Opinión

Manual de supervivencia para ser freelancer

Son los polígamos de la economía: hasta con tres y cuatro al mismo tiempo. Pero, atención: hay que organizarse. La vida del que trabaja por cuenta propia no es solo ventajas. También requiere precauciones. Iván Zambrano, voz de la experiencia, ahora te da consejos laborales

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Renunciar a un trabajo con sueldo fijo es parecido a terminar un noviazgo en el que estás cómodo, pero ya no eres feliz. Al cabo de un tiempo, el “presencial tiempo completo” pesa como un “hasta que la muerte los separe”. Si la relación no te hace crecer, te frustras. Sin darte cuenta, te estancas. Estás de luna de miel en la quincena, y el lunes siguiente es un karma.

Hay que reconocerlo: estás ahí solo por dinero, se acabó el amor. No hay duda ni plazos: hay que renunciar.

Mientras menos postergues la decisión, más rápido sale la liquidación, se pasa el guayabo laboral. Y ese sustico por la incertidumbre del “¿y ahora quién podrá defenderme?” se transforma en fuerza para volver al ruedo y al mercado laboral, esta vez, soltero y sin compromisos.

Renunciar no es rendirse ni resignarse, tampoco se debe sentir culpa por creer que no diste la talla o que dejaste a un equipo mocho. Es necesario cambiar el concepto de éxito que tenemos. Dejar de compararte, de competir con los tiempos de otros, dejar de mirar relojes ajenos. Cada quien a su ritmo. Date chance de explorar tus talentos sin la presión de tener que ser el mejor. Sal de la oficina, encuentra tu propia voz y arma un coro.

Estado civil: freelancer

Trabajadores por cuenta propia. Los polígamos de la economía. Prefieren las relaciones abiertas, en las que se asocian con sus clientes/aliados primero por química entre sus visiones (y no solo por la plata).

¿Cuál es la garantía económica de esta gente que no se amarra a nadie? Confiar en sus capacidades, darle cancha a sus ideas, y el dinero viene como consecuencia. Suena hippie e irresponsable, hasta que lo compruebas. Se puede vivir de lo que a uno le apasiona, y tal vez la pregunta más difícil de contestar sea: “Pero, ¿qué es lo que me apasiona?”. Si no lo tienes claro, saliendo de las zonas de confort se descubre la respuesta. Hay que saltar.

Pero antes que nada, hay que sentarse a negociar las reglas de juego del freelancer. Los tableros son distintos para cada quien. Acá van algunas jugadas:

Antes de renunciar a tu empleo fijo pregúntate:

-¿En este cargo pongo a prueba algún talento que quiera cultivar realmente?
-¿Me amargo más de lo que aprendo (y de lo que cobro)?
-¿Cuánto tiempo llevo pensando en renunciar?¿Por qué lo aplazo o evado?
-¿Qué talento puedo poner al servicio de otros?
-¿Con qué amigos pudiera inventar un negocio?
-Si hoy me retiro, ¿los ahorros me dan para cubrir mis gastos por cuánto tiempo?

Ten un colchón para amortiguar caídas. Es recomendable emprender con una cantidad de dinero ahorrada, equivalente a unos seis meses de tus gastos básicos, para tener margen de acción por si pasa algo en el año (como una pandemia). Habrá meses de sequía y otros de bonanza. La planificación y el autocontrol son clave para que no te quedes pelando en meses como diciembre, en los que suele haber poca chamba y muchos gastos.

Perderle la pena a cobrar. Cambiar nuestra relación con el dinero. Cuestiónate: ¿Qué nos enseñaron sobre el dinero siendo niños?, ¿es un tema por el que se desatan pleitos en tus relaciones?, ¿te sientes incómodo cuando en una negociación toca hablar de dinero? Identifica los patrones que heredaste de tus padres y ve desmontando los prejuicios en torno a la plata. Debemos hablar de dinero abiertamente, sin pena ni asco.

Mosca con el “síndrome del impostor”. Te llaman para negociar una buena chamba y te paraliza el miedo. Piropean tu labor y sueltas un: “¡Gracias! No es para tanto”. No saber cuánto valemos nos hace evadir oportunidades, nos hace pensar que hemos hecho una carrera profesional a punta de golpes de suerte, porque los buenos migraron o porque mi jefe no se ha dado cuenta de que soy mediocre. Reconoce esos ruidos y bájales volumen. Crecimos condenando los errores. Ni siquiera intentamos las cosas por temor a meter la pata. ¿Qué intentarías si no tuvieras miedo a equivocarte?

Reconoce tus talentos en voz alta. Talento es todo aquello que nos sale con naturalidad y a lo que nos cuesta ponerle un precio porque “eso te lo hago en un momentico”. Haz una lista de servicios que pudieras ofrecer en función de tus conocimientos. Tu experiencia vale. Abre la mente a otras áreas, vuélvete autodidacta, revisa cursos en Domestika.com, busca Ted Talks en Youtube, cultívate, inspírate, consulta a amigos que admires sobre cómo han crecido, muéstrales tu trabajo, háblales de tus ideas sin sentir que serás juzgado o ridiculizado.

