"La zona de interés": la apacible vida de un genocida
El horror nazi es motivo de revisión constante en el cine, por lo que, a primera vista, la obra de Jonathan Glazer, basada en una novela de Martin Amis, no parece aportar demasiado. Pero "La zona de interés" sí lo hace: un vistazo a la cotidianidad de los asesinos
El Holocausto es aterrador por su envergadura monstruosa. No se trata sólo de que un sistema dedicó esfuerzos para matar de forma metódica a millones de personas. A la vez, es un recorrido por todo el horror que el hombre puede generar en ausencia de límites éticos: la masificación del crimen con un nivel escalofriante de sistematización.
Algo de eso ha llegado en repetidas ocasiones al cine. De la angustiosa “La decisión de Sophie”, de Alan J. Pakula, que exploró en el trauma de las víctimas sobrevivientes, a la sobrecogedora reconstrucción de Steven Spielberg en “La lista de Schindler”. El genocidio de judíos llevado a cabo por los jerarcas nazis se analiza desde su peso en la idea de la humanidad como herencia y en su condición de herida indeleble en la memoria colectiva.
Luego del final de la Guerra y con la caída del eje del mal, las preguntas fueron múltiples y todas dirigidas a un único punto: ¿cómo permitimos que ocurriera algo semejante?
La filósofa Hannah Arendt intentó desentrañar el misterio asistiendo a los juicios de Núremberg. Luego de meses de escuchar desde el estrado a cada elemento que permitió la existencia y subsistencia de los campos de concentración, intentó plasmar la dimensión de la falta de culpa y conciencia del desastre de los asesinos. Lo llamó “banalidad del mal” y no se equivocó al hacerlo.
Jonathan Glazer intenta algo semejante en “La zona de interés”, la película más incómoda del 2023 y quizás, la más dura sobre moralidad y ética filmada durante los últimos treinta años.
El argumento que cuenta la historia de la familia Höss -y que está basado en la novela del mismo nombre de Martin Amis-, tiene la desabrida estética de un reality show sin grandes espavientos, que captura, paso a paso, la anodina cotidianidad de cada uno de los miembros. De la madre, Hegwin (una extraordinaria Sandra Hüller), que deambula por su inmenso jardín con el bebé a cuestas. Del impasible y levemente aburrido comandante Rudolf (Christian Friedel), que pasa horas tomando decisiones domésticas de intendencia, mientras la cámara lo capta con un primer plano estático.
Sólo que esta familia es parte de algo más grande. A pesar de la apariencia prosaica, los Höss viven en la zona de interés, la franja que rodeaba las instalaciones de quemadores y hornos de tortura de los campos de concentración. El complejo Auschwitz les rodea como un tétrico perfil de algo más tenebroso y ponzoñoso, mientras ellos viven con las comodidades de los europeos de clase media de su época.
Glazer, logra forjar una sensación inmersiva y casi repulsiva. Despoja a la cámara de cualquier artificio para sólo narrar el día tras día. Hedwig se viste con ropa cara y desfila frente al espejo de su habitación y a través de la ventana se adivina una columna de humo. Más tarde, el hijo más pequeño camina por los árboles y la hierba bien cuidada que rodea la casa y escucha gritos. Poco a poco, se descubre el aterrador secreto. A pocos kilómetros de distancia, habita la muerte.
El dolor convertido en postales triviales
El director logró encontrar en la estética adusta y helada de “La zona de interés” la forma más eficaz de contar la idealización nazi del orden extremo. De hecho, lo que hace más incómoda a la película, es que ninguno de sus personajes siente arrepentimiento o piensa en sí mismo en términos de culpabilidad. Todos hacen lo que les ordenaron, lo que deben hacer para subsistir, sin que eso tenga mayor importancia para el futuro.
El cineasta tomó un parque de al menos 20 cámaras estáticas para captar a sus personajes ir y venir en la simplicidad de todos los días. La familia desayuna, el padre se va a trabajar, las mucamas mantienen la casa impecable. No importa lo que está sucediendo -y poco a poco, la película insinúa el horror que hay más allá- la rutina debe continuar. Y rutina es la que viven los Höss, cuyo desprecio por la vida no tiene relación con el odio, la angustia existencial o una proclama política: sólo hacen lo que les indicaron y lo mejor que pueden.
Al final, “La zona de interés” no contesta todas sus preguntas, ni intenta hacerlo. La historia de las pequeñas cosas no importa tanto en el gran mapa de la existencia. Pero los Höss, que fueron ejecutados en el mismo campo poco después de la caída de Berlín, siempre estuvieron conscientes de que el mal era cosa humana, simple, un lento goteo de días entre los dedos de las manos. Un escenario tétrico sin confín real.
Lo adoquines son pequeños cubos de 10 cm de lado llevan una placa de latón con una víctima del holocausto, su fecha de nacimiento, la de su deportación o la de su exilio y, si se conoce, la de su deceso
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