Opinión

Del peloteo al despelote

Les narro un día de mi vida, que puede ser el día cualquiera de un venezolano en esta tierra de desgracia que se nos ha vuelto el país:

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supermercados - colas

Llegué a las 7:30 de la mañana a un importante mayorista de alimentos, un domingo que amaneció lloviendo. Pensé que siendo fin de semana (no tenía programa de radio) y encima, lluvioso, llegaría a tiempo para entrar sin hacer cola. Primera suposición falsa. Dentro, según el guardia de la puerta, había “más de mil personas”. Afuera, yo era aproximadamente el número quinientos. Descorazonada, me fui. Desde ese momento comenzó el peloteo. De aquí para allá y de allá para acá. Donde había “alimentos de primera necesidad” había cola, donde no había cola era porque no había nada, o era porque simplemente, estaba cerrado.

La escasez es como el dólar paralelo, que el gobierno cree que si no la nombras, no existe, pero cuya presencia se siente en todas partes.

Decidí probar suerte en un supermercado del este usualmente repleto de cosas. La cola cuando llegué era más larga que la primera. Claro, ya había más gente levantada y usaban su fin de semana de descanso para buscar comida. Como sabía que no iba a entrar tampoco, me dediqué un rato a observar a la gente. Ya la dicharachería de las colas del año pasado simplemente no está. El ambiente es tenso –tal vez a ello contribuya la presencia de guardias nacionales vigilando las colas, en vez de estar buscando malandros en la Misión Patria Segura- y todos desconfían de todos.

Vi unos autobuses parados un poco más abajo del local y una amiga que curioseaba como yo me contó que una señora le explicó que los habían traído desde Catia “en un tour de supermercados del este”. ¿Qué broma es ésta?… ¿No dizque el oeste estaba repleto de abarrotes, desde Mercal hasta el Bicentenario, pasando por PDVAL?… ¿No hay soberanía alimentaria?… ¿No come completo el pueblo, como rezan ciertas pancartas –que deberían bajar- y ciertos murales de esos horrendos que proliferan por todas las ciudades?

El despelote empezó cuando un par de muchachos veinteañeros se colearon. Casi los linchan. La furia se apoderó de la cola y yo, haciendo mutis por el foro, me fui.

Ya había perdido toda la mañana y tenía que ir al aeropuerto a recoger a mi hija y a su papá que regresaban. Fui a una de esas maravillosas polleras donde venden pollos en brasas para almorzar ¡y no había pollos! “Deben llegar en un rato”. Pero yo no podía esperar.

Cuando llegué al aeropuerto, había un solo canal de ingreso al terminal nacional, porque los demás estaban copados de carros. Sin embargo, cuando logré entrar al estacionamiento me di cuenta de que había puestos suficientes. Pero mientras no remolquen, ni pongan botas o multas a los mal parados, la anarquía que produce el despelote seguirá.

La pantalla de las llegadas indicaba que el vuelo estaba retrasado. Me puse a dar vueltas para ver dónde me sentaba, pero no había puesto. Me regresé a mi carro y esperé. Al ratico me llamó mi hija a decirme que habían llegado (menos mal que no me fui, porque el retraso era de más de tres horas). La pantalla, obviamente, estaba equivocada. Al regresar al estacionamiento, en nuestro pasillo nos recibió una super camioneta parada sobre la rampa de sillas de rueda, cuando treinta metros más arriba había un montón de puestos.

Al llegar a Caracas, nos paramos a almorzar –casi cenar- en un restaurante. En la carta había desde champaña francesa hasta caviar beluga y el mesonero me confirmó que tenían de todo. “Extraño país”, pensé. Cuando me acosté a dormir, lo hice con la desazón de que mientras seguimos entre peloteos y despelotes no vamos a salir de esto. Eso sí, hay Dom Pérignon y Beluga para quienes los puedan pagar.

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