Serás tu propio jefe, tu propio empleado y tu propio administrador. Eso es bueno y malo. No seas tan exigente, pero tampoco te alcahuetees. Lleva una planificación de los objetivos diarios, semanales y mensuales para que puedas ir midiendo tu rendimiento. Puedes escribirlo a mano, en Excel o en aplicaciones móviles como Google Keep. Ir tachando tareas te motivará a seguir sumando cada vez más metas.

Establece horarios. Reconoce los periodos del día en los que eres más productivo: mañana, mediodía, tarde o noche. Hay quienes están más activos entre las 8 de la mañana y las 12 del mediodía. Luego viene “la hora del burro” y la productividad baja por la tarde y puede que te actives después de las 5 pm. Establece tareas en función de tu nivel de energía y fluidez creativa. Deja para la mañana los pendientes que sueles evadir a lo largo de la jornada. Temprano, la mente funciona con más claridad y puedes decir “ya salí de esto”.

Echa carro, pero no te des colita. La procrastinación es un monito saltarín que se va por las ramas cuando tenemos un asunto que no queremos atender, bien sea por flojera o por no saber cómo abordarlo. Divídelo en tareas más pequeñas, pasitos que te lleven al objetivo. El método Pomodoro propone hacer series de 5 tareas en bloques de 25 minutos, tomando descansos de 5 entre cada una. Hay que trabajar con cronómetro, eso sí. Tener un deadline te motiva a trabajar bajo presión sin asfixiarte.

Lleva un presupuesto. Anota lo que ganas y lo que gastas. Verlo en papel o en pantalla es distinto a llevar la cuenta en la mente. Te sorprenderás de las pendejadas en las que puede irse la plata (lo que llaman “gastos hormiga”). Hacer los ajustes necesarios nos dará mayor estabilidad, margen de acción, y sin dejar de pedir una hamburguesa por delivery de vez en cuando. Ponte un sueldo base y ahorra/reinvierte el resto.

Haz un manual de cómo funcionan las cosas contigo. Puede ser una suerte de manifiesto personal de tus puntos de honor, las cosas innegociables para poder trabajar con un cliente o socio.

Saber decir que no. Decimos que sí por no quedar mal, por miedo a que se cierren las puertas si nos negamos a un proyecto. No te llenes de clientes que pagan poco y joden mucho. Mata un tigre a la vez.

Manejar los rechazos y los silencios. Nada dura para siempre. Los clientes de hoy pueden no estar mañana. Algunos dirán que no y otros harán ghosting y dejarán de contestar. Hay que estar en paz con estas dinámicas que pueden sabotear emocionalmente. No dudes de tus capacidades, más bien debes pulirlas. Irás desarrollando un olfato del tipo de cliente con el que mejor se te dan los negocios.

El cliente no tiene siempre la razón. Cuando no estés de acuerdo plantea tu punto de vista al momento y no colecciones malestares. Identifica las malcriadeces y ataques de ego tuyas o del cliente. No seas reactivo. Escucha, comprende y luego responde. La comunicación permitirá que aprendas de los roces.

Acuerdos por escrito. Luego de la llamada telefónica o el café con el cliente, pasa un correo en el que dejes registro de lo hablado: responsabilidades de ambos, plazos de entrega y cuánto (y cuándo) vas a cobrar. Te ahorrarás un montón de Atamel por malentendidos en el camino.

“¿Y a mí en cuánto me lo dejas?”. Separa amistad y negocios. Apoya los emprendimientos de tus amigos sin regatear. Valora su talento. Quédate con los que hagan lo mismo contigo.

¿Cuánto cobro? Lo que tu intuición te diga. ¿Cuánto son tus gastos mensuales? ¿Cuánto deberías ganar al día?¿Cuánto tiempo estarás operativo en 24 horas? Cuando tengas una idea, define tu trabajo por número de horas. ¿Cuántas horas me llevará este proyecto? Y en función de eso lanzas un número con el que te sientas cómodo. Puedes estudiar a la competencia, pero solo tú puedes definir el precio de tu trabajo.

Sacar la oficina del cuarto. Separar los espacios es importante. Es una trampa trabajar en cama, porque al primer arranque de flojera, estás a un estirón de la almohada.
Una buena silla. Tus nalgas y tu espalda lo agradecerán.

Paciencia. Aprender a respirar ayuda a ser menos reactivo y no perturbarte por la ansiedad de que las cosas no salgan como lo esperas.

Buscar un seguro médico. La inversión es más económica de lo que pudieras pensar y te ahorrarás un realero si lo llegas a necesitar. Ya sabemos la célebre frase de Gilberto Correa.

Dudarás de tu decisión de haber renunciado al “15 y último”. Y luego se te pasará…

Quédate con quien juegue en equipo contigo. Y nada de celos si se va con otro.

Que el lunes no te pese. Siendo freelancer, entiendes que el tiempo es relativo.

No te creas nada de esto hasta que lo compruebes

(En Google se encuentran formatos de cartas de renuncia)

¿Qué proyecto independiente tienes en mente?¿Por dónde te gustaría empezar? ¿Qué has aprendido como trabajador independiente?

Cuéntame al correo: [email protected]

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