Opinión

A Bachelet le toca condenar a los que siguieron el camino de Allende

Cuando todavía estaba por tocar tierra venezolana la líder del socialismo chileno, Michelle Bachelet, el régimen de Nicolás Maduro no dudaba en proceder a detener a seis oficiales militares y dos funcionarios policiales, sospechosos de conspirar en contra del Gobierno.

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Fotografía: AFP

Mientras el canciller Jorge Arreaza, preparaba un evento con música tradicional para recibir en tono festivo a la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, los cuerpos de seguridad organizaban en secreto los allanamientos para detener a los oficiales militares y policiales que se agregaban a la lista de 733 presos por motivos políticos.

Días antes de su arribo, el 19 de junio en horas de la tarde, a Bachelet le habían obsequiado algunas medidas “humanitarias” que maquillaban el rostro represivo del gobierno de Maduro y daban una muestra de apertura para el diálogo.

En horas de la noche del 17 de junio se reportaba la liberación del diputado Gilber Caro, un preso emblemático, junto a otros dos dirigentes políticos, quienes con gran promoción fueron recibidos por miembros del Grupo de Boston; en tanto, en algunas regiones más tarde se conocería la liberación de un total de 25 detenidos por asuntos políticos.

Con música y liberaciones se mostraba un lado “humano” de un gobierno cuestionado internacionalmente.

Al segundo día de su visita, los familiares de los militares secuestrados acudían a las redes sociales como único medio posible de denuncia en Venezuela, para narrar el drama que padecieron ante los allanamientos de cuerpos de seguridad encapuchados.

El día viernes, 21 de junio el general de brigada de la aviación Miguel Siso Mora fue aprehendido en su vivienda, asaltada sin orden judicial. Al día siguiente su hija, Estephanie Siso, a través de un video colocado en redes sociales, exigía información sobre su paradero. Igualmente, lo hicieron las hijas del coronel Francisco Torres Escalona y del coronel Miguel Alberto Castillo Cedeño quienes narraron cómo los comandos del Servicio de Inteligencia ( SEBIN) se llevaron a sus respectivos padres de sus residencias. El capitán de corbeta Rafael Acosta sufrió el mismo destino según lo expuesto por su esposa, Weleska Pérez, quien denunció la desaparición forzada de su esposo el día 21 de junio por parte de grupos de seguridad.

También fue detenido el teniente coronel activo del Ejército Pedro Castillo Lira y el coronel de la aviación Pedro Caraballo. Junto a los militares fueron detenidos dos funcionarios del Cuerpo de Investigaciones (CICPC) los comisarios Miguel Ibarreto y José Valladares.

Estos militares se suman a otros 193 uniformados, que según la ONG, Justicia Venezolana, están detenidos en diversas cárceles del país por motivos políticos.

Quizás la idea para Maduro y sus asesores es que la Comisión de la ONU está representada en este momento por quien fuera una líder importante del socialismo chileno, dos veces presidenta y una aliada de Hugo Chávez; además de haber pertenecido al primer gobierno de carácter marxista que llegó al poder por elecciones en América Latina, y que tal afinidad ideológica con el régimen haría más fugaz la percepción de que en Venezuela existe una autocracia que viola los derechos humanos.

Bachelet y el gobierno de Allende

Michelle, a igual que su padre, fue parte del Gobierno de Salvador Allende por el Partido Socialista que llegó al poder junto a una coalición de partidos congregados en la Unidad Popular en 1970.

Allende intentó hacer en Chile en tres años, lo que al chavismo le ha costado 20 años en Venezuela. Pero es necesario distinguir que el Partido Socialista chileno de los años de Allende no es el mismo con el que gobernó Bachelet durante dos períodos: de 2006 a 2010 y de 2014 a 2018.

Allende, proveniente también de las mismas ideas socialistas, fue un radical, admirador del Che Guevara, de Fidel Castro y de la revolución cubana y desde su primer discurso promovió la lucha de clases como una necesidad para consolidar su revolución.

