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Este 2020 se apagó la estrella de Sean Connery

Connery, Sean Connery...murió en su apacible refugio de las Bahamas, donde vivió los últimos 17 años el ya nonagenario actor escocés. Dejó su presencia y su estilo en decenas de películas, muchas de ellas de trepidantes aventuras. Pero lo que engrandece su legado no es su impacto como James Bond en la cultura popular, en la estética masculina y en la sociedad. Querido y admirado, estaba retirado del cine que lo descubrió como el Agente 007, para enrumbarlo luego hacia roles e interpretaciones más consistentes durante su vasta y laureada carrera.

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En su apacible retiro de las islas Bahamas, en donde residía, falleció este 30 de octubre uno de los actores más celebrados del cine mundial: Sean Connery. El mítico James Bond, el padre de Indiana Jones, fray Guillermo de Baskerville en El hombre de la rosa y Marko Ramius en La caza del Octubre Rojo pasará a la historia por su rango del gran histrión, con un talento desbordante y un físico que lo llevó a ser denominado como “El hombre más sexy del siglo XX”.

A sus 90 años, el actor escocés se había retirado hacía 17 años, después de filmar La liga de los hombres extraordinarios (2003) y disfrutaba de su jubilación manteniéndose apartado de polémicas, pandemias y críticas. Su carrera como actor abarcó varias décadas y sus numerosos premios incluyeron un Oscar, dos Bafta y tres Globos de Oro.

Niño conflictivo

Nacido en Edimburgo, Escocia, el 25 de agosto de 1930, era hijo de un conductor de camiones y pasó su infancia en un barrio de pocos recursos económicos, siendo un niño particularmente conflictivo que se peleaba con frecuencia con sus compañeros del equipo de fútbol. Tras trabajar como carbonero, albañil y modelo para los alumnos de una escuela de bellas artes, debutó como cantante en el coro de la obra musical South Pacific en 1951. Hizo su primera aparición en la pantalla grande en 1954, pero su primer papel destacado no lo consiguió hasta 1956, año en que protagonizó la serie de televisión Réquiem por un peso pesado, ambientada en el mundo del boxeo.

Su verdadero lanzamiento profesional llegó de la mano del personaje del agente secreto James Bond, protagonista de la serie de novelas de espías escrita por el británico Ian Fleming. Connery interpretó la primera adaptación cinematográfica: Doctor No (Terence Young, 1961). Repitió personaje en la que se considera la mejor película de toda la saga, Desde Rusia con amor (Terence Young, 1963), para luego continuar en 007 contra Goldfinger (Guy Hamilton, 1964), Operación Trueno (Terence Young, 1965), Sólo se vive dos veces (Lewis Gilbert, 1967), Los diamantes son eternos (Guy Hamilton, 1971) y, luego de una pausa de 12 años con este rol, Nunca digas nunca jamás (Irvin Kershner, 1982).

Junto a estas películas, que lo convirtieron -según la opinión generalizada- en el mejor James Bond de todos los tiempos, el actor buscó otros horizontes. Cansado del personaje de Fleming, construyó una de las filmografías más brillantes del séptimo arte, convirtiéndose en una presencia imprescindible en el cine de las últimas décadas, el héroe ejemplar para varias generaciones y uno de los histriones más apreciados por el público, hasta su retiro de los sets cinematográficos en 2003.

Entre sus innumerables películas se cuentan títulos tan interesantes como  Marnie (Alfred Hitchcock, 1964), La colina de la deshonra (Sidney Lumet, 1965), Asesinato en el Orient Express (Sidney Lumet, 1974), El nombre de la rosa (Jean-Jacques Annaud, 1985), Los Intocables (Brian De Palma, 1987), Indiana Jones y la última cruzada (Steven Spielberg, 1989), La caída del Octubre Rojo (John McTiernan, 1990), La roca (Michael Bay, 1996), Corazón de dragón (Rob Cohen, 1996) y Descubriendo a Forrester (Gus van Sant, 2000), por solo citar a un grupo de las más consistentes y celebradas producciones de su prolífica carrera.

