Internacionales

El Muro de Berlín y el bachaqueo

Guiños de la historia: el “ataque al signo monetario” y el contrabando hacia Occidente de productos subsidiados “para el pueblo” fueron dos de las razones oficiales que esgrimió la desaparecida Alemania Oriental para erigir el símbolo más vergonzoso de la opresión comunista

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La Harina PAN y la gasolina pueden provocar el cierre de la frontera entre dos países y una movilización de tropas. Tres productos estrellas de contrabando, café, cigarrillos y licores, estuvieron entre las razones de Estado que se esgrimieron hace más de medio siglo para construir uno de los símbolos más vergonzosos de opresión en la historia humana: el Muro de Berlín, de cuya caída se cumplen 26 años este lunes 9 de noviembre. Los alemanes también bachaqueaban, aunque usted no lo crea.

Frenar la emigración y la fuga de cerebros fue la principal motivación de la desaparecida Alemania Oriental para erigir la que oficialmente se llamó “Muralla de Protección Anti-Fascista”: para 1961, el satélite de la Unión Soviética había perdido a casi 40% de su población económicamente activa. La frontera entre ambos países se cerró oficialmente en 1952, pero seguía siendo relativamente sencillo pasar de una parte a otra de la ciudad dividida desde la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, el comunismo no admitiría públicamente su fracaso: ¿por qué la gente habría de huir en masa del paraíso?

Además de (obviamente) proteger a los indefensos alemanes orientales del tenebroso fascismo de Occidente (que le lavaba el cerebro a algunos confundidos para que huyeran), otros de los objetivos alegados por las autoridades comunistas eran la protección de su atacado signo monetario (¡!) y detener el contrabando de productos subsidiados por la economía socialista hacia Berlín Occidental: en lenguaje venezolano del año 2015: bachaqueo.

Y no era mentira. Según el historiador Jeffrey Byford, autor del libro Detrás de la cortina de hierro, se calcula que para 1961 más de 57.000 alemanes orientales (comunistas) vivían del bachaqueo, es decir, del contrabando de productos subsidiados hacia Berlín Occidental. Según caricaturas de los periódicos de la época, hasta las mamás utilizaban cochecitos de bebés para sacar café. Este documental noticioso de la época muestra imágenes del bachaqueo:

Oficialmente, el marco de Alemania Oriental (la moneda comunista) tenía el mismo valor que el marco occidental. En la práctica, un marco oriental era una moneda inservible fuera del país socialista. ¿Les suena conocida la historia?

Según un reportaje publicado en el diario Zeit, un borracho podía comprar una cerveza del lado oriental de Berlín, empujársela, cruzar la calle, vender la botella vacía en la parte occidental y, con ese importe canjeado en una casa de cambios, regresar al comunismo para comprar dos cervezas.

No solo se bachaqueaba café, tabaco y licor. Bárbara Brecht, la hija del dramaturgo Bertolt Brecht, fue detenida en la Puerta de Brandemburgo por los agentes occidentales de aduana (sí, el contrabando también se volvió una incomodidad para la otra Alemania) por tratar de introducir ilegalmente 12 metros de tela. Según el periodista Michael Sintheimer, desde la acera comunista se traficaba con adornos navideños, medicinas, termómetros, lentes ópticos, aceite comestible, huevos, mantequilla, carne y leche. En 1958, una banda criminal fue acusada de pasar 600 caballos a Occidente y emplearlos para la elaboración de salchichas.

Por supuesto, el Muro de Berlín hizo más complicado el contrabando, pero magnificó las distorsiones. Según una nota publicada por la agencia noticiosa UPI en 1981, los cigarrillos se conseguían entonces en la Berlín comunista a 25% de su precio en Occidente. La ginebra, el brandy, el whisky, el vodka polaco y ruso, a 50%. Niñerías al lado del dólar a 6,30 y la gasolina a 0,097 bolívares el litro. Con frecuencia, funcionarios diplomáticos de países tercermundistas se involucraban en el mercado negro, que como ocurre hoy en Venezuela, funcionaba en doble sentido: productos subsidiados y baratos que salen del país «controlador»; productos escasos y lujosos provenientes de la economía libre… en eso se convirtió el café.

A mediados de los años 60, la Unión Soviética dejó de suministrar café barato a los alemanes orientales, lo que originó desde entonces una gravísima escasez de un bien de hábito casi imprescindible para la mayoría de la población. En 1977 el Estado ofreció el Mischkaffee, una «mezcla especial» que en realidad solo contenía 49% de café y que era detestado por su sabor horroroso.

La lección triste es que, a corto plazo, el Muro de Berlín cumplió su objetivo: permaneció casi 30 años en pie, y nunca le faltarán nostálgicos. Como se constata en películas como La vida de los otros, luego de 1961, la Alemania Oriental acrecentó su control sobre los ciudadanos, frenó la sangría de mano de obra y fortaleció su economía. Estados Unidos y sus aliados sintieron un relativo alivio pues disminuyó la amenaza de que en cualquier momento la Unión Soviética invadiera Berlín occidental.

Subsidiar artificial e indefinidamente los precios de ciertos bienes básicos no parece una idea tan beneficiosa para los sectores más necesitados como en principio se pinta: la gente se acostumbra a una economía en la que no hace falta producir o competir. Sin embargo, siempre es una solución seductora para el populismo irresponsable. Señala proféticamente Robert Service en la conclusión de su Camaradas: breve historia del comunismo (2009): “Los impulsos que condujeron al comunismo no están aletargados. No puede descartarse que tales movimientos se hagan de nuevo con el control de Estados completos. El comunismo ha demostrado rasgos de metástasis. Tendrá una larga vida después de la muerte, incluso cuando el último estado comunista haya desaparecido”.

Presuntamente, el comunismo se basa en el materialismo histórico como herramienta de análisis. Sin embargo sus defensores pretenden que sólo la ética frene lo que sin ninguna duda es el más redondo de los negocios: comprar barato y vender varias veces más caro.

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