Ocurre como cuando a una persona le diagnostican alguna enfermedad seria. La reacción inicial es de incredulidad, de “por qué a mí”, de rabia, desconcierto, dudas. Si el paciente no se sobrepone a esa fase y por el contrario se echa a morir y no sigue las indicaciones de los médicos, lo más probable es que acelere su deterioro orgánico o que le cueste más sobrevivir.
Como en la economía, si el paciente por el contrario asimila su diagnóstico, entiende qué le pasa, cómo puede cambiar sus hábitos de alimentación, sigue su tratamiento (suponiendo claro que consiga las medicinas) y mantiene el optimismo, tiene más posibilidades de recuperarse y recobrar la salud, ese estado de gracia que nadie sabe cuánto vale hasta que la pierde.
– Más feas las he visto –
La situación actual de Venezuela es de lejos, hoy, la peor entre todas las economías del mundo en condiciones de paz. Como en un juego de caída, o póker, tenemos registro negativo, con la inflación más alta del mundo, el peor retroceso de la riqueza, y al menos en América Latina, el brote más violento en los peores indicadores de pobreza y el peor deterioro de las condiciones de vida de la gente común.
Pero aunque parezca consuelo de tontos, lo repetiremos, más feas las he visto y se han casado.
Pongamos el caso de Brasil, la principal economía de América Latina, y miembro del top 15 del mundo.
Aunque es verdad que por estos tiempos atraviesa una crisis víctima de la corrupción generalizada entre la elite política de cualquier bando, también tiene suficientes fortalezas económicas y diversificación como para no ser arrastrado por ese vendaval.
Y esa solidez se debe a que durante las últimas dos décadas sus sucesivos gobiernos mantuvieron políticas económicas serias, coherentes, que respetaban las leyes de la Economía y sobre todo la necesidad de darle confianza a todos los agentes económicos, desde los consumidores, asalariados, inversionistas, hasta empresarios y funcionarios públicos y estudiantes (por ejemplo, para cualquier persona entrar a trabajar en el Estado, desde barrendero de plaza hasta pasante, profesor y gerente de un banco del gobierno, es necesario pasar exigentes exámenes en un concurso público).
Pero hace años no era así. Este 1º de julio por cierto se cumplirán 22 años de la implantación del Plan Real, un conjunto de reformas fiscales y monetarias que lograron domar una inflación también espantosa.
En 1992 Brasil también tenía un presidente interino, Itamar Franco, que asumió después que el electo Collor de Mello renunciara para evitar someterse a un juicio político por corrupción.
En esos tiempos la inflación en Brasil acumulaba 1.119% y había sido de 472% en 1991 y de 1.621% en 1990. Había también una crisis política y la economía estaba arruinada, por lo que todo el mundo suponía que los precios iban a seguir subiendo.
Como la economía estaba paralizada, el gobierno también la tenía cada vez más difícil para aumentar la recaudación real de impuestos y financiar sus gastos, por lo que ordenaba al Banco Central imprimir enormes montañas de dinero para poder cubrir los gastos (si eso le recuerda algo, vea cada vez que vaya al cajero automático cómo los billetes de a 100 bolívares salen crujientes y olorosos a nuevo, con sus seriales todos en perfecta serie continua). Esa inundación de dinero, que cada vez tiene menos capacidad de compra, a su vez crea más inflación.
En Brasil, “después de más de una década con inflación anual por encima de 100% -el promedio anual entre 1980 y 1992 fue de unos increíbles 694%, una solución definitiva era urgente”, recuerda Leandro Roque, editor del portal del Instituto Ludwing von Misses, de Brasil.
Desde el punto de vista de la escuela austriaca, una de las corrientes liberales del pensamiento económico, Roque recuerda que en Brasil esa inflación genera más desigualdad en la distribución de la renta entre la población, genera una falsificación contable que lleva a las empresas a sobreestimar sus ganancias y a consumir su capital propio. Resulta que los bienes de capital (de una fábrica un comercio o una casa) son contabilizados según cuanto costaban antes y no cuanto costaría reponer ese capital. De esta forma se sobreestiman las ganancias…se cae en el espejismo, pues, de creer que estamos ganando más cuando es todo lo contrario.
