Opinión

Ahí al lado, el pasto colombiano es hoy más verde

Lo que un vistazo rápido a Bogotá y la economía colombiana puede enseñarnos a los venezolanos: más feos los he visto y se han casado.

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Flores Colombia
Foto: Archivo / AP / Fernando Vergara

Érase una vez un país americano cuyos habitantes, especialmente los jóvenes en edad más productiva, se iban en masa a buscar nuevas oportunidades en el exterior. Un país cuya economía estaba por el suelo, con una deplorable infraestructura y pésimos servicios públicos, una moneda aniquilada y una tasa muy baja de inversiones públicas o privadas.
En ese país los muertos cada año se contaban por miles. Eran frecuentes los atentados con bombas, ejecutados por capos de bandas narcotraficantes que le disputaban el poder a las mismísimas fuerzas del Estado.
En el lejano interior, en estados aprisionados entre tres cordilleras y la selva amazónica, grupos de guerrilleros castristas libraban una inútil guerra de desgaste durante medio siglo. Otras bandas de paramilitares, llamadas “autodefensas” cometían contra la población civil, especialmente contra los campesinos, excesos atroces, aún peores que los de los grupos rivales.
Un complejo proceso de paz, con acuerdos ya firmados, alimenta otra perspectiva nacional.
Este país hermano, separado al nacer es Colombia y las historias de un pasado aún no superado del todo pueden ser mejor contadas por cualquier amigo o vecino nuestro colombiano, que seguro todos tenemos uno, pues a Venezuela se desplazó la mayor cantidad de nacionales de ese país obligados a huir de la guerra, en busca de un mejor destino.
Terminarían integrándose aquí más que cualquier otra colonia, criando sus familias con una identidad en los dos lados de la frontera, dando su aporte por Venezuela en las buenas y en las malas. Hasta el mejor futbolista de nuestra historia es hijo de colombianos: Juan Arango.
Hoy Colombia es también una referencia inmediata para los venezolanos, aunque muchos ignoran el salto económico que está dando este vecino y las mejores condiciones que ha adquirido para seguir luchando contra otras adversidades e injusticias sociales. Pero por algo se comienza. No se puede superar las condiciones de un pueblo sin antes mejorar los grandes números y las expectativas.
Ningún gobierno puede afirmar que vela por los desposeídos si primero no arregla la macroeconomía, pues no se puede distribuir una riqueza que no existe, ni pretender que las familias vivan bien de promesas y falsos recuerdos.
– Camino de vuelta –
Hoy muchos venezolanos, algunos de ellos hijos o nietos de colombianos, hacen el camino de vuelta y buscan refugio en el hermano país. A la historia le encantan las ironías.
Cuentan los vecinos que cada vez es más frecuente escuchar el inconfundible acento venezolano en los atestados autobuses del Transmilenio, el principal sistema de transporte superficial de Bogotá, donde proliferan buhoneros “venecos” vendiendo caramelos o hasta billetes de a 100 bolívares, esos marrones que solo sirven para alimentar ingratos recuerdos de la que fue una de las monedas más sólidas del mundo durante buena parte del siglo XX.
En los estados fronterizos, es fuerte la presencia de venezolanos, como obreros en fábricas o braceros en haciendas; médicos venezolanos, pagados con salario de enfermeros, les quitan el puesto a los colombianos en empresas de salud como Sanitas, y mujeres venezolanas le disputan clientes a las nacionales en los oscuros bares del caribe colombiano.
La oleada de venezolanos que huyen de un país con menos esperanzas ya despierta preocupaciones serias entre las autoridades, como una vez ocurrió de este lado, cuando nuestro sistema se quejaba de albergar tres millones de colombianos.
Pero los inmigrantes, en cualquier país del mundo suelen aportar más de lo que exigen, construyen, dan más de lo que toman. Eso lo sabemos bien en Venezuela, una nación hecha de inmigrantes como casi todos los países americanos más exitosos en su momento.
“Los colombianos tenemos una deuda histórica con los venezolanos”, insistía por estos días Alejandro, un muy culto guía turístico que se dedica a mostrar Bogotá a visitantes de todo el mundo que están descubriendo hoy esta vibrante ciudad andina donde habitan unas ocho millones de personas, abundante en bellos edificios de ladrillos, y barriadas pobres, rodeada de cerros verdes, limpia, y según los colombianos, considerada una de las capitales americanas más seguras.