Estuvo a punto de interpretar al mago Gandalf de El Señor de los Anillos, pero no se mostró de acuerdo con las condiciones del rodaje (tres películas en una, filmadas en Australia durante varios meses).

Celebrado y laureado

De su vida privada vale decir que estuvo casado con la actriz Diane Cilento desde 1962 hasta 1973 y fruto de ese matrimonio nació Jason Connery, quien también se dedicó a la interpretación. Luego se casó en 1975 con la pintora francesa Micheline Roquebrune.

Fue nombrado “Knight Bachelor” por la reina Isabel II en julio de 2000 y considerado en una encuesta como “The Greatest Living Scot” (El escocés más grande). En 1989 la revista People lo proclamó “El hombre vivo más sexy”, un reconocimiento que se amplió en 1999, cuando a los 69 años lo designaron como “El hombre más sexy del siglo”.

El pasado agosto celebró su 90 cumpleaños.

Ya en plena madurez de su carrera, la Academia de Hollywood lo distinguió con el Oscar en 1987 como mejor actor de reparto, por Los Intocables, la visión de la persecución del crimen organizado en Chicago, en la época de Al Capone, que el realizador Brian De Palma ofreció y que se considera la más sangrienta hasta el momento, mucho más que la serie de televisión que le sirvió de inspiración.

Pero la habilidad del director no dejó que la sangre empañara el brillante desempeño del reparto, donde el protagonista, Kevin Costner, estuvo a la altura de Robert De Niro y Sean Connery, los gigantes de la interpretación que le sirvieron de soporte. Connery, en el papel de Malone, el policía con mucho mundo, tiene las mejores líneas de diálogo del guión, escrito por David Mamet. La más notable de todas es: “Si él envía a uno de los nuestros al hospital, nosotros enviamos a uno de los suyos a la morgue”.

Otras de sus interpretaciones más destacadas fueron la del fraile Guillermo de Baskerville, un detective medieval abiertamente inspirado en Sherlock Holmes, en la adaptación cinematográfica de El nombre de la rosa, basada en la novela del Premio Nobel Umberto Eco. También se le recuerda como el padre de Indiana Jones en La última cruzada.

Todo por Escocia

En el ámbito político, siempre mostró públicamente su apoyo social y financiero al Partido Nacionalista Escocés (SNP), defensor de la independencia de Escocia, y cuando fue nombrado caballero por la reina Isabel II en el año 2000, acudió ataviado con la tradicional falda escocesa.

Jason Connery, actor como su padre, declaró a la prensa británica que éste se encontraba “mal desde hace un tiempo”, y que murió durante la noche del pasado viernes acompañado por su familia en Nassau, en las Bahamas.

“Es un día triste para todos los que conocían y querían a mi padre, y una triste pérdida para toda la gente que disfrutó del don maravilloso que tuvo como actor”, manifestó.

Torturante Bond

Steven Spielberg dijo que en Hollywood solo había siete estrellas de verdad y que una de ellas es Sean Connery. O para decirlo más exactamente: la primera estrella del Hollywood moderno, pues siguió liderando superproducciones, atrayendo al público al cine y apareciendo en las listas de los hombres más atractivos durante los 70, 80 y 90 hasta el mismo día que se retiró con 73 años, sin haber interpretado a un señor mayor en toda su carrera.

Disfrutaba de su jubilación en su mansión de las Bahamas, ajeno a las controversias ocasionales de su legado, causadas por la contradictoria relación que siempre tuvo con las tres cosas por las que más se lo recuerda: James Bond, Escocia y las mujeres.

Ian Fleming se imaginaba a un dandy sofisticado cuando creó al Agente 007, como Cary Grant o David Niven, así que cuando apareció Connery con su cuerpo de gimnasio, su 1,88 de altura y sus formas de hijo de un camionero escocés (exactamente lo que era), lo desdeñó definiéndolo como «un especialista hinchado». Pero la novia de Fleming lo convenció explicándole que el actor era el hombre con el que cualquier mujer querría acostarse.

