Seis millones de judíos fueron asesinados durante la Segunda Guerra Mundial en campos de exterminio del régimen nazi de Adolfo Hitler. Muchos de ellos ya ni siquiera eran judíos sino conversos, pero al tener entre sus antepasados sangre hebrea, según los antisemitas, debían ser eliminados. El concepto que validaba la aniquilación en el ideal de los Nacionalsocialistas alemanes no era la religión, sino la pureza de la raza.
La población hebrea no fue la única víctima del Tercer Reich, aunque fue, notablemente, el grupo más vulnerable y buscado para el exterminio. Antes de la invasión de la anexión de Polonia ya la maquinaria nazi había iniciado su macabro cometido llevando a gitanos, negros, masones, discapacitados, homosexuales, religiosos –católicos, protestantes, testigos de Jehová, pentecostales– y opositores políticos –liberales, socialistas, comunistas, republicanos españoles-, a “campos de reeducación” para agitadores y causantes de inestabilidad social, un eufemismo que servía de terrible precedente para lugares de horror como Auschwitz, Treblinka, Majdanek y Sobibor.
Los nazis llegaron al poder en 1933 y dos años más tarde, ya habían establecido las leyes raciales. Las primeras víctimas de las atrocidades de Hitler fueron las personas con enfermedades congénitas y terminales, así como dementes y ancianos.
Crearon las llamadas leyes de Nuremberg (leyes de eugenesia con bases de pseudociencia) que generaron un marco legal para eliminar todo lo «indeseado» y crear una raza aria, la visión de un hombre superior sobre los otros grupos.
A través de la llamada “Aktion 4” los nazis asesinaron a todos aquellos que tenían “vidas indignas de ser vividas”. En ella se incluían a los enfermos incurables, niños con enfermedades congénitas y adultos improductivos. Eran programas de eutanasia amparados por el Estado con el que los nazis mataron a entre 200.000 a 275.000 personas, aunque otras fuentes reducen el número a 70.000.
A diferencia de los campos de exterminio donde los militares se encargaban de la “Solución Final” de Hitler, los centros donde se realizaron estos programas eran hospitales dirigidos por médicos dentro de las fronteras alemanas y austríacas. Durante 1937 se llevaron a cabo por lo menos 400 esterilizaciones forzadas de alemanes de raza negra, llamadas por Hitler como los bastardos de Renania, hijos de alemanes de las colonias africanas, que según el Führer, fueron llevados al continente europeo por judíos para contaminar la pureza aria.
De igual forma, los gemelos, hombres fuertes y personas con enfermedades mentales fueron víctimas de crueldades sin igual, que los nazis calificaron como “experimentos médicos”.
Con los estatutos raciales también se asignaron códigos a todo el que era distinto al ideal ario. Los criminales comunes tenían como insignia un triángulo verde invertido, los prisioneros políticos vestían uno rojo, los gitanos un triángulo marrón, los antisociales –prostitutas, indigentes, pederastas– llevaban el negro, los homosexuales un triángulo rosado y los objetores de conciencia el púrpura, además de las conocidas estrellas de David amarillas para los judíos.
En los campos de exterminio murieron de forma sistemática, además de los 6 millones de hebreos, 5 millones de personas no judías. De esos, 3 millones fueron polacos cristianos, entre 150.000 y 90.000 eran gitanos y entre 15.000 y 5.000 homosexuales, otros 10.000 eran republicanos españoles y unos 3.000 más eran sacerdotes católicos, además de niños y niñas scouts que también perecieron bajo la sistematización de la matanza.
Incluso diplomáticos de países enemigos al régimen del Führer fueron enviados a morir en el genocidio de los campos de concentración. Los métodos además de las conocidas cámaras de gas, fueron las cámaras eléctricas –planchones metálicos por los que se hacía pasar electricidad–, inanición, trabajos forzados, golpizas, marchas de la muerte y duchas heladas en temperaturas bajo cero.
La maquinaria de la muerte nazi también llevó el terror fuera de los campos de exterminio. Según cálculos, que varían de acuerdo con los historiadores y los métodos de investigación, entre 7 millones y 10 millones de civiles más se suman a las víctimas de los campos de la muerte.