Opinión

El miedo en la vida civil, algunas anotaciones

En Venezuela hay miedo. En esta columna Ramón Guillermo Aveledo habla sobre cómo la utilización política del miedo es un arma que se enfrenta desde la democracia

Miedo
Daniel Hernández |archivo
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A Tomás Eloy Martínez lo conocí en Caracas, trabajamos juntos en un periódico desaparecido como la organización que lo creó, aunque no la causa que le daba razón de ser. Lo había traído el miedo. Desde un rincón del poder, oscuro mas no escondido, le habían amenazado de muerte. En La Opinión había escrito sobre El miedo de los argentinos, así se titulará dos décadas después un capítulo de su libro de 1996, Las Memorias del General. Hombre sencillo y conversador grato, nos hicimos amigos charlando en esos ratos “tranquilos” de la Redacción, cuando ya los reporteros han salido y estás montando las páginas frías, hasta que aquellos regresen con las noticias que traen de la calle. El tema seguiría rondándolo, impresionándolo, intrigándolo, como se nota en su entrevista en La Nación de 2001: El autoritarismo incesante y las sucesivas dictaduras “crearon una simiente autoritaria tanto en las costumbres como en la educación”.

José Antonio Marina ha publicado en 2006 un “Tratado sobre la valentía” titulado Anatomía del Miedo. “El miedo –opina- es un sentimiento corruptor”. Impulsa a obrar de determinada manera para defenderse de una amenaza. El que atemoriza busca y puede conseguir, apropiarse de la voluntad de la víctima”. La institucionalidad existe para que no quedemos a la intemperie ante esa radical injusticia. Con la experiencia terrorista de ETA en mente, describe la desaparición de la normalidad que se daba por supuesta: “La víctima se encuentra en absoluto estado de indefensión”. Se puede ir a buscar protección en la institucionalidad que debe dispensarla, “Pero cuando eso sucede en países donde la policía está corrompida, la justicia es venal, y los políticos van a lo suyo, se implanta el horror de saber que se carece de ayuda.”

Las ventajas de atemorizar, la amenaza, la suspensión de la recompensa, el acoso escolar, las máscaras de la furia, cerrar las salidas, aislar, manipular las emociones, los poderes ocultos y tabúes, los va explicando Marina hasta llegar, justo antes que al terrorismo, a la utilización política del miedo. Su manejo desde el poder no es novedad ni rareza en la historia humana “y una de las grandes virtudes de la democracia es ser un eficaz desactivador de ese mecanismo”. La democracia como régimen de libertades, con reconocimiento a la pluralidad y garantías a los derechos, con una organización estatal de poderes separados y equilibrados, diseñada al servicio de la persona. Es decir, de cada persona y de todas las personas. La seguridad de que esos golpes en tu puerta en la oscuridad de la noche, puede ser un familiar que llega tarde y sin llave o un vecino pasado de copas, pero no la policía. 

De El Miedo, el Odio y la Democracia es la obra del francés Charles Rojzman de 1994. Echa mano de los “monstruos antropófagos” del arte romántico que provocan nuestro miedo porque “Simbolizan el desorden, lo desmesurado del reino subterráneo de los instintos”. En la leyenda del Golem, monstruo creado por un rabino de Praga que al perder el nombre de Dios enloqueció y desató la destrucción, para agregar, “Todos somos ese Golem, cuando hemos perdido nuestro nombre, nuestra identidad, dominados por el odio y el miedo”. La desesperanza, hija del fracaso “…es, también el aumento del odio y el retorno a las tribus”. Nos llama a comprender “el miedo y el odio, esos monstruos de nuestra imaginación, antes que ellos cumplan su obra de destrucción”.

En su lectura junguiana de la Distorsión del Poder, la psiquiatra venezolana Rebeca Jiménez recuerda al cerebro suizo de la psicología analítica o profunda, Una idea arquetipal desatada en un grupo humano es más mortal que cualquier virus o enfermedad física de la naturaleza y apunta, “El fascismo y el comunismo del siglo XX son nuestros tristes recordatorios de aquella verdad psicológica”.

El pasado jueves 15 de febrero leímos este mensaje en la red X, antes Twitter: “Tengo 40 años trabajando en los medios de comunicación y nunca antes había tenido temor de expresarme. /Pero que quede claro: el silencio es por miedo, no por falta de indignación o de vergüenza ante los hechos./Venezuela”. No se trata de una noticia menor. Su autora Mary Pili Hernández es periodista de larga experiencia, pero además ha sido dirigente político de importancia, viceministra, presidenta de VTV, ministra y candidata a diputada por el PSUV. Por encima de diferencias, valoro su gesto que no ha debido ser fácil. Al no referirse a algún hecho concreto y dadas las presentes circunstancias nacionales, uno entiende que se trata de una apreciación global, ante lo cual es venezolanamente lícito preocuparse más, porque como algo así nos afecta a todos, la indiferencia no es opción.

Ese miedo, debería generar una reflexión en todos nosotros, con independencia de nuestras posiciones y ocupaciones. Una reflexión sincera y profunda, ojalá generadora de cambios personales verdaderos que pueden incidir en cambios sociales.

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