Espectáculos

Juan Gabriel trascendió su existencia y nacionalidad en todas las dimensiones

Tuvo la vida que quiso. Compuso y compuso canciones (más de mil quinientas). No se arrepintió de la paliza que le dieron sus primeros años. Por el contrario, les daba sentido.

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Juan Gabriel

Los fanáticos, los curiosos, los periodistas, la policía, las ambulancias: todos se agolparon este domingo frente a su residencia, donde “secretamente” vivía en la costa de Santa Mónica, California.

Pero pronto el murmullo llegó a todo Estados Unidos, en México se convirtió en lamento, y en toda América Latina y España se oye ya un pésame multitudinario.

Y no era para menos. Juan Gabriel trascendió su existencia y su nacionalidad en todas las dimensiones. Su vida fue una historia digna de contar desde el día que nació hasta que falleció este domingo. Juan Gabriel nació en condiciones más adversas que las de una guerra, con u padre psicótico y una mujer agobiada por la miseria y la moral, pero luchó día a día con más nobleza que la de un caballero.

Su gran coraje fue la humildad. Si había superado el abandono de su madre, el hambre y una injusta cárcel, ¿cómo no iba a decidir asumirse artista, y mariachi homosexual?

Qué importaba dormir en la calle y prometer ante los incrédulos que un día se presentaría en el Teatro de Bellas Artes de Ciudad de México. Soñar, después de una infancia como la que tuvo, ya era un regalo.

Juan Gabriel tuvo más cojones que muchos de nosotros juntos en varias vidas. Se enfrentó a las disqueras como nadie nunca lo había hecho y obtuvo el control de sus derechos como ningún otro artista. Ni Michael Jackson ni los Beatles tuvieron el control de sus negocios como él.

¿Qué le costó? Pasarse ocho años sin poder grabar. ¿Quién está dispuesto a eso? El que no tiene nada que perder. Y desde ahí vivía Juan Gabriel. Para él la existencia era un placer, haber nacido un regalo.

Pero no fue sino hasta su juventud temprana que lo descubrió: cerca de los 20, lleno de resentimiento y de las heridas que le habían dejado las injusticias de la vida, decidió pagar con amor todo lo que le habían hecho, pues tuvo la revelación de que el odio sólo le hacía más daño.

Y eso lo liberó.

Tuvo la vida que quiso. Compuso y compuso canciones (más de mil quinientas). No se arrepintió de la paliza que le dieron sus primeros años. Por el contrario, les daba sentido. Nunca dudó de su sexualidad. Ni le dio el gusto a que la sociedad lo juzgara. Ya es un hito la respuesta que le dio a un periodista que hacía su trabajo (Fernando del Rincón) y le preguntaba si era gay, “lo que se ve no se pregunta”. Sagacidad con elegancia.

Murió cantando, en la culminación de su gloria, con una serie recién realizada en la que cuenta su vida en primera persona. Nos dejó demasiadas enseñanzas. Pero llegó a tal grandeza gracias a un coraje mayor: todas sus letras pedían cariño. Reconocer su dolor fue, al tiempo, su talón de Aquiles y su trascendencia.

Buen viaje, Alberto Aguilera.

A millones nos seguirás cantando, como un día nos prometiste.

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