Cultura

Cultura para Armar/Contra los déspotas que nos aplastan

Esta columna, que por primera vez en esta casa canta o cuenta es una vieja compañera de este articulista, sin jubilación. Nació hace no sé cuanto en uno de esos periódicos de izquierda radical, que solían dirigir Pero Duno y Domingo Alberto Rangel, que verdaderamente se hacían con las uñas y que desgraciadamente casi nadie leía. Luego se trasladó, mis neuronas políticas habían sufrido algunas mutaciones, al Papel Literario de El Nacional donde alternaba semanalmente con otra de Juan Liscano.

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Por Fernando Rodríguez (Politólogo, ex director de la Escuela de Filosofía de la UCV y de la Cinemateca Nacional)

Recuerdo que eran tiempos de Luis Alberto Crespo y Sergio Dahbar, luego de María Beatriz Medina. Allí pasó unos años, no voy a sacar la cuenta. Y luego se instaló en Tal Cual, donde decidí acompañar a Teodoro cuando, después del paro general más largo del mundo, el periódico parecía que no tenía remedio, pero tuvo. Ha alcanzado pues decenios de vida, lo cual debe demostrar al menos una obsesión personal. Y si bien creo sinceramente que todas las obsesiones son más o menos patológicas, no todas son negativas ni dañinas.

El nombre es curioso. Salió como suelen salir las titulaciones, y hasta las más abstractas hipótesis científicas, en la ducha o en la duermevela. Pero sin duda alude a dos cosas: a una novela de mi admirado Julio Cortázar, 62 Modelo para Armar, que no es de lo mejor suyo ciertamente.

En este caso sirve para indicar que cada columna es un fragmento, una pieza de un rompecabezas que seguramente no tendrá forma definitiva y que es lo que suelo pensar, con muchas piezas perdidas y contradicciones, de eso que llaman cultura.

Pero tampoco tengo duda que eso de armar, de arma, tiene como consonancia una cierta idea del compromiso necesario, con el tiempo y la gente que nos acompaña en el breve tránsito vital, lo cual es otra obsesión que no me ha abandonado cualesquiera que hayan sido mis senderos ideológicos y sus bifurcaciones. Digamos que traté de apuntar a dos pájaros con un solo cartucho.

Me parece que sobre esto último habría que mucho que decir, sobre todo en estos tiempos nacionales, y planetarios también, llenos de espinas. Eso del compromiso, lo puso en venta Jean-Paul Sartre cuando era oráculo del siglo, para decirlo como P. H. Levy (El siglo de Sartre), en sustitución de uno muy determinista y burdo que mercadeaban los estalinistas.

Luego cayó en desuso, como Sartre y los estalinistas. Lo cual lo hizo sentir a uno algo solitario y anacrónico. Pero el mundo sigue dando vueltas y hete aquí que los venezolanos, para no generalizar, nos topamos con este país a punto de ser descuartizado, martirizado por casi dos décadas, lo que hizo que muchos abandonaran sus recintos íntimos y sus cuidados jardines, muy legítimos por demás, y se fueron a la calle a asumir las dramáticas circunstancias de todos.

Un solo ejemplo, pero enorme, el poeta mayor, Rafael Cadenas, que ha dejado su fecunda meditación metafísica para hacer poemas con los que se enfrenta sin mediaciones a los déspotas que nos aplastan.

Valga decir, el compromiso ha vuelto. Me da la impresión que siempre volverá, el sufrimiento y el infortunio son ingredientes esenciales de la condición humana, lo dicen Jorge Manrique o Segismundo Freud. Esto para decir que el título de la columna reverdeció un poco.

Y no solo éste sino la imperiosa necesidad que nos acosa de ahondar en lo que hacemos, cada quien en su ámbito y a su manera, por inventar otro país, distinto a éste del hambre generalizada, la enfermedad sin cura y la incesante criminalidad.

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