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De primera dama del narco en Río de Janeiro a celebrada escritora

A los seis años probó su primera droga para inhibir el hambre: cola de zapatero. A los nueve fue vendida por su abuela a un jefe del juego clandestino. A los once recibió de regalo su primer revólver.

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Fue la mujer de Naldo, un legendario jefe narco de la Rocinha, la mayor favela de Brasil, en el violento Rio de los años ’80. Y tras la muerte de su amante en una sangrienta batalla con la policía se convirtió en traficante.

Su posterior adicción al alcohol y a la cocaína la consumió y le hizo perder todo lo que tenía.

Pero Raquel de Oliveira consiguió escapar a su trágico destino: hace una década está en tratamiento para controlar su adicción, descubrió la poesía, hizo la secundaria, ganó una beca, estudió pedagogía en la universidad. Y a los 54 años acaba de publicar una celebrada primera novela, «La número uno».

«Este libro es mi historia de vida. Solo la literatura me mantiene en pie para enfrentar mi historia después de 30 años. Escribir me da placer, reemplaza la cocaína, consigo huir del dolor, anestesiarme, parar el tiempo», confiesa a la AFP en la favela de Babilonia, al margen de la Fiesta Literaria de las Periferias (FLUPP) que se celebra cada año en estas barriadas pobres de Rio.

La FLUPP publicó hace un par de años sus primeras poesías, y en sus talleres literarios Oliveira se armó de valor para emprender una novela.

«Esta niña no será puta»

Su madre era empleada doméstica y vivía con sus patrones en un lujoso penthouse de Copacabana.

Creció con su padre al que describe sin más palabras como un «pedófilo» en una barraca precaria, con suelo de tierra batida forrado con periódicos.

«Desde pequeña, el refresco era jugo de vino con agua y azúcar. Todos los niños tomábamos eso mientras los adultos se embriagaban y hasta hoy tengo el recuerdo mi rostro caliente» por el alcohol, recuerda con un hablar enérgico y franco esta intensa mujer de abundante cabellera negra.

Cuando tenía apenas seis años su padre la trancó en la barraca y la abandonó. Oliveira se escapó a los tejados, donde vivían varios niños que pasaban las horas remontando cometas e inhalando cola.

«A los nueve años mi abuela me vendió, ella veía como un problema tener un pariente arriba del tejado, un menor abandonado. Pero en realidad era adicta al juego, a la ruleta, y yo le serví para conseguir dinero», cuenta.

Fue vendida a un jefe del juego clandestino que era «padrino» de varias niñas. «Él era muy amable, atento, protector. Compraba a las niñas porque creía que estaba ayudando a las familias. Era una práctica común. Esa compra alimentaba la prostitución. Cuando llegué a su casa habían como tres embarazadas de él», dice.

A diferencia de otras, Oliveira se salvó gracias a un ‘pae de santo’ (sacerdote) del culto afrobrasileño umbanda, que declaró frente a su «padrino»: «¡Esta niña no será puta, hay que adoptarla!».

Su padrino la cuidó entonces como a una hija verdadera, y le regaló a los 11 años su primera pistola, para defenderse «de un montón de bandidos».

“El amor de mi vida”

A los 25 años su vida cambió para siempre cuando se convirtió en la mujer de Naldo, el carismático jefe narco de la Rocinha que fue el primer traficante en dar entrevistas a la prensa e introdujo en las favelas los fusiles que desatarían una carrera armamentista con la policía.

«Fue el amor de mi vida, vivimos juntos tres años. Me gustaba cómo él me amaba y todo lo que me ofrecía: seguridad, el placer de estar conmigo, el cariño, el sexo compulsivo. Descubrir eso fue buenísimo, porque antes había estado casada y fue una mierda», dice.

Tras su muerte Oliveira fue durante varios años traficante en la Rocinha, donde vive hasta el día de hoy. Y comenzó a consumir alcohol y cocaína más que nunca.

«Iba a beber una cervecita y me quedaba cinco días, empeñaba las llaves de mi casa, mi cédula de identidad. Luego tenía que trabajar como loca para tener el dinero para pagar las deudas. La cocaína era mi pasión, reemplazó todo el sexo y cariño que no podía tener con mi marido muerto», dice.

Hasta que un amigo la ayudó a entrar en el camino de la recuperación en 2005.

Oliveira no se queja de su vida. Dice que es la única que le tocó y considera que a pesar de todo ha tenido suerte. Está llena de proyectos, entre ellos hacer una maestría en pedagogía, publicar otra novela y dos libros de poesía.

«Mi vida podría haber sido todo mucho peor. Pude enfrentar todo lo que sucedió con dignidad», concluye.

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