Opinión

La "paz" de Expo Criminalística

Admito que fui un poco predispuesto  a Expo Criminalística 2017 por lo controversial que resulta escribir (y tratar de describir) la actuación de nuestras fuerzas policiales. Pero lo que encontré, mucho más que irónico, fue absurdo.

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Fotografías: Felipe Rotjes

¿Dónde esta la paz?

Cuando llegamos al Poliedro,  a mi acompañante lo mandaron a bajarse del vehículo para que yo pudiera estacionar.  Es un protocolo que parece normal entre los mecanismos de seguridad de estos cuerpos, pero que me resulta extraño. ¿De quién se protegen? ¿Hay alguien a quién temerle? ¿O es, hasta en su propia “celebración”, un requisito hacerle saber al civil quien tiene el control?
Al caminar a la entrada nos recibieron agentes del CICPC en flux. Les tuve algo de compasión dado el calor que hacía esa tarde, pero se me fue rápido cuando comenzaron a “raquetearnos” y a exigirnos mostrar todo lo que teníamos en los bolsillos. Me confiscaron el yesquero y me entregaron un ticket para retirarlo. Volvió la compasión al ver que no sabía escribir bien, y se esfumó de nuevo cuando pensé que se trataba de un funcionario policial. ¿Ha llenado alguna vez una multa o un formulario?
Cuando entramos al lugar se veía claro, imponente, de primero a la izquierda: “División de lucha Antiterrorista”. Me acerqué no sólo alentado por la curiosidad sino por la necesidad de entender qué consideraban ellos como terrorismo.
Mira pana, un acto terrorista es todo aquel que aterroriza a dos o más personas.– me espetó un policía encargado del stand. La definición me parecía de exposición de sexto grado. Supongo que si lanzo una manzana al aire y eso aterroriza a dos individuos ya soy un terrorista.
Pero claramente mostraron que consideraban un terrorista: en cada lado del stand de 5×5 colocaron dos maniquíes que tenían la vestimenta de miembros de “la resistencia”.
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Al fondo, en una mesa, colocaron las “armas” de estos grupos: una “china”, un paquete de balines de metal nuevo, “molotovs” sin la gasolina, “chopos” y la gran sorpresa, cartuchos de bombas lacrimógenas.
-Claro-me dice el mismo señor- Es que ellos compraban bombas lacrimógenas en el mercado negro y nos las lanzaban, ¡Imagínate!
Lo más curioso no fue su afirmación, sino el convencimiento con que me decía todo esto.
Era imposible no reir de un video que pasaban en una pantalla, recreando la incautación de materiales de “terrorismo”. Había un laboratorio de molotovs, un policía heroico dando volteretas para acabar con la operación y el final feliz: la aprehensión de los delincuentes. Digno de un thriller de acción.
Entre funcionarios cantando música llanera y shawarmas a 65.000 bolívares continuamos recorriendo el lugar. Al llegar a la División contra la Estafa, un hombre explicaba cómo falsificaban el whisky o la leche en polvo. Más adelante, un militar alto y bien parecido compartía una historia sobre francotiradores y muerte con un público de unas 30 personas escuchándolo.
En una exposición así, asombra el morbo de la gente. En la división forense nadie se inmutaba viendo una mano sumergida en formol.
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-Bueno eso es, chico, que a esa persona la asesinaron y la mutilaron y bueno, nosotros nos quedamos con la mano para identificarla- Me dijo una señora que asumí científica por su bata, pero poco empática por darme la explicación con una sonrisa.
Lo aún más impactante eran dos funcionarios al lado de una tanqueta, con dos armas largas, ofreciéndolas para que te tomaras una foto en tu marco para Instagram (como si se tratara de una boda o unos 15 años) sosteniendo el arma cómo tu quisieras.
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Cerca de estas personas estaba la División Antisecuestro y Extorsión, donde un gordo con cara de villano de película se rascaba la barriga y se veía aburrido. Tal vez su stand no era tan llamativo o la gente no lo tomaba tan en serio. Me inclino por la segunda opción.
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Siguiendo el recorrido detallé una tanqueta con una ametralladora encima. En el parachoque de la misma rezaba en letras amarillas “Garantes de paz”. Me dio escalofríos. Definitivamente no tenemos el mismo concepto de paz.
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Nos detuvimos en el stand donde combatían los robos y hurtos. Unos hombres con batas de mecánicos se paraban al lado de una camioneta y dos motos de alta cilindrada con un cartel que decía “evidencia”, conversábamos y me explicaba que las motos no eran realmente evidencia, pero la camioneta si. Me explicó cómo modificaban los números seriales de los vehículos, mostrándome la pieza bajo el caucho delantero derecho de la Toyota Fortuner.
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A alguien estafaron con esa camioneta, me explicaba, que después resultó ser interceptado por el CICPC. Al estafado le quitaron la camioneta y no le devolvieron el dinero que gastó en ella, la víctima no vio justicia. Eso me explicó uno de los encargados, al que le pregunté si el estado respondía por estos asuntos o le exigía al delincuente hacerlo. El hombre se encogió de hombros y declaró sonriendo que no tenía idea.
Vi camionetas ultimo modelo, un gran equipo de seguridad. Organismos como el CONAS, la ONA, FAES, entre otros, desplegados y algunos exponiendo; no pude evitar preguntarme cuanto costó montar ese evento. ¿Cuál es la finalidad? ¿Darse una palmada en la espalda entre ellos mismos? ¿Dar un falso sentido de seguridad y estabilidad?
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Creo que al CICPC y al ministerio de nombre largo no les hace falta otra exposición, sino su primera introspección. Al salir busqué mi yesquero terrorista y encendiendo un cigarro, me fui a mi casa.

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