Opinión

La pobreza, nuestra piedra de Sísifo

El pasado 7 de julio, investigadores de la Universidad Católica Andrés Bello confirmaron lo que viene siendo una realidad palpable: el drástico repunte de la pobreza en Venezuela. Las deudas sociales siguen ahí: 21 años después

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Se mira la historia reciente del país, se revisan las deudas sociales -que siguen siendo deudas- y se evoca el mito de Sísifo, que en la mitología griega se identifica con su castigo: llevar una gran roca hasta la cima de una montaña y que, antes de llegar, la piedra vuelva a rodar pendiente abajo, una y otra vez…

El pasado 7 de julio, investigadores de la Universidad Católica Andrés Bello confirmaron lo que viene siendo una realidad palpable: el drástico repunte de la pobreza en Venezuela. De acuerdo con la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi 2019-2020), 8 de cada 10 venezolanos no cuenta con ingresos suficientes para garantizarse una canasta básica de alimentación.

El Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas) informó que, en junio pasado, se necesitaron 138 salarios mínimos para adquirir los componentes de la canasta alimentaria de una familia promedio en el país. El retroceso ha sido brutal. Hace cinco años, esa misma institución reportaba que se requerían 3,5 salarios mínimos para alimentarse con lo básico.

Los temas neurálgicos

Eran precisamente estos, pobreza y empobrecimiento, dos de los temas que, en marzo de 1999, cuando se iniciaba el gobierno de Hugo Chávez, destacaba la revista SIC del Centro Gumilla como asuntos prioritarios dentro de una agenda social para el país.

Al hacer un balance social del año 1998, nuestra recordada Mercedes Pulido de Briceño resaltaba que un hogar venezolano requería de 2,5 salarios mínimos para poder cubrir sus necesidades básicas, lo cual implicaba que en hogares pobres debían trabajar al menos dos personas. El asunto resultaba poco probable no por la desocupación laboral (que no era tan elevada), sino por la propia erosión que vivía el mercado formal del empleo en Venezuela.

Pulido planteaba, en marzo de 1999, una agenda de prioridades: fortalecer la educación básica, mejorar la calidad del empleo y, obviamente, aumentar el número de puestos de trabajo. También, afrontar problemas con alta incidencia en la multiplicación de la pobreza, como el embarazo de adolescentes, amén de generar políticas estables de atención a los más pobres, con mecanismos que impidieran su dependencia de las dádivas del Estado como medio de subsistencia.

Pobreza, dos décadas después…

En Venezuela, habiendo transcurrido 21 años, no estamos ni siquiera en el mismo punto, sino que hemos descendido de forma estrepitosa. En particular, durante los años de gobierno de Nicolás Maduro. Y esto ha ocurrido tras contar con una colosal renta petrolera, en razón de los altos precios del crudo. Seguimos con los problemas de siempre, ahora agudizados.

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Hacer de Venezuela un país más justo sigue siendo un desafío enorme. Como en el mito de Sísifo, pareciera que debemos subir, una y otra vez, la piedra de los problemas sociales por la empinada cuesta, sin alcanzar nunca la cima, que sería la erradicación de la pobreza.

En ese texto de marzo de 1999, Mercedes Pulido, por ejemplo, cuestionaba que buena parte del debate educativo se centrara en las universidades, cuando la prioridad debía ser la educación primaria que, entonces y ahora, estaba signada por la falta de escuelas (menciona la autora la necesidad de contar con 33.900 aulas nuevas), por la escasez de profesionales dedicados a la enseñanza y por el abandono de la educación en zonas marginales, tanto urbanas como rurales, por parte del Estado.

La postergada reforma educativa

Otros asuntos que se discutían entonces -y que siguen siendo una deuda, puesto que nada se avanzó en estos 21 años- son el turno completo para toda la educación primaria y los 200 días de clase efectivos por cada año escolar. De acuerdo con la Encovi 2019-2020, un número significativo de niños y adolescentes no encuentran sentido en educarse, no valoran la educación en sí. Esto es reflejo de la dura y prolongada crisis.

Y si pensamos que la educación debe ser la palanca del cambio social, para superar la pobreza, nos alejamos cada vez más de esa meta con el nuevo esquema de clases virtuales, en un país donde 40 % de los educandos no tiene servicio de internet, y los que sí pueden acceder a la red lo hacen con la peor velocidad de todo el continente americano.

Nada parece haber cambiado para mejor.

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