados por el Estado, son en su mayoría monumentos a la desidia y así, con otras prioridades en la actualidad crítica nacional, será imposible encontrar una solución a corto plazo. Táchira ha dado un paso gigante en asegurarse el comodato de Pueblo Nuevo y los primeros informes demuestran que ha sido positivo que la mano directiva tachirense se haya hecho cargo de administrar la mítica estructura. Hoy día es, de lejos, el mejor estadio de Venezuela.

Otro inconveniente por resolver es el problema de los amaños de partidos. Existe el hecho real, a todas luces, pero no comprobado. Todos saben que existe la plaga pero nadie muestra las pruebas de la devastación. Los mentideros no se cansan de asegurar que es una bomba atómica que si se detona, acaba con el fútbol venezolano. ¿Cuánto de esto es cierto? ¿Quién se atreve a descubrir a los involucrados? Es difícil que en un país con un piso jurídico tan destripado como el nuestro se pueda alcanzar una solución pulcra en este apartado.

Por lo pronto, solo dos acciones han sido tomadas: la FVF ha encontrado como solución no divulgar las designaciones arbitrales para que no haya riesgo de compra de árbitros (con esto admite que el caso existe, que es real. Más allá de generar un clima de desinformación, la medida no sirve para extirpar el tumor maligno del manoseo arbitral) y los clubes decidieron que los equipos que adquirieron jugadores que presuntamente están involucrados en la corrupción de partidos, no fueran televisados. Esto, más las investigaciones que supuestamente se adelantan en el seno de la ASOFUTVE sobre el tema, son apenas los únicos paliativos o reacciones adoptadas ante un gravísimo flagelo que ha ensombrecido al balompié criollo.

Con este panorama, 2018 pinta para ser un año para, por lo menos, iniciar la superación de todos estos contrastes. Sin la claridad oportuna de saber aún si la Liga tomará las riendas del campeonato a comienzos de año, la oportunidad queda para quienes entiendan que el fútbol es un negocio rentable y atractivo para la gente si todos los involucrados así lo asumen. Es un año para dejar atrás el oscurantismo, superar lo obsoleto y buscar el despegue real. ¿Panorama sombrío de situación país? Ha quedado demostrado que el fútbol nacional sobrevive en una burbuja que parece no afectarle este tipo de realidades.

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