“Deja de pensar como un empleado y piensa como una empresa”. Esta retadora frase del consultor español Andrés Pérez Ortega, es una innovadora forma de invitar a muchos a colarse en el tránsito de la construcción de su marca personal, y más específicamente, a enfrentarse sin miedos a los imponderables que se presentan en el desarrollo profesional.
Soy un firme opositor en creer que el bajo nivel de interés que muestra el liderazgo joven de una organización es atribuible a las condiciones del país. Aunque por todos es consabido que el aura negativa del país nos agobia, no debemos olvidar que un alto porcentaje para alcanzar los objetivos profesionales los aporta la voluntad de cada uno.
La fórmula de construcción del bienestar recreada por la psicología positiva, indica que el 40% proviene de la voluntad, lo que significa que el crecimiento personal está íntimamente relacionado con nuestra actitud y la forma de enfrentar los cambios que se presentan.
La dinámica de trabajo que hemos conocido antes ha caducado — en la actualidad se impone con mucha fuerza el teletrabajo — y a pesar de las iniciativas que mantienen muchas empresas a través de tutorías o sesiones de coaching a sus empleados, la realidad es que nadie te va a regalar nada. Debes ser el ingeniero en jefe en la construcción de tu liderazgo, haciendo énfasis en la creación de tu marca personal y la gestión de la percepción de ti en los demás. Además, anticipando los pormenores del entorno externo (que no depende de ti) y el interno (depende de ti). En pocas palabras, estar atentos y gestionar los cambios.
A propósito de esto último — cambios —, es imperativo asumir que para construir tu camino al éxito debes dar el primer paso sin vacilación; y asimilar que los cambios representan una hermosa oportunidad de crecimiento y de posicionarte como un referente en la organización donde trabajas.
Dicho lo anterior, y entendiendo la importancia de la gestión de los cambios, luce irremplazable que para enfrentarlos con conciencia; y más aún, tener control de ellos, debemos comenzar por conocer las etapas involucradas.
En este punto debo mencionar a la consultora española Pilar Jericó, quien, en un reciente conversatorio, destacó las 5 fases del cambio y la importancia de educar a los más jóvenes en cuanto a la forma de mirarlos. A mí me pareció una brillante forma de graficarlos y aquí los comparto:
- Un llamado a la aventura: esta primera fase es una invitación a la reflexión: ¿Qué es lo que tengo que aprender? ¿Qué se está pidiendo de mí? El cambio repentino a algo, deseado o no, es una filtración al miedo, pero como he mencionado tantas veces, precisamente ese miedo es el mejor impulsor de nuestras ganas cuando no tenemos otra opción, o, mejor dicho, cuando asumimos el cambio con motivación. Aquí lo inteligente es enfrentar esta primera fase no como un llamado a lo desconocido, más bien un llamado al aprendizaje.
- Negación: generalmente esta etapa está representada por endilgarle los problemas de adaptación a los demás. En pocas palabras, no asumir la responsabilidad de transitar por nuevos ambientes. El mejor aporte que podemos atajar de esta fase no es otra que asumir la responsabilidad directa, de cuestionarnos profundamente, de reflexionar de qué forma estamos trabajando e internalizar las correcciones necesarias para ajustarnos a nuevos paradigmas.
- Miedo: cuando transitamos por esta fase, hemos entendido que la culpa no es de los demás. En ese punto, nos sentimos incapaces de vislumbrar el modo en cómo adaptarnos y aportar a la organización ante los nuevos retos. Aquí debemos precisar que el miedo forma parte de nuestra naturaleza humana, es un espía alojado en el sistema límbico. Procuremos entonces, volcar el miedo a nuestro favor e intentarlo. Fracasar supone no tener éxito nunca, y eso no es cierto. Recuerda que caer y levantarse es cosa de todos los días, y con cada proceso, contribuyes a crear tu mejor versión.
- Desierto: esta fase es quizás la más complicada, ya que te machacas sin piedad en lo interno. Pero, así como te agredes, también es una oportunidad para entender que lo que no se aprende tras el éxito, se aprende en el desierto. Es allí y en los errores donde nos desprendemos de los temores y corregimos — si lo deseamos —, para iniciar un camino sin freno a la transformación y así, comenzar a innovar en la forma de hacer lo que hacemos.
- Nuevos hábitos: es muy claro que esta fase se deprende de la fase anterior. Aquí, lo importante, es ponerte en acción. Reflexionar acerca de qué nuevos hábitos tenemos que empezar a hacer, en qué queremos convertirnos, qué pretendemos alcanzar y qué recursos necesitamos. Debemos asimilar que no hay logros sin esfuerzo ni cambios sin disciplina.
Seguramente leas esto y sientas que en un país plagado de miserias este esfuerzo es innecesario. Además, habrá alguna influencia de la comunidad donde trabajas y te van a cuestionar. No te preocupes, eso siempre sucede, pues los que no se atreven solo atienden los llamados de una conciencia que les grita que no vale la pena el esfuerzo.
Pero con la convicción de los años profesionales vividos, y aún bajo la influencia de un entorno viciado, les digo que no hay mayor sensación de felicidad que un logro alcanzado con esfuerzo.
Así que, parafraseando de nuevo a Perez Ortega: ¡deja de pensar como un empleado y piensa como empresa! Prepara tu mente para el éxito, y no le des mayor cabida al miedo. Ser el mejor en lo que haces y siempre ser el mejor en lo que haces debe ser una constante. Te aseguro que, si tomas esto como norte, el camino de la vida te lo recompensará.