Dos distinguidos abogados, escritores y políticos venezolanos inspiraron el tema de este artículo en un breve dialogo en Twitter, con ocasión del aniversario del partido Acción Democrática. Américo Martin señaló que: “AD nació para hacer historia, dijo, en su momento, su fundador y padre de la democracia, Rómulo Betancourt. Ningún partido ha sido más combatido que AD y ningún jefe político más irritante al tiempo que más brillante y acertado que Rómulo Betancourt”. Gerard Cartay respondió: “Por Dios @Américo Martin, lo de padre de la democracia es una exageración…”.
Un líder con sentido histórico
El historiador Germán Carrera Damas postuló una tesis en un discurso titulado “El sentido de la historia de Rómulo Betancourt en su obra, vida y acción” (junio-julio 2006). En él se reivindica la labor del político en “el diseño e instauración de la primera república liberal democrática moderna”. Consecuentemente, se destaca que “su meta, a corto y mediano plazo” fue la ruptura con la “república liberal autocrática”. Esta se había instaurado en Venezuela a raíz de la disolución de la Gran Colombia.
Betancourt se inicia formando parte “de un movimiento de liberación social y nacional” que no pretendía “patentar” teorías autóctonas. Participó del “intento colectivo” de lo que se denominó entonces “nacionalizar el marxismo”. Formó parte de la conjura militar del 18 de octubre de 1945 -que derrocó al gobierno de Isaías Medina Angarita- y no vaciló en “justificar” el empleo del “menos democrático” de los procedimientos del poder público, para abrirle paso a una transformación radical en el ejercicio de la soberanía “por sus genuinos depositarios”.
Derrocamiento de Medina Angarita
Carrera Damas califica de “tímidas” las aperturas democráticas de Medina, las cuales se vio compelido a adoptar por las circunstancias internacionales. Estas no afectaban los mecanismos no democráticos de formación, ejercicio y finalidad del Poder Público, consecuentemente preservado por la República liberal autocrática.
La innovación de Betancourt, como presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, consistió en la genuina instrumentación democrática de los procedimientos de formación, ejercicio y finalidad del Poder Público del proyecto nacional liberal durante el período 1945-1947. Concebido y elaborado en función del ejercicio por el “todo social” -usurpado por la República liberal autocrática-. Ello, a su vez, condujo a validar la expresión libre de esa soberanía popular.
Se complementó la ciudadanía venezolana, reconociéndole a la mujer el derecho al voto y extendiendo este derecho a las analfabetas y mayores de 18 años. Se estableció además el voto directo, universal y secreto. La soberanía cambio definitivamente “de manos” y adquirió su plena validez al solicitar la participación, no ya de una docenas de miles, sino cerca de millón y medio de ciudadanos.
Carrera Damas juzga la puesta en práctica de estos cambios como una “heroica decisión”. Al propio tiempo, observa la “agria controversia” que se suscitó entre escritores y políticos “malavenidos” de la época.
Libertad y democracia
Betancourt buscaba sustentar doctrinariamente su actuación histórica, toda vez que necesitaba comprobar si podía considerársele el “el padre de la democracia venezolana”. No vacila en afirmarlo Carrera Damas. Este señala que, como presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno -y como lo ratificó en su actuación hasta su muerte-, Betancourt había superado la tradicional confusión entre libertad y democracia. Entendió que la democracia es el resultado de la modernización de los procedimientos de formación del Poder Público, del ejercicio de ese poder y de la finalidad de este.
Seguramente movido por la compresión de que no sería fácil disipar en el “pueblo” la confusión, tan arraigada, entre libertad y democracia, y buscando inculcarle la vivencia democrática del Poder Público, Betancourt practicó siempre una concepción pedagógica del poder. Los testimonios tanto de compañeros como de adversarios lo reconocen como “el primer y fundamental impulsor de la República liberal democrática moderna venezolana”.
Otros elementos
Elías Pino Iturrieta sostiene que Betancourt manejó otros métodos que hacen que se le adjudique, particularmente a partir de 1958, la “paternidad de la democracia”. Destaca que, aun siendo un líder del siglo XX, utiliza un vocabulario rural y moderno, que cala dentro del pueblo. Fomenta manifestaciones colectivas controladas por Acción Democrática y, en definitiva, por él mismo. Lleva a uniformar grandes masas “vestidas de blanco”, que lo convierten en un “tótem”. Pero en ningún momento alienta la posibilidad de autonomía de pensamiento. Eso le da un control para que la gente lo mire como “el padre”.
Le asigna a Betancourt la responsabilidad de haber terminado con la “pedagogía de la democracia tutelar”. Esta se mantenía desde los tiempos de Bolívar y se concretó particularmente en el gobierno de Medina Angarita. Se caracterizó por la preeminencia de intelectuales o “notables”, que conciben al pueblo como inepto e incompetente para el ejercicio de la democracia. Betancourt le asigna al “pueblo venezolano” todo el crédito de estar suficientemente preparado y tener las claves para el entendimiento del desarrollo del país, pero también de la vida democrática, permitiéndole formar parte de la política como nadie lo había hecho hasta entonces.
