La respuesta la encontramos en el aumento de la inflación, que para 2016 cerró en 525%, de acuerdo con la metodología del Banco Central de Venezuela (BCV), y en 1.366,5 %, según nuestros cálculos de inflación subyacente.
La inflación ha sido uno de los principales factores que ha afectado negativamente el consumo, dado que a mayor inflación menores van a ser los ingresos reales. El aumento de los precios ha sido tal, que incluso adquirir una canasta de bienes y servicios básicos es una tarea ardua para el venezolano promedio, y los incrementos salariales se han quedado en el terreno nominal, puesto que no han podido contrarrestar dicha expansión.
La escasez y el desabastecimiento influyen negativamente en el consumo; mientras menos oferta de productos y servicios haya en el mercado, mayor van a ser los costos transaccionales que tendrán que pagar los consumidores para poder adquirir los bienes; precios más altos dado la incertidumbre y la especulación, traslados de un establecimiento a otro, mayor tiempo en colas, entre otros.
En una economía con múltiples tasas de cambios oficiales, un mercado de divisas paralelo, retraso en la publicación de datos oficiales, control de precios y ganancias y alto nivel de incertidumbre, es difícil determinar cuál es el precio de un bien. De hecho, este fenómeno es lo que los economistas llamamos “distorsión en los precios relativos”.
Es por ello que afirmar que todos los precios se indexan al paralelo es un error. La dinámica de los precios en Venezuela es muy compleja como para que los precios sigan un solo indicador. Asimismo, la Ley Orgánica de Precios Justos, la cual le da mayor discrecionalidad al Gobierno para regular precios y prohíbe incluir el paralelo en la estructura de costos, incrementa la dificultad para que los precios se ajusten al “mercado”.
Ante tantas distorsiones, en Ecoanalítica hemos construido un tipo de cambio que refleja el “precio promedio del dólar” que paga un consumidor típico por una canasta de bienes y servicios básicos comparado con Colombia, utilizando la teoría de la paridad del poder de compra. En enero de 2016 este indicador se ubicó en Bs 312,0 por dólar, mientras que en enero de este año alcanzó Bs 1.274,1 por dólar, es decir, una variación de 308,4%. La pregunta clave en este punto es: ¿los salarios han aumentado lo suficiente en un año para poder cubrir el incremento en el precio de la canasta básica?
Veamos: en Colombia, el ingreso familiar mínimo en dólares en enero del año pasado era de $458 lo que implica que por esta metodología, en Venezuela una familia hubiese necesitado ganar Bs 142.896 para hacer frente a los precios que veíamos en el mercado. En ese momento el ingreso familiar rondaba Bs 26.532. En enero de este año, el ingreso mínimo de una familia colombiana se ubica en $502, lo que conlleva a que una familia en Venezuela necesitaría Bs 639.598 para hacer frente a la realidad de precios que vemos en nuestro país. El ingreso mensual en bolívares se ubica en VEF 111.755.
Allí pueden verse las amplias brechas, explicando la aguda caída del consumo que estamos viendo en la economía venezolana. En 2016 la contracción del consumo privado estuvo entre 15% y 20%. Un número escandaloso. Por otro lado, queda en evidencia que los sucesivos incrementos salariales no han podido incrementar el poder adquisitivo de los consumidores.
En los actuales momentos, a menos que el salario de un consumidor se incremente $414,3, como mínimo, medido a tipo de cambio del consumidor, es imposible mantener sus patrones de consumo intactos sin utilizar los ahorros o endeudarse. Sin embargo, un consumidor atípico en el mercado venezolano, gracias a las distorsiones, ha podido mantener su consumo e incluso incrementarlo.
Veamos: un trabajador cuya remuneración sea en dólares puede fácilmente saltarse todos los efectos negativos mencionados anteriormente e incluso tomar ventaja de estos. ¿Por qué? Porque actualmente el diferencial cambiario entre la tasa del consumidor y la del mercado paralelo se encuentra en 282,6%. Lo que para algunos consumidores se hace imposible de adquirir, para los que obtengan ingresos en dólares es una realidad completamente distinta, una realidad en donde se puede conseguir casi de todo, más caro, pero se consigue.
Con este diferencial obtener algún tipo de remuneración en dólares es el sueño dorado de cualquier trabajador venezolano. Sin embargo, dada la rigidez de los contratos salariales y que la mayoría de las empresas locales no generan dólares y no pueden indexarse al incremento de la tasa del dólar paralelo, encontrar un trabajo que pague en dólares o indexe los salarios a esta tasa es casi imposible.
No obstante, los individuos han encontrado dos formas para indexarse. La primera es manteniendo el trabajo formal, pero buscando maneras de conseguir remuneraciones en dólares, y la segunda es aprovechando las oportunidades de arbitraje que ha generado el mismo mercado distorsionado: los raspa cupos, los bachaqueros en la frontera, los contrabandistas de gasolina, entre otros. Estos son reflejo de individuos buscando una mejor remuneración (no necesariamente la mejor o la más eficiente).
En un escenario de ajuste conviene tener en cuenta las implicaciones sociales de lo que sucede en el mercado de trabajo y en el sistema de precios, para asegurar que las reformas tengan éxito. Si se dejan por fuera, los actores involucrados tienen altos incentivos para rechazar las reformas o imponer obstáculos.