– La industria sin chimeneas –
Colombia espera recibir este año unos seis millones de habitantes, dos millones más que en 2016. “La cifra está creciendo exponencialmente”, señala Alejandro al recordar que en el pasado por ejemplo Bogotá era vista sólo como una simple escala, un entrepuesto para quien buscara conexiones hacia Cartagena, Barranquilla u otros destinos del Caribe y de Suramérica.
“Ahora también queremos que se queden a conocer nuestros 32 museos, nuestros restaurantes, nuestras bellezas”, agrega orgulloso de una ciudad ubicada a 2.600 metros sobre el nivel del mar y conocida como “la nevera” por los colombianos.
“Son 2.600 metros más cerca de las estrellas”, es la consigna de la alcaldía mayor de Bogotá, que con la etiqueta en redes sociales #ViveelFDSenBogotá busca demostrar que hay muchas cosas por hacer en esa metrópoli, además de tomar un avión de escala en El Dorado, el modernizado aeropuerto convertido en símbolo de este progreso.
ProColombia, un organismo estatal dedicado a atraer y promover inversiones, junto con el Instituto de Turismo de Bogotá, apoyados en la aerolínea Wingo, que recién inauguró vuelos de bajo costo y pagados en bolívares, llevan algunos grupos selectos de periodistas y agencias de turismo a que descubran esta nueva realidad y cuenten lo que vieron.
Es la evolución de una campaña previa, cuyo eslogan, tan polémico como exitoso recalcaba: “Colombia, el riesgo es que te quieras quedar”.
En un pasado reciente la percepción acerca del país era muy mala. Era la época de la Colombia negativa, comentaba María Patricia Guzmán, directora de la Asociación de Hoteles de Bogotá.
Hay incentivos fiscales a la inversión turística, un factor clave en un país con un rezago en esta área en proporción a lo que quiere ofrecer en su extensa geografía, donde hay mucho más que café y flores (es el segundo exportador mundial de ambos productos).
Su economía depende también mucho de productos básicos, como el petróleo, que aporta 20% de los ingresos fiscales. La caída de los precios del crudo, el carbón y otros minerales golpeó el crecimiento, que solo fue de 2% el año pasado, la mitad del promedio de la última década.
Pero mantiene en los mercados financieros mundiales el codiciado “grado de inversión”, que le ayuda a atraer capitales (fueron $10.200 millones hasta septiembre de 2016, comparado con $9.300 en igual período de 2015).
Su inflación fue menos de 6% y se beneficia de acuerdos de libre comercio firmados con una docena de países, inclusive Estados Unidos.
Se trata de un camino largo, con enormes deudas sociales por resolver con los más pobres. Pero los colombianos, especialmente los bogotanos, donde está el centro del poder político y económico, parecen vivir mejores expectativas y ya eso es un buen comienzo.
Bogotá muestra orgullosa su bien preservado casco histórico, donde está bien presente la memoria del libertador Simón Bolívar; su barrio bohemio de la Candelaria; su Catedral de Sal, una enorme iglesia a 180 metros de profundidad, excavada en las entrañas de un cerro cercano donde todavía funciona una mina. Está en el pueblo de Zipaquirá, donde se llega en el simpático “Tren de la Sabana”.
Exhibe su Museo del Oro, con la viva herencia de la preciosa y sagrada artesanía precolombina; la Casa de la Moneda, con su “Custodio de la Iglesia de San Ignacio”, una inigualable pieza terminada en el año 1707 en oro de 18 kilates, con 21 diamantes y 1.485 esmeraldas. Le gusta mostrar sus mercados de flores y de exuberantes productos de toda Colombia; sus centros comerciales, sus avenidas congestionadas.
Esta es una ciudad como las que hemos olvidado en este lado de la frontera: funciona. Se puede caminar de noche por las calles iluminadas, la economía se mueve hasta bien tarde, hay música, especialmente de salsa y vallenato, pero sobre todo, parece haber una apuesta a que las sociedades son capaces de levantarse de sus peores tiempos y seguir luchando para construir un futuro mejor y buscar una nueva oportunidad sobre la tierra.]]>

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