Opinión

EE UU: las instituciones a prueba

Todo indica que Joseph Biden despachará desde la Casa Blanca durante los próximos cuatro años. Ramón Guillermo Aveledo estima que la incertidumvbre sobre el resultado de la elección presidencial es un escollo que la institucionalidad estadounidense, imperfecta pero con una tradición de más de dos siglos, deberá encarar y resolver de forma eficaz

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Todo indica que Joseph R. Biden es el nuevo presidente de los Estados Unidos. También ya es más que predecible que veamos batallas legales y de opinión pública, así como una transición excepcionalmente tensa, con posible incidencia negativa para la nación y lo que representa. Una buena noticia, por lo tanto, para sus adversarios estratégicos.

Lo estrecho del margen en algunos estados decisivos y la atención desmesurada que esta vez la elección tuvo aquí y en todas partes, ha magnificado las dificultades para entender el proceso norteamericano. En él, los escrutinios siempre demoran y el resultado se conoce y acepta cuando los grandes medios hacen proyecciones irreversibles y comienza la transición con actos simbólicos de continuidad democrática, que el actual presidente, rebelde a los usos de la política e inconforme con el resultado, se resiste a practicar.

Por ejemplo en 1960, Kennedy ganó a Nixon con una diferencia “alarmantemente estrecha” de apenas 118.000. En el Colegio Electoral se registró una correlación muy parecida a la actual. Los Republicanos promovieron “acciones legales sobre el presunto fraude electoral” en once estados. Pero esa misma noche, a las 12:15, el feroz batallador que era Nixon aceptó que la tendencia favorecía a Kennedy, y Eisenhower facilitó una transición fluida.

La hora presente

Lo importante es que la institucionalidad estadounidense, imperfecta pero con más de dos siglos de estabilidad y funcionalidad, sepa manejar la difícil situación creada y resolverla eficazmente.

La elección de Biden ya ha sido reconocida por el británico Boris Johnson, la alemana Merkel, el francés Makron, el canadiense Trudeau, el israelí Netanyahu, el colombiano Duque y, por cierto, también el cubano Díaz-Cannel. Cuando escribo, no lo han hecho Putin de Rusia, López Obrador de México, ni, por cierto, tampoco el brasileño Bolsonaro. Mucho más tarde lo hizo el turco Erdogán y después Xi, de China. Así que me parece que ha hecho bien Guaidó en felicitar al veterano estadista, quien tiene ante sí un cuadro muy exigente.

Panorama complejo

Una sociedad partida en dos y –en una alta proporción– crispada, será el principal problema para el liderazgo del nuevo mandatario, cuya intención es reconciliar “el alma de la nación”. Como si fuera poco, son considerables los desafíos que deberá enfrentar la Administración Biden. Entre estos destacan la pandemia, la economía, el cambio climático, el terrorismo, Corea del Norte e Irán, lo mismo que asignaturas siempre pendientes como el Medio Oriente, las relaciones con China y Rusia, la recomposición de la alianza occidental, el papel de la primera potencia en Afganistán, Irak o Siria e incómodos asuntos como Ucrania o las arbitrariedades de regímenes antioccidentales, como los de Lukashenko y Maduro. Un panorama que es necesario encarar con realismo.

La actitud de quien no acepta convertirse en mandatario saliente sería materia de análisis para varias disciplinas científicas, no solo la política. Por ahora, nos ofrece una buena muestra de los límites y excesos del populismo. Personalismo, cultivo de pasiones,  menosprecio por reglas e instituciones, irrespeto al adversario. Motes como crooked (“torcida o bribona”) Hillary o sleeppy (“soñoliento”) Joe, ¿no nos recuerdan demasiado a “Frijolito”, al «Filósofo del Zulia” o al «Majunche”?

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