Opinión

Más sobre islamismo y democracia

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Las declaraciones del Papa Francisco en torno a la tragedia de Charlie Hebdó habrán supuesto, con toda probabilidad, un punto de inflexión en su popularidad, pero lo cierto es que, con lo afirmado, el Sumo Pontífice se convirtió en el vocero de muchas personas y le abrió las puertas a lo que constituye un interesante debate sobre la comprensión ajena, los valores propios y el derecho de la libertad.

Afirmó Francisco que en toda expresión cultural masiva “hay límites” cuando se tocan los dominios de la ofensa, sin dejar de condenar, como lo ha hecho toda la humanidad, el asesinato de los caricaturistas, creativos, directivos y trabajadores del rotativo parisino.

Consumada la masacre, el meollo del debate no consiste en condenar a secas lo ocurrido. La condena fue unánime, como cabía esperar, y sobre el crimen no queda nada más que decir. La reflexión, de carácter derivado, que ha puesto a muchas personas a afirmar que no son “Charlie Hebdó”, pone en entredicho el discurso que el aparato cultural de Occidente ha reservado a los valores democráticos. En términos generales, aquellas cosas que tiene por sagradas y sobre la cual no aceptaría, en modo alguno, bromas que considere de mal gusto. La libertad sexual, la violencia doméstica, la libertad de conciencia, el derecho a la vida y la no discriminación racial o estética, por ejemplo.

No se trata de ofender la memoria de nadie. El mundo entero ha llorado a los ilustradores y trabajadores de este diario,  amenazados desde hacía tiempo por estas células islamistas fanáticas, intentando con ello, además, no abjurar de la libertad creativa y el humor transgresor como pilar fundamental de la riqueza cultural del mundo moderno. En esta hora se ha invocado con mucha frecuencia el espíritu de Voltaire, pilar de la grandeza francesa de todos los tiempos, con toda probabilidad la cabeza más completa del pensamiento moderno, ferviente defensor de la libertad de pensamiento y combatiente de la intolerancia y el fanatismo religioso.

Quizás se trate de honrar a Voltaire interpretando su legado “Voltaireanamente.” El debate que debe tener lugar a partir de lo sucedido, que es irreversible, es uno que coloque a Occidente frente a sus propias contradicciones. Las sátiras de Charlie Hebdó eran algo más que humorísticas: eran compulsivas, eran reiteradas, parecían ser portadoras de una neurosis antislamica, y en consecuencia, no sólo ofendieron a los asesinos de Al Qaeda o Isis: ofendieron a muchos musulmanes. Incluyendo, como lo recoge la prensa en estos días, a muchos musulmanes franceses y europeos, de los tantos que se ven últimamente.

Lo que debemos debatir es qué es lo que entendemos en las democracias por tolerancia. Si el valor de la libertad da para todo; si el respeto a la diferencia se lo vamos a aplicar solamente a aquello que nos gusta, pero lo vamos a omitir a lo que no comprendemos, o a lo que le tememos.

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