Hay muchas estrellas en el cine, pero solo Connery podía decir que reinventó el canon masculino: casi 60 años después, su James Bond sigue siendo el hombre en el que se miran no pocos hombres para aprender a vestirse, caminar y manejarse en sociedad.

Creo que uno de los atractivos que Bond tiene para las mujeres es que es decidido, incluso cruel”, explicaba el actor en 1965.

“Por naturaleza las mujeres no son decididas -¿me pongo este vestido?¿O me pongo este otro?- y entonces llega un hombre que está absolutamente seguro de todo y parece enviado por Dios. Y por supuesto, Bond nunca se enamora de la chica. Siempre hace lo que quiere y a las mujeres les gusta eso, lo cual explica por qué tantas mujeres están locas por hombres a los que ellas no les importan nada”, reorizaba.

¿Misógino yo?

La misoginia casual de Connery, comprensible (que no justificable) en 1965, llevaba décadas acechando su imagen pública. Su primera mujer, Diane Cilento, aseguró en su autobiografía que el actor experimentó con terapias asistidas por LSD (todavía legal en la Inglaterra de los 60) en las que descubrió traumas infantiles y un rencor contra su madre por no haberle dado el cariño que necesitaba de pequeño, lo cual desenterró una agresividad inédita en él.

El actor nunca había querido abordar el asunto, aunque sí ha negado los malos tratos físicos que relataba su primera esposa, y lo más cerca que ha estado fue en 2006. Días antes de reunirse en el recién inaugurado parlamento escocés, su presidente desveló que planeaba preguntarle por su opinión sobre el trato a las mujeres, así que Connery canceló la reunión. “No creo que ningún nivel de abuso contra las mujeres esté justificado ante ninguna circunstancia”, dijo a sus amigos cercanos.

 El presidente del parlamento se disculpó por haber “dañado y molestado” a Connery y esos mismos amigos aclararon en la prensa que lo que realmente dijo el actor en aquella entrevista de 1965 era que «puedes hacerle mucho más daño a una mujer mediante una tortura moral que con una bofetada”.

De estrella a actor

Esta era una de tantas contradicciones del hombre que, ya desde la segunda película que rodó como James Bond, se quejaba de estar atado al personaje por un contrato de seis películas (hoy es habitual, claro, pero en aquel momento el concepto de “secuela” no existía). Pero lo que engrandece su legado, no es su impacto como Bond en la cultura popular, en la estética masculina y en la sociedad, pues el mito de Sean Connery se forja durante su segunda carrera: en 1975, cuatro años después de saltar al vacío dejando a Bond atrás, cuando rodó El hombre que pudo reinar, su película favorita de entre todas las que ha hecho, y demostró que había mucho más Connery que el galán trajeado. Y en un proceso inverso al habitual, la estrella se convirtió en actor. Tenía 45 años.

En 1986 hizo El nombre de la rosa y Los inmortales y él mismo reconoció que le cogió el gusto a hacer de mentor, así que repitió el rol en Los intocables, Indiana Jones y la última cruzada, La caza del octubre rojo, La roca y La trampa. En esta última tenía 69 años, 39 más que su compañera Catherine Zeta-Jones, y nadie se inmutó porque en aquella época era aún más habitual que ahora esa disparidad en el cine americano y porque su química sexual con Zeta-Jones era explosiva.

En aquella época era un cliché poner a Connery como ejemplo de hombre atractivo en la tercera edad, pero no por cliché resultaba menos cierto: su carisma conquistador, al igual que su solemnidad para ejercer de mentor, venía de una voz, una mirada y una energía que sugerían que había vivido mucho, pero que no te lo iba a contar. Y transmitir esa sensación a través de la pantalla es algo que, a diferencia de los andares sofisticados, no se puede aprender: si parecía que tenía mucha calle es porque la tenía, desde aquella barriada obrera hasta las vecindades elegantes de Nassau.

La presencia de Connery ocupaba el espacio con tanta intensidad, que hasta cuando la cámara enfocaba al otro personaje seguías sintiendo que Connery estaba ahí. Por eso cuando se retiró el cine norteamericano se quedó un poco más apagado.

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