No es casual que hoy en día en Venezuela cualquiera es millonario y sin ir a ningún programa de TV.
Con una inflación galopante o hiperinflación como la que ya empezamos a vivir, proyectada en 700% en 2016, cualquier inversionista la tiene difícil para adivinar estimaciones de precios y de costos ya de corto plazo, que se dirá a largo plazo.
De esta forma la gente que invierte lo hace en emprendimientos de corto plazo y eso no siempre calza con las necesidades de los consumidores, lo que ayuda a bajar la producción en sectores clave y a reducir la oferta de bienes en el mercado, generando más inflación.
Piense en un emprendedor turístico, ¿estaría más dispuesto a invertir en ampliar una posada sin materiales de construcción ni certezas de donde sacará la comida para sus huéspedes, o preferirá invertir su capital en el mercado negro del dólar para protegerse? O un ganadero, ¿estará dispuesto a inmovilizar su capital cuatro años criando un rebaño o no le irá mejor dedicarse al comercio de corto plazo de ciertos bienes escasos?
“La hiperinflación contrae la estructura de producción de la economía, lo que la deja menos productiva”, eso significa menos productos en el mercado en relación a la demanda. Eso, junto con el aumento de la oferta monetaria, (cantidad de dinero en circulación) significa precios más altos, apunta Roque.
– Atrapados con salida –
Llega un momento en que este estado de cosas no se puede resolver sin grandes decisiones acertadas, desde las más altas esferas del poder.
Brasil no se limitó a la tentación efectista de sacarle tres ceros a la moneda para decir que tenía la más fuerte del mundo. Tampoco servía congelar los precios (varios planes fracasados lo habían demostrado en años anteriores) mientras se imprimían billetes en cadena.
Aunque el futuro presidente Fernando Henrique Cardoso no era economista sino un muy reconocido sociólogo con historial académico en la Universidad de Sao Paulo, Sorbona de París y en el Cendes, de Venezuela, fue designado ministro de Hacienda. Con todo el capital de su credibilidad formó un equipo de académicos para diseñar y aplicar el Plan Real.
El punto de partida fue lanzar una nueva moneda, el real, con un valor monetario de 1×1 frente al dólar (por cierto algo que fracasaría en Argentina, pero esa es otra historia) que sería la nueva referencia para fijar precios y salarios.
El plan incluyó procedimientos más espinosos: llevar a cero el déficit del sector público, es decir, hacer que el Estado en realidad no gastara más de lo que recibía. Hubo aumento de impuestos federales y privatización de bancos.
También se acabó con la llamada indexación de precios y salarios, esa práctica de querer aumentar automáticamente los sueldos al mismo ritmo que la inflación, como si esa carrera en una ruedita de hámster condujera a alguna parte.
Hubo una apertura de la cerrada economía brasileña para permitir aumentos de las importaciones y de la oferta de bienes para combatir la inflación.
(En Venezuela, que depende hoy mucho más de las importaciones que casi cualquier otro país americano que se respete, el gobierno ha optado por reducir con fuerza las importaciones para destinar ese dinero a pagar deuda financiera externa).
En Brasil hubo una cruzada para fortalecer las cuentas externas del país, especialmente la de reservas internacionales, pues se entendía que esa disponibilidad de divisas le daría solidez a la nueva moneda y credibilidad a la política económica y monetaria, reduciría la fuga de capitales e inspiraría la confianza de los inversionistas y consumidores.
(En Venezuela la reservas internacionales están a su más bajo nivel en 20 años, y cayendo).
Claro que en la economía, como en toda la vida, las cosas no caen del cielo ni las reformas se aplican de la noche a la mañana sin daños colaterales ni apoyo de la gente. Pero para los vecinos brasileños, que habían superado épocas de espantosa inflación, confiscaciones de ahorros, recesión, escasez y más pobreza, los resultados, puestos en la punta del lápiz y en una hoja de ganancias y pérdidas, son notablemente positivos. Tanto, que van y vienen presidentes, pero a nadie se le ocurrirá meterse con el fondo y las estructuras de esa política económica de Cardoso.