Sin embargo, estos indicadores suelen presentar problemas para calcular el nivel general de bienestar y prosperidad, o malestar y retroceso en nuestro caso. La inflación, por ejemplo, mide el alza de precios de una canasta ponderada bastante arbitraria, que no toma en cuenta del todo las preferencias de la gente.
Pero quiero concentrarme en el indicador más difundido de bienestar económico: la producción interna real, que mide todo lo que produce un país en un año y a precios constantes para poder hallar su crecimiento – o contracción en nuestro caso.
Existen varios inconvenientes con el producto real, pero esencialmente no dice nada sobre la “calidad” ni sobre el nivel de riqueza.
Recuerdo que hace algún tiempo el jugo de naranja 60% era razonablemente bueno en relación a su precio. Lo que se consigue hoy cuando lo hay, es realmente espantoso. Un kool-aid sabe menos artificial y resulta más saludable. El jugo de naranja 100% hace mucho tiempo que desapareció.
La atención y el servicio en casi todas partes ha decaído salvajemente; la falta de educación, los sueldos paupérrimos y la ausencia total de entrenamiento en la mayoría de los trabajos han producido una experiencia de consumo muy pobre en casi todos los establecimientos.
Imaginen la producción como el chorro de agua y la riqueza como el nivel de la bañera. Ambos generan bienestar (y su ausencia es desastrosa) pero el producto real solo mide el chorro.
La riqueza de una nación incluiría todo lo que posee su gente y su gobierno: residencias, oficinas, centros comerciales, reservas internacionales, ahorros, infraestructura pública, valor de sus empresas, know how, etc.
Y no hace falta un análisis profundo para saber que el nivel de destrucción de riqueza en Venezuela es sin precedentes: empresas expropiadas y destruidas por completo, viviendas muy deterioradas, reservas internacionales operativas inexistentes, no hay ahorros en bolívares, alto endeudamiento e infraestructura pública por el suelo.
Un apartamento en Bogotá vale el doble que uno en Caracas, a pesar que los ingresos medios son similares.
Y es esta ruina lo que explica que una caída de digamos 12% en el PIB – ingreso, haya generado semejante miseria. Hay que sumar el efecto “riqueza”, que en el caso de la clase media venezolana, puede ser mayor incluso que la ya severa caída de producción.
Sin embargo, la buena noticia dentro del desastre, es que el mismo día que cambie el gobierno, inmediatamente ocurrirá una “valorización generalizada” –subida de precios de bonos soberanos, viviendas y empresas– que ayudará a recuperar con rapidez el bienestar.
El autor es economista y socio en Quants Asesores