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Retratar la realidad de la niñez venezolana: entenderse entre sonrisas

Hace rato que la niñez venezolana no va de volar papagayos en platabandas o jugar trompo por las tardes. La realidad es mucho más dura y los años de aventura se pierden en trabajo. Este es el retrato del futuro de un país que parece perdido

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Una imagen, hecha cerro arriba en Guarenas, guarda elrecuerdo de una hermosa niña. Es ella, sin pretensiones, ajena a lo banal. Ahí, donde los niños no saben de marcas de teléfonos celulares, ni de usuarios de Instagram,ella lleva de la mano a su muñeca desaliñada, sucia por el uso, bañada por la tierra, percudidapor el amor excesivo de quien solo la necesitapara sonreír, para ser feliz.

En su otra mano lleva la niña un mendrugo de pan,que a mi parecer es su merienda de esa tarde. No quiero pensar en que quizás es su única comida en el día.

Ella sonríe y desecha mi pensar pesimista, la magia de la inocencia, de su inocencia, me hace sentir bienvenido. Ya no me percibo invasor en su comunidad. Ella, con un poco de pena, me observa, y yo amablemente le muestro mi cámara. Vuelve a sonreír y en un click casi paternal, me regala uno de los mejores retratos que he hecho jamás y tal cual lo que es, una imagen estática, se queda fija en mi alma de padre, que ve a su hija en todas las niñas del mundo.

Niña en Vista Hermosa, Guarenas. Foto tomada en 2005 por Daniel Hernández.

Aun hoy mi cerebro sigue intentado entender cómo se puede ser tan feliz con tan poco. No importa mi opinión, pues su dulce sonrisa mueve suave, pero contundentemente, las bases de mis pragmáticas percepciones. Me hace entender que simplemente esa es su felicidad.

Tachón y San Pablo, Municipio Zamora, estado Miranda. Foto tomada por Daniel Hernández en 2006.

Esa felicidad suya se hizo contagiosa en mí, y tal vez por eso soy un pescador desonrisas. Siempre las hay en mis caminos. ¡Soy millonario en sonrisas! Y ese es mi privilegio.

Las consigo repletas de pureza. Son esas sonrisas que se le escapan al anciano en medio de sus recuerdos melancólicos; las de los niños que sonríen plenos por cualquier vaina. Así como la sonrisa del pequeño de ojos rallados que está frente su casa en la rural Araira, la de las mandarinas, en el caserío de San Pablo, que tiene gente amable.

Allí sus niños te escudriñan el alma tiernamente con la mirada; también encuentras rostros que se asoman por las ventanas intentando adivinar los pensamientos de los extraños que visitan. En ese espacio generamos una conexión: el niño desde su casita de baharequey yo desde el patio. El silencio lo hace místico.

¡Suena el click! «¿Quieres ver la foto?», le digo y se mira en la pantalla de la cámara y se carcajea. Él no está solo, tiene un vecino que se ríe al verme pedirles un retrato y allí están ellos dos en mis recuerdos, ellos que me enseñaron cómo ser feliz en el lugar más olvidado.

Barrio La Agricultura, Petare. Foto hecha en julio de 2023 por Daniel Hernández.

La mirada del niño trabajador, ese que desde muy temprano lleva la responsabilidad en los hombros, no es la misma del que solo tiene el oficio dejugar. Ese niño que trabaja tiene una expresión adulta, que le es tan ajena, quizás porque le toca hacer lo que no quiere y asumirse en un mundo adulto, anhelando no perder la ilusión de la niñez.

Niños de Guatire. Fotos hechas entre el 2006 y 2008 por Daniel Hernández.

En Panaquire, Barlovento, está la niña de los cambures titiaros y el niño del camión de carnes, ellos intentan emular la seriedad del trabajo que les tocó ejercer. Ese niño que intenta ser carnicero de oficio, que con sus manos sujeta la cabeza de un cerdo, tiene una mirada que reclama equidad y justicia para él. Sus ojitos le dicen a quien los mira, que todo lo que anhela es jugar. Pero ellos están allí para ser capaces y útiles, no para ser felices.

Niña que vendía cambures en Barlovento, Miranda. Foto hecha en 2011 por Daniel Hernández.

Las calles se hacen mis cómplices. Cada barrio, cada vereda, cada escalera me devela realidades cotidianas de mi gente y hace más evidentes las de los más pequeños.

Por ejemplo, en José Félix Ribas, arriba en la zona 7, existen micro rutas rurales que se esconden dentro de ese impetuoso armazón de concreto y bloque, claramente mal planificado. En uno de esos espacios maltrechos, coincido con dos niñas que caminan sosteniendo recipientes con agua.

Suben colina arriba, apelan a su buen ánimo, y creo que en el fondo saben que no hay que normalizar su dura cotidianidad, que lo normal es abrir el grifo y que salga agua siempre. Ellas hacen de su noble actitud su fortaleza.

Panorámica de José Félix Ribas, en Petare. Foto hecha en 1014 y 2020 por Daniel Hernández.

Para estos chamos, un papagayo es motivo de alegría. Mientras más alto vuela, más se eleva su emoción e ilusiones. El rey del espacio aéreo, del cielo del barrio, es aquel niño que está dispuesto a arriesgar su papagayo con el crucero en otro techo. La felicidad está allí, volando, manteniendola alegría.

Caracas. Niño fotografiado por Daniel Hernández entre 2015 y 2023.

Pero allí también tenemos muchos niños que van con los pies descalzos, sintiendo el frío del suelo y de las almas que los desprecian. Ellos están ahí esperando algo más de la vida: no pidieron venir al mundo y han encontrado en él un lugar hostil.

Muchos de los niños que caminan por las calles de Caracas solo conocen una ciudad entumecida por la maldad de los hipócritas, que celebran logros políticos que hacen más invisibles a los niños de la patria.

Niño de Anare en La Guaira, hecha en 2022 por Daniel Hernández.

Al niño que trabaja, al niño en condición de calle, al del barrio más precario, al niño violentado, al niño que no va al colegio, al niño que cuida de otros niños, como sociedad les debemossonrisas infinitas, cuidado, resguardo, cobijo, educación y esperanzas.

Altos de la Cruz en Guatire. Foto hecha en 2008 por Daniel Hernández.

Me pregunto si estamos dispuestos a accionar para garantizarles sus derechos y a cobijarlos mientras se convierten en los hombres y mujeres que harán de este país una mejor Venezuela.

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