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El ritmo continental nos asesina

El desempeño de los equipos venezolanos en la competencia continental vuelve dejar clara una cosa: hace falta más para lograr el objetivo. En esta nota, Carlos Domingues analiza lo que sucedió y lo que se espera

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El estreno internacional de los cuatro equipos venezolanos clasificados a competencias continentales fue realmente deprimente. Así suene duro el calificativo. Así yo quiera siempre resaltar lo positivo de nuestro fútbol, la realidad es que no se ve progreso ninguno. Al contrario, fue muy difícil identificar, en el primer partido de cada uno, si se puede ser competitivo.

Para ser competitivos en un torneo internacional, tomando en cuenta siempre las diferencias históricas de nuestro fútbol con el resto del continente, defender la localía es fundamental. Pues bien: en cuatro partidos, apenas un empate. Lo demás fueron derrotas. Y un empate contra un equipo que terminó con nueve futbolistas. Sí, es Boca Juniors, pero tenía nueve hombres en un escenario adverso, contra cuarenta mil almas en contra.

¿Qué pasa? Cualquiera haría referencia a lo de siempre: diferencias abismales, no hay estructura, deudas, todo mal. Y son ciertas. Son valederas. Yo siempre sumo a ese debate el tema del ADN, de la cantidad de fútbol que corre por la sangre de nosotros los venezolanos. Aunque es un intangible, forma parte de todo esto. Un ejemplo: mientras el fútbol boliviano está en su más profundo hueco, Bolívar y The Strongest supieron aprovechar la ventaja de ser locales para ganarle a dos grandes continentales.

Estudiantes perdió contra un San Lorenzo que jugó todo el partido con diez futbolistas. Es cierto: el académico milagrosamente está vivo, sin pretemporada. Entonces es menester ni siquiera tomarlos en cuenta para lograr algo en esta Sudamericana. Sin embargo, uno conserva alguna esperanza. Pareciera que nos engañamos.

Los otros tres equipos han tenido una preparación adecuada y nada cambia. Academia, Metro y Monagas nunca manifestaron superioridad ante los contrarios y eso se terminó pagando caro. Monagas no perdió, pero tuvo todo el escenario posible para ganarle al más difícil del grupo y no lo logró.

La explicación está en todos los aspectos antes mencionados, pero ayer en el primer tiempo del Caracas – Estudiantes por el torneo local, se puso en evidencia el factor más determinante: el ritmo de juego. El ritmo local nos está matando.

Los equipos se ven cansinos, sin intensidad, sin entender la necesidad de mantener el cuerpo y la cabeza metida cada segundo en ir al arco rival, en buscar al contrario, en tratar de ir a ganar el partido.

Sí, el partido comenzó a las 3:00 pm en un clima infernal, pero en el segundo tiempo, con la misma temperatura, fueron capaces de reaccionar y cambiar el destino del partido. ¿Por qué no es posible mantener la intensidad los noventa minutos?

Pelotas a los costados, futbolistas trabando y cometiendo faltas, jugadores en el piso largo rato por cualquier contacto. Un mal endémico de nuestro fútbol, muchas veces promovido desde los cuerpos técnicos que creen que de esa forma los partidos se pueden ganar.

Mientras en Brasil la hinchada abuchea a sus propios futbolistas cuando pretenden hacer tiempo por cualquier razón, aquí es un tema recurrente que provoca que el tiempo de juego efectivo sea alarmantemente bajo en nuestro país. Me consta que los árbitros internacionales de nuestro campeonato por orden Conmebol están promoviendo que haya más juego, dejar jugar más, pero es que a veces el mismo árbitro admite que los futbolistas no colaboran.

Así, será difícil competir. Seguiremos esperando hazañas aisladas y no logros reales que signifiquen progreso. Es cuestión de cambiar el ADN, de meterle en la cabeza a los chicos que la pelota debe estar dentro del campo, que hay que buscar con ahínco el arco rival, promover a los futbolistas verticales, favorecer el juego. A veces pareciera que jugamos como vivimos el día a día: en un país donde las preocupaciones siempre te desenfocan. Vivimos con la cabeza dando vueltas.

Es un aspecto intrínseco que tardará tiempo en cambiarlo, pero si existe la voluntad, sé que se podrá.

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