Leo Messi no quiere litigar en los tribunales contra el FC Barcelona y por eso se queda un rato más. Sería una foto dura, áspera, que le haría mucho daño delante de los aficionados que tanto le han querido. Messi ha querido preservar su imagen ante la mano dura e inflexible de su presidente, Josep María Bartomeu, que ha defendido el escudo del Barça como un fuerte del oeste.
700 millones, la debatida cláusula de su contrato, tienen la culpa. No hay club en el mundo, en plena pandemia además, que acceda a tamaña barbaridad. Por primera vez, funcionó una cláusula. Habitualmente se ponen en los contratos para disuadir a osados, porque al final siempre se negocia en una mesa y se pone precio a un traspaso.
Nunca hay que confundir valor con precio. El precio justo es voluble. Messi es un producto muy caro y el desenlace después de un culebrón que ha alimentado audiencias históricas, deja varias reflexiones tras la entrevista que concedió Messi a Goal.com.
En primer lugar, Messi no cree en el actual proyecto del FC Barcelona. Lleva un año pidiendo irse. Necesita nuevos aires. Leo -gran parte del entorno del fútbol no lo sabe- es un futbolista muy exigente. El persigue la excelencia cada día, en cada entrenamiento. El es el número uno. El mejor. Y no se siente a gusto cuando ve que no le corresponden. Especialmente en el ámbito deportivo.
Messi es un felino. Gana títulos a bocados. Y ha visto como la plantilla se ha ido diluyendo, el talento se ha ido evaporando sin Xavi e Iniesta; sin la jerarquía de Puyol. Messi entiende que si manda una diagonal a Jordi Alba al costado izquierdo, el balón debe llegar en condiciones para buscar el gol. Por eso, pondera a Jordi.
El exige a todos los que le rodean máximo rigor, nivel top, competitivo. El no sabe perder. Y en ese escenario, Messi ahora no se sentía cómodo y quiere volar, encontrar nuevos retos.
Ser capitán de un club no es a menudo tan idílico como la gente piensa. Me dijo un día Santi Cañizares, recordando su etapa en el Valencia CF de capitán, que lucir brazalete sólo tiene dos buenos momentos, los mismos que cuando un futbolista de elite se compra un barco. Esos dos momentos son el día que lo compras y el día que lo vendes. Pues ser capitán, es lo mismo, comentaba Cañizares, ahora comentarista de fuste. Te alegras el día que te nombran y el momento en que pasas el testigo a otro y sales corriendo. Eso le sucede a Messi. Se puede leer en su rostro y en su mirada de cansancio.
Messi, como todos los capitanes, sufren siempre un deterioro, una erosión mental, que añade una fatiga infinita a su responsabilidad diaria. Cuando el barullo suple al éxito, el trabajo comienza a no gustarte. Da igual que sea millonario su contrato. Messi no es feliz y quiere irse. Una cláusula de 700 millones que nadie puede pagar en el mercado le obligan a seguir un año más. Es profesional y lo debe acatar. Tendrá que evitar, con apoyo de los que están y de los que quieren estar en el FC Barcelona, que estos meses no se conviertan en una tortura. Ningún actor de este docudrama lo merece. Cada uno peleó por sus intereses con uñas y dientes. Entretanto, LaLiga gana tiempo y mantiene el logo de Ligas de las estrellas, con todos los honores.