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Víctor Frankenstein: una arriesgada versión libre

Antes de sentarse a ver esta película, sepa que va a ver una versión bastante libre de la historia.

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La adaptación de la novela de 1818 toma un nuevo camino en uno de los más recientes estrenos de 20th Century Fox.

Antes de sentarse a ver esta película, sepa que va a ver una versión bastante libre de la historia. El drástico giro a la novela de Mary Shelley puede causar desagrado a quien lo toma inadvertido, y no precisamente porque se presuma que todos los espectadores han leído esta obra de terror clásico, sino porque gracias a la cultura pop, un amplio público tiene una noción de la sombría historia. Sin embargo, la intención no es pasearse por las comparaciones entre la literatura y el cine, que tanto ha representado esta historia y que hasta un ayudante cifótico le inventaron, y que esta vez es quien cuenta la historia desde su perspectiva.

Es Londres, en el siglo XIX, y Víctor Frankenstein se presenta como una suerte de salvador y mentor para Igor, un fenómeno de circo, a quien repentinamente cura de su malformación y que logra adaptarse a la vida civilizada de la noche a la mañana, con la magia de no más que una navaja para afeitar y un buen traje. Igor resulta tener un talento natural para la medicina y se convierte inmediatamente en una pieza clave para el fin último de Frankenstein: crear vida después de la muerte. Ambos se entusiasman con el proyecto hasta que el novato empieza a cuestionarse los límites éticos en la creación de su mentor.  

En la película, sí verá un científico excéntrico, meritoriamente interpretado por James McAvoy, aunque su fluctuante sobreactuación los haga ver caricaturesco dentro de un ambiente que no pretende ser más que sobrio y verosímil, dentro de lo que cabe en la temprana concepción de ciencia ficción de la historia original. De hecho, esta interpretación es un poco más parecida a la que Shelley describió en su libro, que a la del prototipo de científico loco que el cine y la televisión habían retratado: la de un hombre ambicioso, curioso y obsesionado con la idea de ser Dios, que no sabe manejar las consecuencias de sus actos.

Igor, quien no existe en la historia original, deja de ser un mayordomo servicial, para convertirse en un socio fiel, intelectualmente tan a la par o más avanzado que el propio Víctor. La interpretación de Daniel Radcliffe carga ese halo de perturbación que ha perseguido al actor desde que la confusión sobre su acontecida vida embriagaba a Harry Potter. El otrora jorobado, y en otras obras hasta estrábico, personaje, es quien desarrolla una secundaria historia de amor, o desaprovechada o innecesaria para la trama central.

“La criatura”, además de dejar de ser el plato fuerte de la película, le devuelve su nombre a Víctor, a quien se reivindica, dejando claro que es a él a quien pertenece el apellido Frankenstein. El director, Paul McGuigan, y el guionista, Max Landis, lograron –si puede decírsele logro- convertir la terrorífica historia en un largo capítulo de una película biográfica, mezclada con una poco convincente y floja trama policial. Sin embargo, la película no deja de ser entretenida en sus 110 minutos, por su dinámico ritmo, al más puro estilo de la taquillera Sherlock Holmes de Guy Ritchie, y sus destellos de buen humor. Lamentablemente estos van cesando a medida que pasan los minutos.

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