Paradójicamente, a pesar de un precario respaldo popular de apenas 36,2% de los votos, el Congreso lo llevó a la Presidencia con el apoyo de la Democracia Cristiana. Aún así, desde el momento en que asumió el poder no ocultó su intención de llevar a Chile a un modelo semejante al cubano. Señalaba entonces que lo que lo diferenciaba era la táctica, pero que “por otros caminos buscaba lo mismo”.

De allí que al poco tiempo recibió como un gran héroe continental a Castro, quien en un recorrido de un mes por todo el país, en grandes concentraciones, alentó a los chilenos a profundizar esa revolución, mientras en su embajada se congregaban cientos de agentes con credenciales diplomáticas.

Al primer año, ya las principales industrias multinacionales y la inversión extranjera abandonaban al país mientras el gasto público improductivo ascendía imparable generando alta inflación y difícil acceso a los alimentos y medicinas, convirtiéndose el pan en uno de los objetos más codiciados por la población.

Tras una reforma agraria que condujo a expropiaciones de tierras; rápidamente los alimentos, bienes y servicios, comenzaron a escasear. El desabastecimiento se hizo general y con ello emergió el nacimiento del mercado negro, muy semejante a lo que vivimos los venezolanos. Con ello aparecieron las inmensas colas de gente para adquirir algún producto en las pocas tiendas que subsitían.

Para combatir el desabastecimiento y el mercado negro, el gobierno de Allende impulsó en barrios y poblaciones la creación de las Juntas de Abastecimiento y Control de Precios y para tranquilizar a la población lanzó unas cajas llamadas que contenían productos básicos, similares a las CLAP venezolanas que ahora reciben quienes poseen el Carnet de la Patria. Al igual que en Venezuela, para obtenerlas había que hacer cola y estar registrado en las organizaciones comunales.

Fueron los tiempos en que se dieron las ‟marchas de las ollas vacías″. Como ahora ocurre en Venezuela; ese fue un mecanismo de control y supervivencia para los sectores populares.

Al tercer año de gobierno, antes del golpe del 11 de abril de 1973, Allende intentaba gobernar fuera de las instituciones, se planteaba la creación de una Asamblea Popular para eliminar al Congreso Nacional, se crearon tribunales populares y los principales diarios y medios independientes estaban cerrados.

A diferencia de Allende, en sus dos períodos presidenciales Bachelet gobernó respetando las instituciones democráticas y manejándose en el juego político con las alianzas en el contexto de un sistema con instituciones independientes. Ese manejo asertivo en su gestión, pero también con grandes tropiezos, le permitió regresar a la presidencia en el período de 2014 a 2018 con gran apoyo popular.

La amiga de Chávez

Su gestión al frente del gobierno, a pesar de la cercanía ideológica con el socialismo, fue muy distinta a lo implantado en Venezuela. Pero a pesar de esa diferencia mantuvo una relación estrecha con el gobierno de Chávez.

Al ser entrevistada por la muerte de Hugo Chávez declaró desde Chile: “Quiero decir, de manera personal, siendo yo presidenta de mi país, que compartí los cuatro años de Presidencia con el presidente Chávez. Quiero decir que siempre fue un gran amigo, un gran colega y quiero destacar su profundo amor por su pueblo y yo diría por los desafíos de nuestra región, de erradicar la pobreza, de generar una mejor vida para todos y su profundo amor por América latina. Y sin duda quiero enviar mis condolencias al pueblo venezolano y al gobierno venezolano”.

Para muchos analistas desde su Presidencia le dio oxígeno a las gestiones de Chávez y Maduro hasta su salida en 2018. Pero la presión internacional sobre la situación venezolana, las sanciones contra altas figuras del gobierno y las denuncias sustanciadas en la Corte Penal Internacional, presionaron para que Nicolás Maduro a finales de 2018 optara por enviar una invitación a Bachelet para que visitara el país en su condición de Comisionada por los Derechos Humanos.

Quizás para Maduro, ese gesto ayudaba a desviar las sospechas de la magnitud de la crisis por las detenciones y torturas, tomando en cuenta que Venezuela tenía dos décadas negándose a recibir a la ONU para una inspección en esa materia.

