Cultura

Una nueva edad

Crecer. Nadie lo sabe porque se lo cuenten. Crecer como padre, crecer como hijo, crecer como amigo, crecer como pareja, crecer como profesional. Pasar muchas veces por el mismo sitio y que un día te des cuenta de que las mismas cosas ya no significan lo mismo.He ido a al menos decenas de conciertos en vivo desde niño. Sinfónicos, tradicionales, pop, rock, nacionales, internacionales, operas, operas rock, musicales, cercanos, ajenos, significativos, malos, excelentes, tranquilizadores, estimulantes, eufóricos, aburridos.

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Fito Páez
Foto: AP

Pero éste fue distinto.

Mi compañero hacía la diferencia. 20 años más tarde, Fito Páez estaba en el escenario como nunca, con la desfachatez que dan los años, la seguridad que da el recorrido, una energía inmarcesible, un piano que parecía una orquesta y unas ganas de cantar que contagiaban el pasado sábado a toda la audiencia multinacional del Fillmore Jackie Gleason de Miami, el terreno en el que me reencuentro con el argentino, después de aquel Poliedro de Mariposa Technicolor.

Pero a pesar de que este concierto pertenecía a una gira que conmemora los 30 años de grabado del disco Giros, es decir, es un recital de toda la historia musical de Fito, todo lucía distinto.

Matías ya se sabía con denuedo los discos El Mundo cabe en una canción y Canciones para Áliens, pero cuando el concierto estuvo en planes, se dedicó a escuchar una antología, canciones dispersas en youtube, se leyó su historia en Wikipedia, y llegó al concierto con todas las canciones aprendidas.

Era el primer concierto de rock al que iba Matías. Y era mi primer concierto de rock con él. Todo fue de primera vez. La noche lucía deslumbrante en Miami Beach, cuyas calles estaban sobrecogidas por el arte y la gente que acudía al Art Bassel.

El clima estaba inusualmente fresco. El teatro se veía hermoso: mostrarle a Matías el ambiente, la movida, la saludadera, el calentamiento del concierto, me reveló lo que sería el resto de la noche. Todo era nuevo. Para él. Y para mi.

Y no pudo ser mejor. Comenzó con una canción cantada por el público, y vista en imágenes en un concierto que se hacía en simultáneo en Rosario, la ciudad natal de Fito, donde había un evento por los 30 años de la grabación del disco.

De ahí en adelante el show no paró de subir. Fito contaba la historias de las canciones, hablaba de Bob Dylan, o lanzaba consignas más que anticuadas, pero que a la noche le venían perfecta.

El teatro brillaba en los ojos de Matías, y yo me veía en ellos. Con sus once años, coreaba Dar es Dar, Un vestido y un amor, Mariposa Tecknicolor, Tumbas de la gloria, Yo vengo a ofrecer mi corazón. Yo lo escuchaba incrédulo. Mientras por mi imaginario viajaban innumerables momentos de mis noches universitarias en Caracas, madrugadas en La Boyera, Juan Carlos Espinoza, El León, la playa.  

En una de esas Fito nos sorprendió con Te recuerdo Amanda, y me fue inevitable conmoverme. Mati sólo me miró, respetuoso, pero en su rostro había una pregunta. “Me acuerda a mi infancia, papa”, le expliqué, y todo bien.

El telón bajó cuando ya el corazón no daba para más. Y salimos del teatro, él con una naturalidad exagerada. Una parte de crecer consiste en que todo parezca como si tal cosa. Yo en cambio viéndolo tan grande sentí que cada vez que él tiene una nueva edad, yo vuelvo a nacer.

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