Opinión

A 27 años de la caída del Muro de Berlín, vence el hombre que quiere construir uno nuevo

Entre el 9 y 10 de noviembre cayó el Muro de Berlín. Con este, se despolomó el "telón de acero", uno de los puntos más oscuros en la línea que comprende la historia escrita. 27 años más tarde, todavía se habla de edificar nuevos muros.

Publicidad
Trump en el Muro
Composición: Ainhoa Salas

En la madrugada del 9 de noviembre, aniversario de la caída del Muro de Berlín, triunfó el hombre que quiere levantar el muro más grande y sólido del mundo: Donald Trump.

El presidente electo de Estados Unidos prometió erigir un «impenetrable, físico, alto, poderoso, hermoso muro sureño» entre México y EEUU. Esa frontera mide 3.100 kilómetros, más o menos el mismo tamaño de la ironía que supone que en este aniversario, la victoria se la llevara -y por bastante- el magnate cuyo discurso busca dividir y discriminar.

La noche en que Berlín volvió a ser una -esa de 1989-, los alemanes que fueron forzados a estar separados durante 28 años vivieron el desplome del paredón como uno de los pocos capítulos felices de su historia, desde 1914. Hoy el sueño de una nación alemana, sin diferencias entre sus ciudadanos, se continúa construyendo, mientras que en Norteamérica se asomó la sombra de una nueva muralla ya en los primeros discursos del republicano.

Trump comenzó su campaña definiendo a los inmigrantes mexicanos como «violadores». Cuando notó que él mismo encarnaba el resentimiento de los votantes blancos estadounidenses, la concluyó con comentarios antisemitas sobre «los protocolos de los ancianos de Zion».

La tolerancia de los dos períodos del primer presidente negro de Estados Unidos era un espejismo. Los ocho años de Barack Obama parecían gritarle al mundo que Estados Unidos era un país plural, donde el sueño americano era posible. Sin embargo, y a la vista de los resultados, el racismo y la misoginia esperaban sigilosos para hacerse visibles el día de las elecciones, a los adversarios demócratas del empresario. Fue Internet la cueva preferida, donde los artículos argumentados de medios de comunicación serios tenían igual o menor peso que las «piezas informativas» de la extrema derecha (exageradas y sin respaldo bibliográfico). Esto fue un punto explotado por el publicista y director de campaña de Trump, Steve Bannon.

Ni republicanos de pura cepa como el expresidente George W. Bush y el ex candidato a la presidencia, Mitt Romney, apoyaron al candidato de la casa, pero eso no desalentó al ex ancla del reality show The Apprentice. Al contrario, sumó más seguidores. En consecuencia, no ganó el partido del elefante. El triunfo es solo de Trump.

Los días que vienen estarán repletos de análisis sobre el respeto a la decisión de la «sabia mayoría». Se olvidarán las declaraciones del nuevo habitante de la Casa Blanca, que bien podrían calar en un discurso nazi o en el de los fascistas italianos. Pasarán por alto su retórica demagoga. E ignorarán el hecho de que en el tercer debate presidencial, Trump no se comprometió a aceptar los resultados de las elecciones si perdía porque los comicios -que ya se metió en su amplio bolsillo- estaban «amañados». Al parecer, la democracia no es una de sus preocupaciones. Al igual que los 55,2 millones de «latinous» que hacen vida en el país que gobernará. Esto, a pesar de que uno de cada cinco habitantes de Estados Unidos son hispanos.

35 millones de mexicanos viven en Estados Unidos. Representan 63% de la comunidad hispana, entre otras razones porque son vecinos. ¿Esa cercanía se romperá por un muro que costará, según Trump, 12 mil millones de dólares? Ingenieros especializados e investigadores en la materia aseguraron a la BBC que los costos son, por mucho, más altos. «Construiré una gran muralla, y nadie construye muros mejor que yo, créanme, y lo construiré de forma barata», aseguró el entonces candidato en uno de los eventos de campaña.

El dinero que se emplearía en esa obra se pudiese invertir en asimilar a los inmigrantes que llegan a EEUU en búsqueda de una mejor vida y oportunidades de mejorarse, creyendo que son bienvenidos. Aunque en realidad no lo son, si tomamos en cuenta la predilección del pueblo norteamericano.

Lo que parecía ser una campaña temporal de «branding» terminó coronando a un misógino y racista. La elección de Donald Trump como primer mandatario de Estados Unidos será reseñada en los libros de historia de la misma forma que la construcción del Muro de Berlín: como un capítulo oscuro. Sería demasiado esperar que los americanos entiendan que una muralla deja heridas más profundas que las del terreno que atraviesa.

Sin duda la memoria de los estadounidenses dura menos que un capítulo de las Kardashians.

Esta colección de tuits se formó a partir de todas las publicaciones de personas cometiendo actos de racismo o de sus víctimas.

Publicidad
Publicidad