Igualmente habría pesado en esa decisión el hecho de pensar que en efecto había una identificación ideológica entre la Alta Comisionada y el régimen chavista, ahora en manos de Maduro, que haría manejable su gestión supervisora en Venezuela; dándole énfasis además, en que toda la crisis venezolana tiene su origen en las sanciones de Estados Unidos la Unión Europea.

El primer golpe

Pero Bachelet el recibir, no solo la invitación de Maduro, sino la lluvia de exhortos de cientos de víctimas con familiares presos o en el exilio, de las ONG de Derechos Humanos y las organizaciones internacionales, accedió a la petición; pero para ello exigió condiciones que le permitieran “hacer su trabajo” y reunirse con todos los sectores tal como lo expresó en diversas oportunidades.

Por eso, antes de su visita, envió a una delegación que realizó una rigurosa investigación sobre la situación venezolana. Este equipo técnico, profesional, que no corresponde a una administración determinada, sino que son expertos independientes de carrera para cumplir esa función con normas establecidas, arribó el mes de marzo a Venezuela y produjo un amplio documento en el que se describe con precisión, el tema de los presos políticos; las torturas; desapariciones; el ataque al Parlamento; la detención y persecución a 30 diputados; los asesinatos a manos del FAES y cuerpos de seguridad; la alta corrupción; la crisis alimentaria y de medicinas y las violaciones al debido proceso.

Con ese material previo a su arribo, Bachelet lo que hizo fue ratificar y corroborar lo adelantado por el equipo de investigación y frente a la comisionada se revelaron, frente a frente, los testimonios y se agregaron nuevos informes que conforman un amplio expediente que describe con precisión las formas y estilo opresivos de un modelo que ha sido catalogado de “neo-dictadura” ya no con el uniforme militar de las décadas anteriores sino con la etiqueta del Socialismo del Siglo XXI.

El dilema de ser socialista

Sobre Michelle Bachelet se puede decir que es una mujer que conquistó lo más alto del poder en su carrera en la política. Después de vivir la muerte de su padre siendo un preso de la dictadura de Augusto Pinochet, sufrir ella misma en la prisión de esa sanguinaria dictadura militar que dejó más de 3 mil asesinados y acumuló 80 mil presos políticos, vivió en el exilio y regresó a Chile para continuar su lucha por las libertades.

Con esa vivencia ocupó altos cargos en los gobiernos socialistas que le precedieron llegando a ocupar incluso el Ministerio de la Defensa, hasta llegar más tarde a la Presidencia respaldada por mayoría de votos.

Ahora como Alta Comisionada de la ONU su carrera alcanza un perfil internacional cuya responsabilidad ha de haberla colocado en una condición en la que el cierre de su ascendente carrera deberá estar por encima de cualquier consideración ideológica.

El dilema que debe haber enfrentado durante sus tres días en Venezuela es que en su rol como protectora ante el mundo en materia de Derechos Humanos y haber vivido cara a cara con el drama venezolano, deberá avalar un amplio informe, a todas luces condenatorio, hacia un régimen inspirado en el Foro de Sao Paulo, en la Revolución Cubana y en una ideología del socialismo en la que militó durante toda su vida, pero que ahora debe condenar ante la evidencia de los hechos.

Su sentencia habrá de marcar un hito sobre el proyecto socialista que Hugo Chávez trató de implantar en el continente pero que sólo fue llevado en profundidad en Venezuela, sellándolo en ese informe como un expediente de terror, similar en profundidad a las protagonizadas por las férreas dictaduras militares que se vivieron en décadas anteriores, implantándose ahora con un rostro socialista y la máscara democrática, pero que se trata de un modelo que se gesta a partir de los métodos de la democracia, para luego hacerse eternos en el poder, derribar las instituciones, en alianza con las fuerzas militares, grupos paramilitares, la corrupción, el crimen organizado y el apoyo de las autocracias que prevalecen en el mundo.

Sin duda el primer intento en el continente lo hizo Salvador Allende en 1970 cuando al referirse a la revolución cubana sentenció: “buscamos lo mismo pero por caminos distintos”. Ahora a Bachelet le toca sentenciar en contra de quienes siguieron aquel camino iniciado por ella misma hace más de 40 años.

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