Opinión

Oda a mi carro

Tengo 15 años viviendo en Miami y pasé demasiados de ellos negándome a las distancias. Hasta que le hice frente a lo real: en esta ciudad la casa queda donde el diablo dejó el poncho, respecto al trabajo, que a su vez queda detrás de las montañas de Mahoma, y las diligencias hay que hacerlas exactamente en el opuesto diagonal.

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Miami

Hace tiempo que lo asumí: mi carro es mi barco personal, mi navío hacia Itaca, el artilugio que me permite vivir el viaje de todos los días. Suena a poesía barata, a metáfora de zinc, pero es así.

Hay quienes cuentan que vivieron en el carro como un hecho que les vale el cuento del sacrificio que significa emigrar. Pero yo me quedé viviendo en él. Me paso al menos tres horas diarias manejando, así que, en lugar de amargarme o darle la responsabilidad a la radio, me las ingenio para que al llegar a cada destino, además de las caderas entumecidas, tenga el cerebro nutrido y el corazón tranquilo.

Mi primera jornada automovilística comienza entre seis y seis y media de la mañana. Siempre varía, pero el rango no es mayor: amanece y mis humores son casi seguro hambrientos de información, o nostálgicos. Así que suelo escuchar, a primera hora, o bien a César Miguel Rondón, vía internet-teléfono conectado a los parlantes del carro, o un programa matutino de la AM que incluye a un comentarista colombiano que está en Washington, de mil batallas, que hace un análisis fantástico de cómo va la campaña norteamericana.

Algunas veces, a esa hora, tengo una insólita nostalgia por una música que no es siquiera de mi tiempo: escucho a Edgar Alexander, al Quinteto Contrapunto o a alguna fiebre de turno: Natalia Laforucade, la etapa sesentosa de Simon and Guarfunkel, o Caetano Veloso.

Cuando mis hijos se montan en el carro, todo cambia. Mi Chevrolet rojo Cruze de 2015 se transforma. Deja de ser un auto, y se convierte en una nave. Un asunto con destino,. Un propósito en si mismo. Es una fiesta, sí. Y un jolgorio, y un aula de clases, y un patio de peleas, y una universidad de música, y un casino de juegos, y un salón de tardíos estudios para exámenes perentorios.

Matías y Giulia tienen sus favoritismos: a Matías le encantan las operaciones (un ejercicio de cálculos consecutivos que les hago a diario) y las “preguntas generales”, una suerte de trivia-bingo que a veces saben y a veces no, y aprovechan para enterarse.

Giulia prefiere más bien “palabras relacionadas” (un juego en el que una palabra sigue a la otra, como un cadáver exquisito en forma oral) y “canciones con historias”, en la que cada uno pone una canción pero tiene que contar qué le recuerda, qué sabe de ella o por qué le gusta.

En la nave Cruze 2015 las nubes tiene formas de personajes distintos todos las mañanas; decimos cada día de la semana en todos los idiomas; hacemos una lista de agradecimientos y conversamos sobre la escuela, las vocaciones, el arte de ser gentil, las culturas, los amigos y lo importante que es comunicarnos.

A veces, hay que decirlo, si hay mucho tráfico, no hay juego que valga: los chamos se duermen.

Pero en general, mi carro es tan activo en las mañanas que, en este verano, que le hemos dado vacaciones a las rutinas, ya se han empezado a extrañar las clases, sólo por el hecho de que con ellas empezarán también nuestros rituales.

Rumbo al trabajo el trecho cambia el ánimo del viaje: chequeo si ha pasado algo tempranero en el trabajo, llamo a mi mamá o a algún amigo, y comento la escasez y la última estrategia destructiva de la maldición chavista. Por momentos, hago silencio: es un momento en el que reflexiono sobre algún pendiente de mis hijos, o termino de madurar alguna idea para la oficina, o se me ocurre una idea para escribir. Venezuela es un tema obligado de la agenda de esta etapa. Ya llegando al trabajo, casi siempre sé cómo defenestrar a esta sórdida revolución.

Al final de la jornada laboral, todo se relaja: escucho “tardes calientes”, si quiero darle ligereza a la jornada; el show de Eli Bravo en la FM, si tengo un poco de nostalgia venezolana, o escojo algún podcast interesante, si me queda energía como para concentrarme en algo.

Mi carro duerme tan cansado como yo. Pero, a diferencia de mi, no tiene la fortuna de dormir con techo. Así que es común que se moje o amanezca empegostado con el calor y la humedad que son tan intensos y frecuentes en Miami.

De igual manera, cuando me le aproximo en la mañana, siempre tengo la impresión de que, en secreto (para que nadie note nuestra complicidad), me saluda contento de empezar una nueva jornada.

South Miami, Palmetto Bay, Hialeah, Coral Gables, Norte, Sur, Oeste, 10 millas, 20 millas, 25 millas, 8 millas. La vida en Miami puede ser un solo viaje, y puede que sea un encierro en un mínimo artefacto de combustible fósil, o que uno decida que sea una cápsula para dejarte volar en el tiempo y el espacio.

Hace poco lo decía Fernando Savater, “para viajar usted no necesita sino su cuarto, la mayoría de los viajes turísticos en estos días lo que le proponen es gastar”.

Mi Cruze 2015 acaba de cumplir 20 mil millas, y está listo para 20 mil millas más.

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