Por su parte, Jesús Sanoja Hernández estima que a Betancourt se lo ve como el “padre” de la Revolución de Octubre del 1945 y de la democracia por ser el primer presidente del Pacto de Puntofijo y responsable de trazar sus lineamientos fundamentales (El Nacional. Papel Literario, 05-03-2005).
Constructor de la democracia
Sanoja Hernández y Pino Iturrieta coinciden en presentar un Betancourt más “creador” de la democracia. Lo ven como el intérprete de la “modernización del país”. Se trataba de una obra colectiva de la que él formaba parte desde la muerte de Juan Vicente Gómez, a través del Partido Democrático Nacional (PDN). Esa agrupación política reunía todas las tendencias de izquierda para el momento. Se remonta desde los acontecimientos estudiantiles de 1928, que buscaban una renovación de la política y de la vida ciudadana en general.
Dentro de ese proceso colectivo despunta Betancourt no solo como organizador político. También lo hace como intérprete de una realidad que entiende que el caudillismo debe ser reemplazado por una trama ideológica. A ello se aboca Betancourt, agregando su interés por el pasado venezolano.
No fue el único
Fernando Luis Egaña, en el prólogo a la segunda edición del libro de Gehard Cartay Ramírez Caldera y Betancourt. Constructores de la Democracia, señala que sin Acción Democrática y Rómulo Betancourt no hubiera sido posible la construcción de la democracia venezolana. Pero únicamente con ellos tampoco se habría logrado tal hazaña.
AD, con Betancourt como máximo líder, fue el promotor fundamental de la nueva política del siglo XX. Su rasgo definitorio: los partidos civiles con vocación poder. Sin estos, la política de la tradición militar en sus distintas expresiones, desde el planteamiento dictatorial –Juan Vicente Gómez– o las inspiradas por un magisterio protocivilista – Isaías Medina Angarita– habría prevalecido en el poder. La construcción de la democracia habría sido una quimera, o un proyecto fallido, en el mejor de los escenarios.
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La pretensión de hegemonía política de Acción Democrática y Betancourt durante trienio 1945-1948, sin opciones reales de alternancia en el poder para partidos o corrientes políticas, por definición no habría sido democrática. Probablemente, habría traído de vuelta a un actor militar al centro del poder, como en efecto sucedió con el golpe de noviembre de 1948.
El papel del partido socialcristiano Copei y su líder fundamental, Rafael Caldera, fue esencial. Sin ambos, no se hubiera consolidado un “equilibrio político” que posibilitara la “alternancia en el poder”. Es decir, la “verdadera construcción” de una democracia perdurable, como ocurrió en 1958. Fue la otredad que situó a Acción Democrática -y especialmente a Betancourt- en una “perspectiva de madurez y sana compresión de la democracia como un sistema de pesos y contrapesos”.
Opinión de Gehard Cartay (literal)
«En cuanto a tu interrogante sobre las diferencias que yo encuentro entre las frases ¨el Padre de la Democracia» y «Constructores de la Democracia» –título de un libro mío, aplicado entonces a Rafael Caldera y Rómulo Betancourt–, pienso que estriban fundamentalmente en el carácter personal y colectivo que una y otra implican, respectivamente.
En el caso de «padre de la democracia», ese tipo de calificativos, absolutos y extremos, son casi siempre producto de la exageración y la falta de profundidad en los análisis históricos. Como escribió con su habitual agudeza Manuel Caballero, uno de los más autorizados estudiosos de la figura de Betancourt, esa denominación “es un insulto a la memoria que se pretende así halagar: desde el primer momento de su ser político, Rómulo Betancourt insurgió contra el paternalismo gomecista”.
Por lo demás, los padres de la democracia han sido muchos, especialmente desde 1935: civiles y militares, líderes de partidos políticos, sectores independientes, gente del sector público y del privado, trabajadores y profesionales, en fin, venezolanos y extranjeros que dieron sus mejores esfuerzos para que el país iniciara su ascenso hacia las libertades públicas, a su derecho a elegir soberanamente sus representantes y a luchar por el progreso y desarrollo, aspectos que, a mi juicio, se truncaron a partir de 1999, con la llegada del castrochavismo al poder.
Un proceso de tal magnitud ha sido demasiado complejo como para asignárselo como creación exclusiva a una sola persona. Por eso prefiero el término «constructores», porque implica un esfuerzo despersonalizado y colectivo, como efectivamente fue aquel que condujo al país a un sistema democrático, ese que hemos perdido en estos últimos años». (Mensaje de correo electrónico a Luis Fidhel, 29-09-2020).