Cultura

Crónica reversa (a propósito de Piaf en Miami)

A escena se incorporan Leonardo Padrón, escritor de la obra, todos los actores que han acompañado a la protagonista, el equipo de producción, el director, los músicos. Todos se levantan y mientras se toman de las manos en hilera, una flamante bandera de Venezuela ondea en mitad de la despedida.

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La sala del Theater Colony de Miami, repleto y de pie, se cae de aplausos. Mariaca Semprún ha dado un recital de actuación y arte: su cuerpo, su voz, su intelecto y sus potencias histriónicas nos han hecho ver la vida entera de Edith Piaf, desde que era una niña que se ganaba el pan cantando en la calle, hasta que su cuerpo y sus dolencias le obstaculizaban -sin lograr impedírselo- lo que siempre la mantuvo viva, cantar.
Como una gran metáfora universal de la vida, el autor nos hace viajar por el esplendor de Piaf, un destino amalgamado a una voz inquieta, potente y desgarrada, que ama la alegría como quien sólo puede hacerlo quien ha conocido la más rotunda miseria.
Incansable y entregada al amor en todas sus formas, Piaf pasó de la calle al burdel (donde fue criada), del cabaret al teatro, de París al mundo. Su más sencilla y simple alma, ultrajada y premiada a la vez, conoció las esquinas más desprovistas y oscuras de la ciudad luz y los escenarios más suntuosos y célebres de la época.
Con tanta fama y tan única y silvestre personalidad, Piaf buscó y se entregó al amor sin cesar. Yves Montand y Jean Costeau, Cedrán y Aznavour, Cooper y Brando, ella misma lo reconoce en la versión de Leonardo y Mariaca: “lo difícil era no ser amante de Piaf”.
Terca hasta el final. Ni la tragedia de su hija muerta a los dos años de vida evitó que sus 47 años estuvieran siempre dedicados a lo que por un siglo ya hemos disfrutado de ella: su voz, su interpretación particular y personalísima, su entrega. “El público tiene hambre de mi y yo tengo hambre de ellos”, dice un verso de la obra, no sin recordarnos lo más vulnerable y a la vez significativo del canto de Piaf: “cuando canto se me quita el frío”, confiesa el personaje, para que entendamos que a veces (quizás sólo cuando es verdadero), la maravilla del arte y la conexión que nos produce ocurre cuando proviene de la mayor necesidad.
Primera y segunda Guerra; Nueva York, Europa, Canadá, Suramérica y África; pobres, ricos, famosos y anónimos; Piaf nos hace viajar por buena parte del siglo pasado, guiados por una nube mágica en la que Mariaca Semprún, con un acento, una voz, un talento y una devoción no medibles por la razón, nos acerca como nunca a tan icónica estampa de la cultura popular.
Ignorante de la profundidad de espectáculo que me esperaba en la sala, antes de entrar me detuve por unos minutos en el lobby, viendo el entusiasmo de tanto venezolano sediento de ver su acostumbrada producción cultural. Reconociéndose. Ilan, Chataing, De La Vega, Karina, eran algunos de las celebridades que pasaban. Apenas entrando al teatro coincidí con Leonardo Padrón, con quien conversé con emoción.
Va a estar repleto, le dije, a lo que él me comentó que el teatro era muy bello y con una acústica “lindísima”. No sin revelar alguna inquietud, es otra ciudad, otro público, ojalá todo salga bien.
Antes, apenas nos saludamos, después del abrazo, el tema fue el paro. Funcionó como nunca, dijimos, pero ninguno tenía cara de triunfo. Con varios muertos, claro. Qué vaina. Cuánta sangre tiene que derramarse.]]>

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