Cultura

El acoso "santo"

“Si yo he ido a misa toda la vida y un domingo dejo de ir y me muero al día siguiente, ¿es pecado mortal?”.

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“Sí, Carolina”.

“¿Y si me muero al día siguiente, sin haberme confesado, me voy al infierno?”

Recuerdo la paciencia de las Madres del Sagrado Corazón ante mis preguntas llenas de angustia y muchas sin respuesta. Porque es absolutamente incomprensible que alguien que haya ido a misa toda su vida y deje de ir un día porque no le dio la gana de ir y por mala pata se muera al día siguiente, se vaya al infierno por toda la eternidad, mientras que un asesino en serie, si se confiesa antes de ir a la silla eléctrica, le son perdonados todos sus pecados.

De igual manera, las corrientes ultraconservadoras del catolicismo consideran pecado mortal el uso de cualquier tipo de anticonceptivos, excepto el método del ritmo (que ya sabemos cuántos embarazos ha producido), pero no dice nada de los millones de niños que nacen sin haber sido deseados, producto de una relación casual, de padres adolescentes que no tienen ni idea de cómo educar. Para mí, es mejor evitar que esos niños nazcan.

La misma historia con el divorcio. Si un divorciado se vuelve a casar está excomulgado, porque rompió una promesa de por vida. Pero un sacerdote o una monja puede colgar los hábitos después de hacer los votos perpetuos (si obtiene la dispensa, que en la mayoría de los casos la otorgan) pueden casarse, y no pasa nada. El estigma, lo que condena, es el divorciado que rehace su vida.

La Iglesia Católica tiene un largo trecho por recorrer en el camino a la modernización y adecuación a los nuevos tiempos, camino que no ha emprendido. Pero el camino oscuro de la pedofilia y los abusos sexuales sí que lo ha recorrido y la respuesta –en general- de la alta jerarquía, ha sido de un absoluto silencio.

Recuerdo al Cardenal Bernard Francis Law cuando yo estudiaba en Massachusetts. Era arzobispo de la arquidiócesis de Boston, de la que luego fue arzobispo emérito. A él llegaron denuncias sustentadas de delitos de pedofilia por parte de varios sacerdotes de su diócesis durante varias décadas y el flamante Cardenal lo que hizo fue encubrir a los pedarastas: los envió a otras diócesis, donde siguieron cometiendo sus delitos. Cuando el escándalo finalmente estalló, tuvo que dimitir. Pero el Vaticano, lejos de condenarlo, lo protegió. Incluso fue más allá: lo premió con altos puestos dentro de la Curia Romana.

Muy distinta ha sido la posición valiente de la Conferencia Episcopal venezolana, que ha entregado a los pedófilos a la justicia. Ese ejemplo debería ser seguido por todos.

Los casos de pedofilia dentro de la Iglesia Católica se repiten y se repiten sin que haya habido una posición contundente de la Iglesia para evitarlos. Malo, malo, malo.

Recientemente estalló un escándalo en la iglesia panameña cuando un venezolano que trabajaba para la iglesia Don Bosco, en Calidonia, Ciudad de Panamá, denunció a tres sacerdotes que le pagaban por tener sexo. Según él, quien está casado y tiene una hija de un año, aceptaba sus ofertas por la necesidad económica que tenía. Hasta que decidió denunciarlos y grabó sus encuentros para sustentar su denuncia.

La reacción de la Iglesia Católica Panameña fue de una tibieza impresionante: «Reafirmamos una vez más nuestro irrestricto compromiso en la búsqueda de la verdad y la justicia (…) y reiteramos nuestra posición de tolerancia cero ante cualquier clase de abuso, especialmente a menores y personas vulnerables». A los curas los “retiraron” temporalmente hasta que se investigue bien qué fue lo que sucedió y pidieron a la feligresía que “rezara por ellos”.

En este caso el involucrado no era menor de edad, lo hizo bajo su cuenta y riesgo, pero… ¿por los niños víctimas de esos curas quién reza? ¿Es acaso suficiente rezar por los curas para que dejen de ser pedófilos?

¡Los pederastas son unos delincuentes, deberían ser juzgados con toda dureza y que les caiga encima todo el peso de la ley! ¿Hay que perdonarlos porque son curas? ¿Es que acaso los curas gozan de prerrogativas para cometer crímenes? ¿Cómo es posible que la tendencia de la Iglesia Católica sea la de encubrirlos? ¡Bernard Francis Law, como muchos otros, sabían que a quienes enviaban a otras diócesis iban a continuar en las mismas, porque no habían sido castigados como merecían!

¿Por qué los curas no se pueden casar? ¡Los apóstoles eran casados! En las iglesias cristianas no católicas los casos de pedofilia son infinitamente menores porque los sacerdotes se pueden casar. El cuerpo humano es sabio. Cuando las hormonas se alborotan no hay voto de castidad que valga. Si para las mujeres es así, para los hombres es aún mayor el deseo sexual. Es un instinto de conservación básico. Si los curas pudieran tener relaciones sexuales, todo sería más fácil. El argumento que usan es que la castidad es una elección, pero ¡caramba! en la lucha entre la castidad y las hormonas, estas últimas llevan una morena de ventaja. Entonces suceden las tragedias, todas evitables.

El Catolicismo necesita una revisión profunda en todo sentido. Y obviarlo es hacer mayores los problemas que se crean por mantener una institución anacrónica. Ciertamente hay muchísimos sacerdotes que han sido ejemplares y grandes ductores en sus comunidades. ¿Por qué no facilitarles el trabajo?…

Mientras tanto, la mayoría de los católicos se encuentra en búsqueda de otras fuentes de espiritualidad más congruentes y menos punitivas. Haciéndose regresiones para buscar quiénes fueron en otras vidas, celebrando “el espíritu de la Navidad” o simplemente viviendo el catolicismo “a su manera”, como si ser católico se tratara de escoger en un menú de un restaurante chino «quiero el 3, el 17 y el 25». El dogma católico no permite escogencias. Si usted escoge «ir a misa cuando le provoque», «no confesarse porque no cree en la confesión» o cualquier otra elección, usted no es católico practicante, es otra cosa.

Yo creí que un jesuita al frente del Vaticano podría traer a la Iglesia Católica al siglo XXI. Me equivoqué. Y mientras llegue uno que en vez de sotana use pantalones, los pedófilos seguirán haciendo de las suyas y los curas con sus hormonas desatadas, también. Eso sí, irán a confesarse, pedirán a la feligresía que rece por ellos y las víctimas inocentes seguirán sufriendo por el acoso «santo».

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